Opinión

Revive el polvorín del Cáucaso

photo_camera Armenia Azerbayán

El viejo conflicto territorial entre Armenia y Azerbaiyán, que llevaba aletargado algunos meses, ha vuelto a convertirse en una amenaza para la paz que, de hecho, nunca existió. Hace una semana, fuerzas de los dos países se enfrentaron durante cuatro días con artillería ligera y hasta luchas cuerpo a cuerpo. Aunque no hay datos oficiales fiables, se calcula que hubo más de treinta muertos, en buena parte civiles que se sumaron a la batalla con piedras y cuchillos.

El enfrentamiento es consecuencia de la diputa por el territorio del Alto Kabaja, o Nagorno Karabaj, un territorio montañoso cuya soberanía fue un problema que dejó olvidado el proceso de desintegración de la Unión Soviética. Sus orígenes se remontan a 1916, antes incluso de la Revolución, y se fue activando en varias ocasiones entre las dos etnias y religiones. La intervención de las fuerzas de la URSS resolvió las disputas de forma drástica sin mayores complicaciones, pero no consiguió asentar la paz.

Desde entonces, el territorio, de apenas 4.400 kilómetros cuadrados y unos 150.000 habitantes, pasó por todo tipo de vicisitudes. Oficialmente es parte de Armenia y es armenio el mayor número de hablantes. Pero incluso, la población está dividida, en dos etnias y religiones: cristianos los armenios y musulmanes los azeríes. En el Norte, siguen considerándose comunistas y soviéticos y han creado el Estado, una república que nadie reconoce.

En 1985 se produjeron matanzas, verdaderos pogromos y una guerra -con armas del Ejército Rojo-, que se saldó con 30.000 muertos. En 1999 se firmó un acuerdo de paz que fue alterado en múltiples ocasiones con incidentes en las fronteras que fueron dejando un reguero de otras 2.000 víctimas. Los independentistas apoyados por Armenia proclamaron la independencia y crearon un mini estado, Mekistariyan, que tampoco cuenta con reconocimiento internacional, aunque goza de la protección de Armenia que les apoya financieramente, les proporciona pasaportes y garantiza su defensa ante los ataques azeríes. 

En los últimos dos años se mantuvo una tregua precaria, que nadie ignora que es ficticia: apenas se cometieron atentados y las escaramuzan fronterizas fueron menos frecuentes. Numerosas reuniones internacionales intentando llegar a un arreglo han fracasado, y la tensión, que nunca ha desaparecido, ha vuelto a revivir tras el reciente incidente cuyas razones concretas no se han aclarado, pero el ambiente que han generado y los apoyos por ambas partes que han surgido vuelven a convertir al Cáucaso Sur en un polvorín.