Rusia y el orden internacional

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El primer objetivo de Vladimir Putin con su agresión militar es cambiar el Gobierno y determinar una nueva soberanía en Ucrania. En qué términos, aún no está claro. Dependerá del resultado de la guerra y de las exigencias impuestas en la negociación. Es decir, podría limitarse a la secesión de las provincias del Donbás y Crimea y su integración en la Federación rusa. O bien añadir, en esa legitimación de hechos consumados, algún territorio que sirviera para unir las provincias segregadas y para inhabilitar el acceso al mar del nuevo Estado de ucraniano, así como algún otro territorio para habilitar el paso a través de los Cárpatos hacia Europa. O bien podría aspirar a controlar la totalidad del país mediante una ocupación, poco probable, o mediante el establecimiento de un gobierno afín como es el caso del Gobierno bielorruso.

El segundo objetivo de Putin es la imposición de un orden de seguridad europeo, en donde podría incluir reclamaciones relacionadas con la prohibición del despliegue de determinado armamento en países de la OTAN, cercanos o limítrofes con las zonas consideradas por los rusos como de su influencia, tanto en Europa Central como en la región Báltica. U otras demandas que exigieran el mantenimiento de la no alineación de países como Suecia o Finlandia, cuyo estatus de neutralidad se ha cuestionado tras la invasión por los propios Gobiernos nórdicos, ante el temor de una escalada de la ambición geoestratégica rusa. Finalmente, podría plantear algunas limitaciones en las capacidades de algunos países miembros de la OTAN como Bulgaria y Rumanía, para volver a crear un nuevo telón de acero desde Bielorrusia y Ucrania hasta el mar Negro.

El tercer objetivo del presidente ruso es mantener un estatus de gran potencia en el nuevo orden global y hacerlo desde una interpretación geopolítica, donde la potencia rusa haga valer su capacidad militar y su ventaja territorial frente a sus debilidades económicas y demográficas. Para tal fin, Rusia construye y alimenta en el exterior un relato crítico y agresivo contra los valores democráticos y liberales para debilitar la atracción del sistema político y cultural occidental sobre terceros países. Aprovechando para ello la progresiva incertidumbre generada por el modelo democrático en distintas regiones y en países concretos, donde la polarización y los populismos han servido como instrumento de agitación gracias a la conectividad.

En ese orden de competición y confrontación entre potencias revisado, Rusia ganaría protagonismo al dividirse Estados Unidos en una doble estrategia en el Atlántico y en el Pacífico, pero alejado de Asia Central. India, una democracia potencialmente inestable de 1.400 millones de habitantes, estaría en mejores condiciones para incrementar acuerdos energéticos y de seguridad con Rusia. Y en ese sistema multipolar, pero no bipolar (Occidente – China), y con distintas opciones abiertas en Oriente Medio, África y América Latina para que cualquier potencia incremente su influencia política, Rusia buscaría un equilibrio estratégico con China en Eurasia.

Este especulativo orden de grandes potencias pasaría, sin embargo, sobre el pantanoso terreno de las reclamaciones territoriales que, siguiendo la estela abierta en Ucrania, encontrarían argumentos solventes en caso de que la estrategia rusa tuviera éxito. El interés chino por incorporar Taiwán a su soberanía no es la única reclamación de la potencia asiática, que disputa territorios insulares con distintos países - Japón el más destacable - y que aspira a considerar como soberanas distintas rutas a través de los dos mares que la bordean. Además de otras confrontaciones que pueden hacer su aparición en Asia, en disputas territoriales de baja intensidad entre India y China o Pakistán y la India.

Al desatar en Ucrania una acción unilateral de semejante desproporción para reclamar una revisión del orden centroeuropeo, pero cuyos objetivos a largo plazo son más ambiciosos y tienen consecuencias a nivel mundial, Rusia se ha quedado debilitada en su credibilidad y en su capacidad de generar apoyos. La reacción y contraofensiva económica internacional ha trasladado un mensaje firme, cual es el de hacer frente a la imposición de una potencia militar desde la unidad de acción y la diversidad de actores y recursos económicos, defensivos, humanitarios y diplomáticos. La invasión de Ucrania ha hecho presente la geopolítica en el mundo de hoy y ha convertido en imprescindible una estrategia euroatlántica sin fisuras, comprometida con la defensa. Pero el retorno de Rusia a un marco de negociación confirmaría que las agresiones son inadmisibles en cualquier propuesta de reforma del orden internacional y que las amenazas planteadas desde la superioridad militar no pueden ser prevalentes en las relaciones internacionales del siglo XXI.   

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