Religión y diplomacia en Marruecos y en Oriente Medio

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Durante mucho tiempo, las religiones, o mejor dicho las diferencias entre ellas, han sido uno de los impulsores de los conflictos entre personas y sociedades a través de la historia de la humanidad. Las tensiones son especialmente latentes en los lugares donde coexisten un gran número de religiones y sectas. Oriente Próximo, donde surgieron las tres grandes religiones monoteístas, y el Norte de África (el Magreb) son dos ejemplos de tales lugares.  

Los análisis hechos desde Europa y América a menudo reducen la complejidad de las sociedades orientales a los estereotipos con los que se las asocia habitualmente: uno de estos estereotipos es la percepción de las religiones como principal variable detrás de los numerosos conflictos que asolan la región, obviando otros factores como la desigualdad, los intereses geopolíticos y, sobre todo, las fatídicas consecuencias del colonialismo europeo. Es más, para reconocidos expertos como Gregory Gause III, la religión funciona como un canal a través del cual las élites autoritarias de los países en Oriente Medio procuran proteger sus intereses – lo cual puede implicar ahondar el conflicto entre sectas enfrentadas en un mismo país.  

De esta forma, las religiones se convierten en un instrumento usado cínicamente por los gobernantes, y no en un motor de los conflictos regionales. Por ejemplo, la minoría alauí en Siria, a la que pertenece la dinastía Assad, cimentó su dominio en el país mediante el apoyo de otros grupos minoritarios como los cristianos, con el pretexto de evitar un gobierno dominado por la mayoría sunní. En Irak, donde Arabia Saudí e Irán batallan por controlar la miríada de grupúsculos y partidos según su afinidad con las élites en Riad y Teherán, se ve una situación similar. 

En definitiva, la religión no explica por sí sola el reguero de conflictos en Oriente Medio y África del Norte. Sin embargo, sí tiene un papel destacado en las relaciones internacionales. Si bien, tal y como se ha mencionado, las religiones pueden utilizarse para ahondar en las divisiones sociales e incluso azuzar las tensiones, también pueden ayudar a acercar posturas entre gobiernos y tejer alianzas improbables. La diplomacia de la religión está siendo explorada por gobiernos de todo el mundo como una herramienta para facilitar el entendimiento entre países, sin dejar de lado los intereses nacionales. 

No es casualidad que la diplomacia de la religión haya estado muy latente durante los últimos dos años en Oriente Medio y el Magreb. En este período ha habido movimientos geopolíticos sin precedentes que han llevado a una progresiva reconfiguración de las relaciones entre países, y a un realineamiento de alianzas. Los Acuerdos de Abraham firmados en agosto de 2020 entre Israel y dos países árabes, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, consolidaron el silencioso pero imparable acercamiento que desde hacía años se estaba observando entre Tel Aviv y varios gobiernos de la península árabe. Mediante los Acuerdos de Abraham, Israel conseguía el reconocimiento formal de los Emiratos y de Bahréin. A este reconocimiento ha seguido la apertura de los mercados domésticos israelís a los inversores emiratís y bahreinís, y viceversa. 

Marruecos no tardó en sumarse a los acuerdos y normalizó sus relaciones con Israel en diciembre de 2020. Tradicionalmente el reino alauí ha adoptado una postura menos crítica hacia Israel en comparación con otros gobiernos del mundo árabe, destacando también la participación de parte de su comunidad judía en asuntos políticos, como demuestra el hecho de que André Azoulay, de confesión judía, es uno de los principales asesores y confidentes del rey Mohamed VI. Sin embargo, hasta 2020 Marruecos e Israel no mantenían relaciones diplomáticas.  

Las motivaciones políticas y económicas que empujaron a Marruecos, así como a Emiratos y Bahréin, a unirse a estos históricos acuerdos son evidentes, sin perjuicio de la presión que ejerció Estados Unidos, que pretendía presentar los Acuerdos de Abraham como un triunfo de la administración Trump en su afán por contribuir a la estabilización de Oriente Medio. Pero los Acuerdos de Abraham, lejos de centrarse sólo en cuestiones económicas, han ido de la mano de una mayor cooperación en materia religiosa. La referencia al padre de las tres religiones monoteístas en el nombre de los acuerdos es muestra evidente de que éstos no están destinados únicamente a tratar de resolver un conflicto político, sino también a promover el entendimiento religioso. 

Los Emiratos Árabes Unidos han aprovechado el acercamiento con Israel para promover un diálogo entre las confesiones mayoritarias en ambos países, el islam y el judaísmo. En noviembre de 2020 ministros de Israel y de los Emiratos participaron en un evento con representantes de ocho religiones presentes en ambos estados para conmemorar el Día Internacional de la Tolerancia. Los acuerdos también han servido para alertar sobre la discriminación por motivos religiosos, como muestra un histórico memorándum contra el antisemitismo firmado entre Israel, Emiratos Árabes Unidos y Estados Unidos en octubre de 2020. Desde 2019, el gobierno emiratí está dando gran importancia a la diplomacia de la religión. La visita del Papa Francisco a los Emiratos en 2019, la primera vez en la historia que un papa visita la Península Árabe, es otro ejemplo de ello. Bahréin también está desarrollando una diplomacia con la religión en el centro, como muestra la reciente inauguración de la iglesia más grande del Golfo Pérsico en diciembre de 2021, con capacidad para unas 2500 personas.  

Israel, los Emiratos y Bahréin perciben la diplomacia de la religión y la promoción de la tolerancia religiosa como un pilar de su soft power (poder blando), es decir, su capacidad de ser vistos de forma atractiva por los ciudadanos y gobiernos de otros países. En otras palabras, caer bien. 

Marruecos también se ha sumado a la diplomacia de la religión, especialmente desde el reconocimiento mutuo con Israel. El gobierno marroquí anunció en diciembre de 2021 la rehabilitación de más de 13.000 tumbas judías en Fez, así como la restauración de sinagogas y otros lugares de culto. Aunque actualmente la comunidad judía en el país sea de unos pocos miles, la historia de Marruecos ha estado ligada desde hace tiempo con el judaísmo, siendo el hogar de más de 300.000 judíos a mediados del siglo XX y, en la actualidad, aproximadamente un 7% de la población judía en Israel tienen ascendencia marroquí, según el censo de 2019.  

De hecho, ya antes de la firma de los Acuerdos de Abraham se habían llevado a cabo importantes renovaciones de lugares de culto judíos, como la de la sinagoga Ettedghi de Casablanca en 2016. Aun así, con los acuerdos se han abierto nuevas avenidas de cooperación entre Marruecos e Israel, como muestran las recientes excavaciones en la cordillera del Atlas, hechas por un equipo de arqueólogos de ambos países. La preservación de la riqueza cultural y religiosa y la promoción de un diálogo intercultural se han convertido en unos de los principales objetivos de los acuerdos, y en un pilar de la diplomacia de ambos países.  

Con los acuerdos, se ha abierto un nuevo capítulo en las relaciones árabe-israelíes. Aunque movidos por los intereses comerciales y diplomáticos, los Acuerdos de Abraham han supuesto una oportunidad única para mejorar el entendimiento entre seguidores de diferentes religiones. La diplomacia de la religión muestra que proteger los intereses nacionales no siempre está reñido con la promoción del respeto y la tolerancia entre los pueblos y las personas de diferentes culturas y confesiones.  

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