Pros y contras de investigar a China por el virus

Ciudadanos chinos

La credibilidad de la potencia oriental está en entredicho. Son ya un número considerable de países los que han sembrado la duda respecto a la actuación de China en relación con el coronavirus que ha provocado la crisis sanitaria y económica global más grave del último siglo. Las exigencias de una investigación para determinar de donde salió el virus y cómo fue tratado por el Gobierno chino en una fase inicial han soliviantado al gigante asiático, que ve cómo Estados Unidos, Francia, Alemania y Reino Unido especulan con la posibilidad de investigar dónde se originó el patógeno. 

Pero los indicios no son esclarecedores para sostener esa exigencia de pesquisas inquisidoras contra China. La publicación en Nature de la investigación científica más aplaudida hasta ahora, que confirma absolutamente el origen natural de la COVID-19, descartaba a principios de abril que estuviéramos ante cualquiera de las hipótesis conspirativas: que hubiera sido creado como arma biológica para mermar a la población mundial, o que fuera un experimento elaborado en Wuhan para reducir la población de edad avanzada en China, ni siquiera la teoría del error fatal, según la cual alguien habría dejado caer un tubo de ensayo en la ciudad que ha sido zona cero de la pandemia. Mucho menos aún la hipótesis esparcida por China de que soldados estadounidenses llevaron el virus a la región foco del contagio durante un campeonato deportivo militar el pasado otoño. 

China, por boca de su viceministro de Asuntos Exteriores, ya ha aclarado que no aceptarán que se siente a sus científicos o a sus cargos públicos en ningún banquillo de acusados ante la prensa mundial, víctimas de una presunción de culpabilidad. Y ha mencionado las palabras que nadie quiere escuchar, guerra fría, para explicar las consecuencias que puede tener poner en manos de una corte penal estilo La Haya un proceso inquisitorio a los responsables del origen de esta pandemia. 

El poder de China en los mercados internacionales es muy destacable, y Pekín ha empezado a esgrimirlo como amenaza ante una posible investigación. Al Gobierno australiano ya le ha advertido de que las importaciones de vino y carne procedentes de nuestras antípodas se verán canceladas si el Gobierno de Scott Morrison persiste en su propuesta de abrir un proceso de esclarecimiento sobre el verdadero origen de la infección. Una investigación internacional podría dejar a China expuesta ante la opinión pública mundial si es que se demuestran negligencias a la hora de ofrecer la información oficial sobre el virus y por las medidas de choque para frenar su expansión. La estigmatización del país no ayudaría a la pacificación de la guerra comercial que, en este momento, le enfrenta solo a Estados Unidos, pero que se extendería a otros países occidentales que apostaran por buscar responsables. 

En el caso de Alemania, el aviso ha sido más sibilino aún: según un comunicado de la agencia Reuters hace pocos días, el Gobierno de Merkel se comprometió con diplomáticos chinos a hablar siempre en positivo sobre el papel de China en la crisis del coronavirus. Ahora que Berlín se ha sumado al coro de voces que piden una investigación, se desvela su compromiso para evitar que la imagen del país comunista se viera comprometida. Lo que es poco probable es que la Organización Mundial de la Salud (OMS) emprenda esa investigación “independiente”. Son demasiados lazos los que unen a sus actuales dirigentes con una dictadura que ha regado generosamente de dinero a la institución sanitaria multinacional, lo que está en el epicentro de las críticas de Washington, caricaturizadas por la forma de actuar del presidente norteamericano. 

La exigencia de claridad a China es, pese a todo, obligatoria. No puede zanjarse lo ocurrido sin que este país convenza a la comunidad internacional de que ha adoptado medidas transparentes, responsables y científicamente convenientes. Y debe esclarecer si los plazos en los que se actuó obedecieron realmente a los tiempos de la infección, o el Gobierno chino tardó demasiado en dar respuesta a una infección que inicialmente se tapó a los ojos del resto del planeta. La estrategia de las autoridades chinas hasta ahora ha sido convencernos de que ellos son igualmente perjudicados por un mal de origen natural, pero bien sea por la manipulación de las cifras de incidencia o por la diligencia de sus decisiones, los efectos que han sufrido son menores a los registrados en otros países del mundo como España, Italia o Estados Unidos. 

Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato