Proteger Rusia o restaurar una URSS modernizada: el dilema de Putin

vladimir putin

Días después de lanzar la “Operación militar especial” ordenada por el presidente Vladimir Putin con la entrada del Ejército ruso, primero a la región separatista del Donbass y después al resto de Ucrania, sigue sin estar clara la intención del dirigente del Kremlin. ¿Hasta dónde quiere llegar? ¿Cuál es el fin último de la Operación militar?

Existen dos escenarios que surgen de esta incógnita, ambos posibles vistos los acontecimientos en curso.

El primero, sería que Rusia quiere garantizarse un colchón exterior a sus fronteras, desmilitarizado, desnuclearizado y al que la OTAN o cualquier otra alianza militar dirigida por los Estados Unidos, no tenga acceso.

Según esta hipótesis, Vladimir Putin no aceptará bajo ninguna circunstancia que en sus fronteras se establezcan bases con armamento estratégico ofensivo, sea nuclear o convencional.

En la reciente crisis en Kazajistán se ha podido ver claramente que Rusia se ha adelantado a un escenario que no está dispuesto a permitir: el que al calor de las revueltas democráticas inspiradas y apoyadas por los Estados Unidos y sus aliados occidentales, se instalase en Astaná su capital, un régimen y un gobierno cercano a las tesis democráticas y liberales de la Open Society de George Soros y fácilmente manipulable por Washington.

Invocando la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, del que forma parte, el presidente de Kazajistán Kasim-Yomart Tokaev solicitó ayuda militar a Rusia ya que, según Tokaev, su país estaba siendo atacado por miles de hombres armados desde el exterior del país. Putin reunió el Consejo de Seguridad ruso y decidió adelantarse a los acontecimientos abortando el escenario de una nueva “revolución de color” para acabar con el régimen de Kazajistán.

Se trata del mismo Tratado (OTSC) que ha justificado las grandes maniobras militares llevadas a cabo por Rusia y Bielorrusia justo antes de desencadenar la Operación Militar Especial que ha culminado con la intervención de las tropas rusas en Ucrania.

Este Tratado de seguridad colectiva (OTSC) fue inicialmente firmado en mayo de 1992 entre seis repúblicas exsoviéticas (Rusia, Armenia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán) al que se unieron más tarde otros tres, Azerbaiyán, Bielorrusia y Georgia. Durante estos treinta años, el OTSC liderado por Rusia, no ha tenido acciones importantes, ni ha intervenido en los asuntos internos de sus Estados miembros. Y ello a pesar de que Kirguistán lo solicitó en 2010 cuando el país conoció grandes manifestaciones de protesta muy semejantes a las ocurridas hace muy poco en Kazajistán. En aquel momento, Vladimir Putin se opuso a intervenir considerando que se trataba de “un asunto interno” y alegando que la OTSC permite la intervención sólo cuando uno de sus miembros es atacado desde el exterior.

Tres de los antiguos miembros del Tratado no han renovado su adhesión, Georgia, Uzbekistán y Azerbaiyán, pero la Organización sigue en pie y ha crecido en las últimas décadas con la realización de maniobras regulares, la creación de Fuerzas de mantenimiento de la paz en 2007, y de Fuerzas de reacción rápida en 2009, compuestas estas últimas por 20 mil efectivos de élite.

Rusia, al igual que China poseen las fronteras mas grandes del mundo, la primera, más de 20 mil kilómetros y la segunda 2 mil kilómetros más. Ambos tienen fronteras con 14 países. Sin embargo, China posee la ventaja de que sus fronteras son con países asiáticos en los que la presencia militar occidental es mas reducida. Rusia, en cambio, tiene fronteras con Europa, el Cáucaso y el mar Báltico, y es limítrofe de países de los que un gran número han adherido sea a la Unión Europea y algunos de ellos a la OTAN.

El flanco sureste de Rusia se encuentra estable a ojos del Kremlin. Los cuatro grandes países asiáticos limítrofes están considerados por Moscú como amigos o aliados: Corea del Norte, China, Mongolia y Kazajistán. En cuanto a las dos repúblicas exsoviéticas de Armenia y Azerbaiyán situadas en la región del Cáucaso – ambas formaron parte de la OTSC, aunque Azerbaiyán se retiró posteriormente – Rusia ha intervenido para mediar en el conflicto que ambas mantienen desde hace casi 40 años. La complicada geografía política regional ha hecho que Armenia contenga en sus fronteras la “República autónoma de Najichevan” de mayoría de población azerí, y que Azerbaiyán incluya a su vez en las suyas a la “República de Artsaj” no reconocida, con la que se conoce la región de Nagorno Karabaj, ésta de mayoría de población armenia.

El objetivo principal de Moscú al mediar en el conflicto entre sus dos ex aliados soviéticos, fue impedir “la internacionalización” del mismo, que hubiese permitido una penetración en la zona de “fuerzas hostiles a Rusia” y una desestabilización en sus fronteras. Por eso Putin intervino directamente en octubre de 2020 para impedir que los enfrentamientos entre los ejércitos de ambos países, Armenia y Azerbaiyán, diesen ocasión a Turquía para una injerencia inaceptable, como aliado de Azerbaiyán.

Según este escenario, que podemos llamar “el glacis de Rusia en el siglo XXI”, la intervención de Rusia en Ucrania era inevitable. Con ella, Putin persigue varios objetivos que pueden resumirse en tener como vecino un país desnuclearizado y refractario a que la OTAN instale en él sus bases ofensivas. Lo demás, para Moscú, es discutible. Putin puede soportar como vecino a un presidente hostil, anti-ruso, que pretenda abolir el idioma ruso que es el mayoritario entre la población y poner en su lugar el idioma ucraniano – derivado del anterior, por cierto – o el inglés, que rompa con la Iglesia ortodoxa de Moscú y caiga en el secesionismo religioso o en manos de la “iglesia católica uniata” del oeste ucraniano, que fue una quinta columna del nazismo para la invasión de Polonia y Rusia en la Segunda Guerra Mundial. Putin puede aceptar todo eso y más; pero no puede aceptar que Kiev abra las puertas de su territorio a bases militares de la OTAN o a los Marines estadounidenses.

El gran problema para el líder del Kremlin es que una parte de sus antiguos aliados de la Unión Soviética, ya han abierto puertas a las fuerzas militares occidentales, como Lituania, Estonia, Letonia, Polonia, Bulgaria y Rumania. El próximo objetivo de Putin, si se consigue que el actual de Ucrania termine con una negociación en la que Kiev acepte la neutralidad del país y cierre la puerta a la OTAN, será obtener de estos países “alineados con Washington” que no vayan más allá en su alianza militar.

Además del despliegue realizado por la OTAN de batallones defensivos en Estonia, Letonia, Lituania y Polonia, la organización atlántica está presente militarmente en Bulgaria y Rumania.

Lo que el Kremlin pretende, al menos oficialmente, es volver a la situación de seguridad que prevalecía en Europa antes de 1997 cuando se acordó el Acta Fundacional OTAN-Rusia, firmada por el presidente ruso Boris Yeltsin, el Secretario general de la OTAN Javier Solana, el presidente estadounidense Bill Clinton, y el presidente francés Jacques Chirac. En aquel entonces la OTAN se comprometió a no expandirse en las cercanías de Rusia. Algo que la Organización atlántica no cumplió y en 1999 adhirieron a la OTAN la República Checa, Hungría y Polonia; en el 2004 lo hicieron Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumanía; y cinco años más tarde, en 2009, lo hicieron Albania y Croacia; Montenegro, en 2017; y Macedonia del Norte, en 2020.

Si la política, la diplomacia y las negociaciones bilaterales y multilaterales no han tenido éxito, el único medio para volver a esa situación de seguridad colectiva es el uso de la fuerza, estiman los dirigentes del Kremlin. Putin hace suya esa estrategia, y sus jefes militares, el ministro de Defensa Serguei Shoigu y el jefe de Estado mayor Valeri Guerasimov, le aplauden. Moscú no quiere repetir la amarga experiencia de su derrota en Afghanistán y de sus prestaciones insuficientes en Siria, y está dispuesto a ir hasta el final en la guerra de Ucrania. Un final que bien puede limitarse a un acuerdo negociado entre Putin y Zelenski o un vuelco en la situación interna en Ucrania con el derrocamiento del actual régimen y un pacto de no-agresión entre Rusia, Bielorrusia y Ucrania.

El segundo escenario, que Rusia tenga como objetivo último restaurar un nuevo modelo de “unión institucional” con los antiguos miembros de la Unión Soviética que estén dispuestos, y con otros nuevos que lo quieran.

Se trataría en este caso de una Organización militar de defensa colectiva de nuevo cuño, en la que, además de los actuales miembros de la OTSC, se reintegren Ucrania, Azerbaiyán, Siria, Irán, Cuba, Nicaragua y Venezuela, entre otros. Una forma de “volver atrás la rueda de la Historia” y recuperar el esplendor perdido. Proyecto que podría completarse a ojos del dirigente del Kremlin con una variante militar de la alianza asiática iniciada entre Rusia, China e Irán. Hay que recordar el pensamiento de Vladimir Putin cuando consideró que la caída y desintegración de la Unión Soviética fue “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”, que en Rusia y en él mismo ha dejado una profunda huella.

¿Trataría de esta forma de recuperar ese sueño mítico, bajo otras formas?

Esta “alianza militar sui generis” alternativa a la OTAN, permitiría a Vladimir Putin dotarse de un paraguas internacional de apoyo a “los enclaves prorrusos” que existen en diferentes países del entorno de Rusia y que se encuentran sometidos a sanciones, embargos y presiones externas de los países en los que se encuentran o del bloque occidental internacional.

Es el caso de la región moldava de la República Moldava Pridnestroviana; de las regiones ucranianas de la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk; las georgianas República de Abjasia y República de Osetia del Sur; el enclave de Kaliningrado, situado entre Lituania y Polonia en el Mar Báltico; y por supuesto la península de Crimea con Yalta y Sebastopol. Rusia dispondría de este modo de un amparo internacional que le permitiría mantener estas regiones bajo su control y defenderlas militarmente llegado el caso.

Cualquiera de las dos variantes que se considere es la estrategia final de Putin, estamos ante un nuevo mapa geopolítico y estratégico internacional que sigue conformando sus contornos. La penetración rusa en Ucrania es sólo un capítulo del mismo.   

Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato