Opinión

Progreso, populismo y deconstrucción

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La palabra progreso suena bien. A primera vista, no es fácil de entender por qué el progresismo, lo progresista, va asociado a una intención contracultural, enfrentada con el avance, la mejora, la ciencia, el crecimiento, la construcción, el futuro. Algo perverso tiene que ocurrir para que la idea de progresar se convierta en una acción de retroceder en el tiempo, de volver a los orígenes violentos, de borrar cualquier seña de identidad pasada para vaciar la sociedad de su historia. Una revolución macabra, un asalto desmedido e intolerable asola estos días Estados Unidos y muchas ciudades de la Europa y el mundo democrático. El derribo y descabezamiento de estatuas y símbolos de personajes históricos sin motivo concreto, bajo la antorcha iconoclasta de la reivindicación en contra del racismo provocado tras la muerte de George Floyd. 

El progresismo tiene su origen como tantas ideologías en las revoluciones liberales. Se diría que desde su origen es una mutación del reformismo ilustrado hacia una lucha permanente por imponer nuevas leyes transformadoras de la sociedad, asumiendo como incapaces e insuficientes los avances y logros del liberalismo moderado. Los progresistas durante el siglo XIX eran los liberales más reivindicativos tanto en las propuestas como en los métodos. No siempre al margen de la destrucción (jacobinos) y cerca de las reformas más radicales para abolir los privilegios y romper con leyes el Antiguo Régimen. No fueron capaces de adaptarse al crecimiento del movimiento obrero y del sufragio, ni de reconocer como éxitos los logros de la democracia liberal (mayo del 68) y perdieron la batalla por las ideas en el siglo XX. 

La caída del marxismo y la crisis de la socialdemocracia ha permitido que las corrientes populistas y de extrema izquierda (la Internacional Progresista) hayan recuperado el espíritu del progresismo, pero añadiendo ahora unas reivindicaciones y unas algaradas, activadas desde las redes sociales y desde la imitación en el nuevo escenario global, de carácter subversivo y violento. Tomar el poder desde la calle y los parlamentos para deconstruir la sociedad primero y reconstruirla después con ideas y leyes que vayan más allá de las constituciones, las instituciones y los consensos de la historia democrática. A esto lo han llamado neo constructivismo o construccionalismo. 

En Estados Unidos, los progessives se hicieron fuertes enarbolando las banderas del feminismo y la lucha por los derechos civiles de las minorías (afroamericanos) y señalando al establishment bipartidista como causante de las corrupciones del sistema y de las desigualdades generadas por el capitalismo. En tiempos de crisis, a final del siglo XIX y en los años 60, tuvieron algunos avances. Pero tal y como ha señalado el expresidente Obama, la sociedad norteamericana es mucho más partidaria de las reformas dentro del sistema constitucional, del que se enorgullece, que de las revoluciones extremistas. El fracaso de Warren y Sanders en la precampaña del Partido Demócrata así lo confirma. 

El desencanto ante la crisis provocada por la pandemia, las incertidumbres políticas, el enemigo común (Donald Trump y los ricos), el anticipado fracaso de sus propuestas ultra progresistas ante las elecciones de 2020 y el estallido antirracista tras la muerte de George Floyd, ha puesto a una minoría radical en pie de guerra. Sus excesos y protestas han tomado ahora el camino de la destrucción de símbolos con el objetivo, no de luchar contra el racismo (condenado por Naciones Unidas y la totalidad de las legislaciones democráticas), sino de desestabilizar las democracias liberales y deconstruir indiscriminadamente la sociedad, haciendo añicos su pasado para fracturar su presente.

Símbolos del progreso histórico (Fray Junípero Serra); de la victoria frente a la esclavitud, como señalaba Pérez Maura en ABC (Grant); del reconocimiento del voto de los trabajadores (Jackson); de la lucha contra el nazismo y los totalitarismos (Churchill); de la cultura universal (Cervantes), han sucumbido ante los ataques irracionales de los ultras de la nueva izquierda, ante los ojos atónitos de sus compañeros de viaje y del mundo civilizado.