Opinión

Putin crea el neoconservadurismo a la rusa

photo_camera Putin creates Russian-style neoconservatism

El neoconservadurismo ya no es pecado. Lo ha sido durante muchos años desde que su concepto fue acuñado en la SAIS, la muy puritana School of Advanced International Studies de la Universidad Johns Hopkins de Baltimore, y mucho más desde que sus principales representantes e ideólogos hicieran camarilla alrededor de la Casa Blanca creando el lobby de poder más contundente que se recuerda. Entonces, las ideas neocon eran repudiables y combatibles desde cualquier punto de vista civilizado y progresista, pero aquellos combates por las ideas están ya en retirada. Si a todos los que combatieron contra la corriente ideológica estadounidense les asaltara ahora la misma indignación al leer los nuevos preceptos de la Constitución de Rusia cuya reforma acaban de votar los ciudadanos de ese país, no tendríamos espacios suficientes para recogerla. Pero se da la circunstancia de que quien promueve esta reforma claramente regresiva, de acuerdo con los parámetros establecidos en Occidente, es un país que nunca ha concitado la crítica mundial por los mismos o parecidos argumentos por los que son linchados los Estados Unidos y especialmente su actual presidente. Veamos:

Poder ilimitado

A partir de ahora podremos hablar de referéndum ruso a la búlgara, con casi el ochenta por ciento de los ciudadanos convocados a las urnas manifestando su apoyo al megaliderazgo. El tipo de repúblicas que ofrecen regalos y premios por votar, y que presionan a las empresas para que facilitaran el voto de sus empleados o permiten voto a domicilio, ese tipo de repúblicas tienen un calificativo que el lector sabrá colocar extrayéndolo entre líneas. Se trataba de un plebiscito sobre la figura del presidente en el que el baremo era la participación, y esta ya superado el 65%, con lo que el objetivo primordial está cumplido. Ahora Putin podrá presentarse a la reelección dos veces más, para culminar una vida entera encaramado al sillón presidencial de una de las grandes potencias mundiales, que desde su llegada al Kremlin habrá visto pasar cuatro presidentes en su gran adversario y antagonista: Bill Clinton, Bush jr., Barack Obama y Donald Trump. Cierto es que en 2008 no pudo doblegar las leyes de limitación de mandatos y tuvo que ceder la presidencia a su delfín Dimitri Medvédev durante cuatro años, pero su reentré en el palacio presidencial fue ya en 2012 con todas las consecuencias y con la voluntad de ser el hombre que más años ha dirigido Rusia en el último siglo. Una acumulación de poder que debería causar el temor y la desconfianza, pero el problema para los sectores progresistas universales son las monarquías parlamentarias europeas, carentes de poder ejecutivo, que establecen la sucesión por motivos hereditarios y de linaje. 

Presión anti LGTB

La Constitución que va a sacar adelante Putin propone “defender el concepto de matrimonio como unión entre un hombre y una mujer”. ¿Alguna voz crítica en la sala? No se han escuchado, concentradas como están en la crítica continua del mandato de Trump. “Mientras yo sea presidente, no habrá progenitor uno y progenitor dos, habrá mamá y papá", ha dicho Putin hace pocos meses para dar a conocer su enmienda constitucional en favor del matrimonio y la familia tradicionales. Las manifestaciones orgullosas y el marcaje a los gobiernos por la igualdad de derechos siguen en cambio insistiendo en países donde el avance en este terreno ha sido definitivo. La mayoría de los rusos apoya esa enmienda. No resulta muy difícil imaginar cómo será la vida diaria de las personas homosexuales en la actual Rusia. El silencio internacional ante esta regresión conservadora es clamoroso, como lo fue cuando se aprobó en Moscú la ley de violencia de género que permite las palizas a la mujer en el seno doméstico si se producen solo una vez al año, porque considera que dos veces sería reiterativo. 

Los guardianes de la fe y la lengua

La incrustación de la fe ortodoxa y de la figura de Dios en el marco constitucional profundiza en ese giro neoconservador que Putin da a su país, sin oposición reconocible por falta de libertad para ejercerla. Apuntala además el concepto de la educación patriótica que desde hace décadas ya se emplea en Rusia. La consideración de la lengua rusa como única del pueblo fundador de la patria arrincona las lenguas minoritarias de un país que tiene decenas de etnias repartidas por su vasta extensión de terreno. 

Lo que va de Putin a Trump

Si Donald Trump proclamara que la legislación norteamericana está por encima de la legalidad internacional, que se supone queda marcada desde Naciones Unidas, el escándalo mundial sería mayúsculo como ya ocurrió con la justificación de la intervención en Irak por su antecesor George Bush. Para la nueva Constitución rusa, el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo o la Corte Penal Internacional de La Haya no son órganos competentes sobre sus nacionales. Las enmiendas se reservan además la capacidad de control de los tribunales por el poder político, algo que nunca podría ocurrir con las mencionadas instancias internacionales. 

Hay conceptos de la nueva Constitución que sí serán del agrado de los sectores más extremistas de la izquierda mundial, como el tratamiento que dará a la memoria colectiva sobre la victoria soviética en la Segunda Guerra Mundial. La verdad histórica será establecida por ley de manera obligatoria, lo mismo que se quiere implantar por ejemplo en España con la Guerra Civil de 1936. Con todo esto, el presidente ruso ha encontrado el camino opuesto al de los países europeos vencidos por el relativismo y la pereza social e histórica: su camino es el patriotismo a ultranza y la defensa de los valores tradicionales de la sociedad rusa de los últimos siglos. Ha propuesto combatir la decadencia que hay a su alrededor con una nueva Constitución que apuntala su estrategia de acoso a las democracias occidentales, acoso del que se sirve con métodos reconocidos y reconocibles como esta legislación y también con métodos inconfesables y ocultos que jamás reconocerá pero que cualquier perspicaz ciudadano sí sabría reconocer.