Pros y contras de ser 8.000 millones de seres humanos

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Desde el 15 de noviembre somos oficialmente más de 8.000 millones de seres humanos sobre la faz de la Tierra, el doble de los que había en 1974 y mil millones más de los que poblaban el planeta en 2010. Un ritmo vertiginoso, acelerado especialmente en los últimos cien años, pero que tiende a frenarse, puesto que las mismas Naciones Unidas proyectan los 9.000 millones para 2037, o sea un lapso de quince años frente a los doce que transcurrieron para pasar de los 7.000 millones a los 8.000 millones que vivimos, penamos y disfrutamos actualmente. También se evidencia una redistribución poblacional, puesto que más de la mitad de la humanidad se asienta tan solo en siete países: China, India, Estados Unidos, Indonesia, Pakistán, Nigeria y Brasil. Con muchas posibilidades, por cierto, de que India sobrepase a China en pocos años.

Como siempre que se alude a este tipo de hitos surgen numerosas voces, que desde Malthus preconizan que el planeta no será capaz de alimentar a tantas bocas. Una aseveración que la experiencia desmiente, aunque por el contrario la presencia de más y más seres humanos ejerce una presión tan brutal que la cuestión no es solamente si la Tierra podrá alimentar o no a tantos miles de millones de personas sino, sobre todo, si podrá soportar la enorme destrucción a que el hombre está sometiendo a la Naturaleza con la consiguiente depredación de sus recursos.

Una contabilidad oficiosa establece cada año la fecha en que la humanidad agota los recursos a su alcance, y el calendario no hace más que avanzar esa simbólica fecha, de manera que este mismo 2022 ya nos habíamos comido literalmente todo lo que la Tierra produce al cabo de la primera mitad del año. Únase a ello la destrucción de hábitats, la contaminación de las aguas dulces, la polución de los mares y la quema y desaparición de los pulmones verdes de selvas y bosques, y el panorama no resulta muy alentador.

Como se ha puesto de manifiesto en la COP27 de Sharm el-Sheik, las necesidades inmediatas derivadas de la crisis energética y de la guerra en Ucrania posponen la adopción de soluciones más radicales para atajar gran parte de los problemas de habitabilidad del planeta. No son cuestiones menores las hambrunas derivadas del calentamiento climático, agudizadas por quienes utilizan el hambre como arma de guerra, lo que hace prever que las actuales migraciones forzadas por la falta de alimentos provocará éxodos crecientes de las poblaciones más afectadas hacia latitudes más confortables, aunque como también es una evidente mala experiencia no se reciba a tales refugiados con los brazos abiertos precisamente.

La Humanidad, pese a todo, se renueva y rehabilita a sí misma

Decía el Mahatma Gandhi que “el mundo tiene suficiente para colmar las necesidades de todos, pero no la codicia de todos”. Además de este último defecto, lo cierto es que la parte de la humanidad que va accediendo a un mejor nivel de vida, aspira a más y más, fijándose obviamente en quienes han alcanzado las mayores cotas de prosperidad que, como la historia nos muestra,  se ha conseguido en gran parte a costa de sojuzgar a muchos otros seres humanos y esquilmar sus recursos o apropiarse de sus riquezas. Lógico, pues, que lo que se denomina Sur Global aspire a compensaciones que le permitan colmar la brecha con el Norte más avanzado.

Sin embargo, la humanidad es en conjunto una muchedumbre en marcha que a pesar de los pesares también se modifica y rehabilita a sí misma. Hay muchos datos para expresar una conclusión más optimista. Por ejemplo, quienes padecen la lacra de la pobreza extrema, o sea quienes viven con menos de 2 dólares al día han pasado de representar el 44% de la humanidad en 1974 al 10% actual. Han bajado también de los mil millones de personas los que carecen aún de necesidades básicas como el acceso diario al agua potable, a una alimentación sana y suficiente y a cuidados y atención sanitaria dignos de tal nombre. Datos que explican no sólo el avance poblacional del planeta, sino también la indiscutible mejora general de su calidad de vida, impulsada además por los incuestionables avances científicos, que han logrado multiplicar la productividad y el rendimiento de nuestra Tierra.

El secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, con motivo precisamente de este hito, señalaba que los 8.000 millones de habitantes del mundo podrían representar enormes oportunidades para algunos de los países más pobres, que coinciden con el crecimiento demográfico más alto. Guterres también señalaba que “con unas inversiones relativamente pequeñas en atención de salud, educación, igualdad de género y desarrollo económico sostenible podría crearse un círculo virtuoso de desarrollo y crecimiento capaz de transformar las economías y las vidas”.

Sería iluso confiar en que el género humano prescinda de su pulsión natural a entablar guerras para alcanzar o mantener su superioridad sobre los vecinos. Pero, también es verdad que la humanidad ha dado numerosas muestras de alumbrar en todas sus grandes crisis espíritus indómitos, emprendedores y aventureros que han impulsado los grandes descubrimientos y avances de los que todos nos beneficiamos. Seguirá siendo así, y si el planeta se queda pequeño también es seguro que el ser humano conquistará mundos exteriores en los que establecerse, vivir y prosperar. Tiene razón, por lo tanto, Natalia Kanem, directora ejecutiva del Fondo de Población de Naciones Unidas, cuando afirma que “la gran cantidad de vidas humanas existentes no es motivo de temor alguno”.  

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