Opinión

¿Se tambalea el modelo de convivencia centroasiático? Secesionismos y conflictos interétnicos

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Este documento es copia del original que ha sido publicado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos en el siguiente enlace.

El autor analiza desde una óptica neorrealista qué papel juega la diversidad identitaria y multiétnica de los países de Asia Central en el sistema regional. El modelo centroasiático de convivencia, fruto de siglos de mezclas raciales, fue utilizado por Moscú como instrumento de división y control en estos países. Sin embargo, desde los años noventa ha sido usado como herramienta de cohesión por las repúblicas recién independizadas. Para terminar, Pekín, a través de la OCS, lo ha empleado como excusa para atraer la atención y obtener el beneplácito de estos territorios. ¿Hasta qué punto puede decirse que los modelos centroasiáticos de tolerancia interétnica son exitosos? ¿Los conflictos surgidos son endógenos o vienen exacerbados desde fuera como parte del Gran Juego?

Introducción

La rica diversidad étnica actual de Asia Central no solo se debe a la historia remota, cuando los grandes imperios de la Antigüedad y la Edad Media transitaron por aquella región y dejaron su poso entre pueblos nómadas y ciudades asentadas. Para comprender el fenómeno, principalmente hay que mirar al siglo XX y a la decisión de Stalin de diseñar unas fronteras que respetaban más bien poco la historia y la distribución étnica del lugar y que dejaron ciudades tayikas, como Samarcanda, dentro de Uzbekistán, por poner solo un ejemplo. Además, con su política de deportaciones masivas, Stalin incrementó el número de etnias que había con gentes provenientes de la península coreana y de regiones centroeuropeas.

Cuando aquellas meras divisiones administrativas entre repúblicas de una misma unión cristalizaron en Estados-nación, los nuevos gobiernos se encontraron con el problema de tener que acordar una delimitación de fronteras más clara. Aun así, algunos enclaves quedaron en el territorio de repúblicas vecinas, como islas en medio de otro país. El valle de Ferganá, que se extiende por el territorio de tres Estados —Uzbekistán, Kirguistán, Tayikistán—, es un buen ejemplo.

Estas situaciones provocan de vez en cuando enfrentamientos interétnicos, en la mayoría de los casos combinados con problemas socioeconómicos o simplemente con peleas entre familias o clanes. Es lo que ha sucedido en distintas ocasiones en los últimos treinta años en el sur de Kazajistán o en localidades fronterizas entre Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán.

Por otro lado, en algunas regiones existe una cierta presión secesionista por distintos motivos. En el norte de Kazajistán hay una amplia minoría rusa que periódicamente recuerda que este país era solo una suma de estepas habitadas por nómadas hasta que fue sometido a un proceso de rusificación (s. XIX) y, sobre todo, de sovietización (s. XX) y que, por lo tanto, solo existe como Estado gracias a Rusia. Es bien sabido que las minorías nacionales rusas presentes en distintos sitios de la extinta Unión Soviética son utilizadas por el Kremlin para ejercer presión sobre los gobiernos locales. En Tayikistán, algunas fracturas sociales y étnicas no resueltas que dieron lugar a la guerra civil (1992- 1997) siguen aún vigentes, aunque con menor intensidad, y hacen emerger reivindicaciones autonomistas o secesionistas.

Se puede decir que el modelo centroasiático de tolerancia étnica y religiosa es exitoso y solo se ha roto en contadas ocasiones. Es necesario ver cuáles son las claves de ese éxito y por qué fracasó en determinados momentos, entre los cuales destacan por el número de afectados los disturbios de Osh de 1990 o la crisis de junio de 2010, cuando se desató la violencia en el sur de Kirguistán.

Por otro lado, también es interesante ofrecer una descripción del papel que juegan los clanes en la vida política actual de estas naciones, donde el concepto de partido político es ajeno y aún se tiene en cuenta esa otra categoría —la de clan— para distribuir los puestos de poder. ¿Fue la tragedia de Almaty de enero de 2022 un simple escenario de lucha por el poder entre clanes o fue la culminación de unas protestas de raíz socioeconómica?

Por último, la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) nació para luchar contra tres males principalmente: el terrorismo, el extremismo y el separatismo. No obstante, es pertinente preguntarse si la participación centroasiática en la organización ha ayudado a estos países a luchar contra el separatismo o si no tiene absolutamente nada que ver y la OCS es simplemente un instrumento de China para acercarse a ellos1, ya que tradicionalmente se han considerado una zona de influencia exclusiva de Rusia2,3.

Así pues, en este artículo se manejan varios marcos teóricos. Por un lado, el constructivismo es útil para entender el proceso de construcción de identidades4. La asimilación de las diversas nacionalidades bajo el yugo soviético disimuló las diferencias, pero las tensiones nacionalistas y étnicas afloraron en la época de la perestroika y la glásnost. Los líderes centroasiáticos construyeron nuevas identidades nacionales echando mano de una cultura y unos héroes poco conocidos hasta ese momento. El constructivismo ayuda también a entender que, ante los mismos datos objetivos, el otro puede ser percibido como amigo o como enemigo y que es más ventajoso para todos mantener una buena relación. Es más, aunque los datos objetivos sean adversos, una fuerte voluntad y el impulso de una narrativa adecuada pueden ayudar a construir relaciones pacíficas entre Estados5.

Por otro lado, el neorrealismo sirve para explicar cómo la misma existencia de minorías nacionales con cierta entidad en número y capacidad de autoorganización puede ser usada como un instrumento en manos de potencias extranjeras para plantear problemas internos a los países centroasiáticos. Estos países han apostado en diversas ocasiones por el institucionalismo liberal en la fe de que la creación de instituciones internacionales serviría para resolver problemas enquistados tras la disolución de la URSS —como los surgidos en torno a la distribución del agua y la energía— o nuevos desafíos y amenazas —tráficos internacionales ilícitos o terrorismo, entre otros ejemplos—. El resultado ha sido muy limitado, pues dichas instituciones han servido más bien a los intereses de las grandes potencias6.

El modelo centroasiático de convivencia

En rigor, no se puede hablar de modelo centroasiático, pues en cada una de las cinco repúblicas se estableció un modelo similar pero no idéntico. Subrayando esas similitudes, se puede afirmar que la composición étnica de estos países se debe tanto al pasado remoto, plagado de idas y venidas de distintos imperios que fueron dejando su semilla, como al pasado no tan lejano de la influencia rusa, sea en su versión del Imperio zarista o soviética. En efecto, las diversas etnias presentes en la zona antes del siglo XIX convivían ya pacíficamente, principalmente porque eran nómadas o porque se beneficiaban de la Ruta de la Seda. Cuando los rusos ocuparon el territorio, sometieron a aquellos pueblos a un proceso de rusificación, inundando las estepas con familias provenientes de Rusia y llevando a las ciudades la cultura rusa (teatro, ballet, literatura…).

Por último, no hay que olvidar el gran impacto que supuso la deportación de poblaciones enteras a Asia Central ordenada por Stalin. En aquella época, la mezcla de etnias no se vio como una amenaza para el poder central, sino que se entendió como una garantía para asegurar que en aquellas tierras, tan alejadas de Moscú, no surgiría un movimiento nacionalista o secesionista. Hay que recordar que Stalin conocía muy bien las aspiraciones nacionalistas de estos territorios, pues los bolcheviques ofrecieron a los locales la promesa de la independencia si los ayudaban a luchar contra el Imperio zarista. La Revolución bolchevique triunfó en el emirato de Bujará, que comprendía, grosso modo, los antiguos kanatos de Bujará, Jiva y Kokand. Estos pasaron a convertirse en la República Popular Soviética de Bujará, que comprendía las actuales Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán. Mientras tanto, los territorios de las actuales Kazajistán y Kirguistán pasaron a denominarse República Autónoma Socialista Soviética del Turkestán. Así pues, cumplieron su promesa los bolcheviques, sí, pero a continuación transformaron esas repúblicas independientes en soviéticas, ya que el nacionalismo era entendido por los marxistas como una expresión política del liberalismo —es decir, de la burguesía—7 y, obviamente, no habían hecho una revolución contra los zares para fomentar una república liberal en sus fronteras. Así pues, en los años veinte —sobre todo acabada la guerra civil—, iniciaron un proceso de sovietización de la zona consistente en refundar las ciudades de acuerdo al ideario comunista, por lo que desaparecieron los centros de culto, proliferaron las industrias y los barrios se ordenaron en torno a los centros de producción.

El Imperio zarista ya era multiétnico, como se encargó de inmortalizar el fotógrafo Serguéi Mikhailovich Prokudin-Gorskii en sus imágenes a color tomadas para el zar Nicolás II a comienzos del siglo XX. El primer Sovnarkom —el Consejo de Comisarios del Pueblo, el primer Gobierno soviético de 1917— tuvo a un georgiano, Joseph Stalin, al frente del Comisariado de Nacionalidades y desde allí se intentaba demostrar que la variopinta diversidad étnica, reflejada en los trajes folclóricos, no podía ser una encarnación de ideales nacionalistas que reclamaban la secesión de la Madre Rusia, pues, como se ha afirmado, esa idea es reflejo de una ideología burguesa. Según el comunismo, todos los pueblos estaban llamados a sumarse a la lucha común: la del proletariado contra los opresores capitalistas dueños de los medios de producción y, por extensión, contra los países capitalistas.

Por tanto, ese modelo de convivencia pacífica entre personas provenientes de distintas etnias no es algo nuevo. Durante la época soviética, el «pegamento» que mantenía unida a la URSS era el ideal comunista de la revolución obrera y el temor a las represalias de Moscú.

Estas repúblicas accedieron a la independencia tras la desmembración de la Unión Soviética de manera casi inesperada. Mientras que en las repúblicas bálticas sí se había fomentado durante algún tiempo un sentimiento nacionalista, aquí apenas existía. Quizás pueden entenderse como expresión nacionalista el Zheltoksan de Almaty (1986) o los disturbios de Dushanbe (1990), pero ambos episodios tuvieron más bien un carácter de protesta contra Moscú que un tinte nacionalista-independentista: sus protagonistas querían manifestarse contra decisiones tomadas en Moscú8, no buscaban abandonar la Unión Soviética ni el comunismo, aunque ambas cosas acabaron sucediendo poco más tarde (1991).

Inmediatamente después, se puso en marcha la maquinaria propagandística, pues un pueblo necesita símbolos, no solo progreso económico: los ciudadanos necesitan una motivación, un elemento espiritual que los mantenga unidos trabajando en la misma dirección. En palabras de Ortega y Gasset:

«La potencia verdaderamente substancial que impulsa y nutre el proceso es siempre un dogma nacional, un proyecto sugestivo de vida en común. Repudiemos toda interpretación estática de la convivencia nacional y sepamos entenderla dinámicamente. No viven juntas las gentes sin más ni más y porque sí; esa cohesión a priori solo existe en la familia. Los grupos que integran un Estado viven juntos para algo: son una comunidad de propósitos, de anhelos, de grandes utilidades. No conviven por estar juntos, sino para hacer juntos algo»9.

Los burócratas de estos países consideraron que había que resucitar antiguas leyendas, viejos mitos, que ayudaran a ofrecer una cohesión histórica a ciudadanos de repente atrapados en un Estado nuevo que ya no era la URSS. Así, comenzaron a rebuscar en su pasado más remoto y rescataron incluso a personajes legendarios, poniendo prácticamente al mismo nivel a Alejandro Magno, Gengis Kan, Tamerlán, Somoní, Babur o Manas10. La arqueología y la historia se pusieron de moda, pues había que buscar a toda prisa referentes comunes, hacer estatuas, hallar restos de civilizaciones previas, encontrar símbolos decorativos tradicionalmente usados en la arquitectura presoviética… Y, por supuesto, había que revitalizar los folclóricos bailes regionales, con sus canciones, su música y sus trajes.

El modelo que mayoritariamente se adoptó en estos países no fue el de subrayar las diferencias para jerarquizar los grupos étnicos, sino el de aprovechar la herencia soviética para anular en la práctica dichas diferencias y atribuir al Estado la capacidad de erigirse en única nacionalidad. Mientras tanto, las particularidades folclóricas quedarían preservadas como herencia cultural, como producto superfluo que mostrar a los turistas o en festivales. En todo caso, la diversidad étnica no supondría un problema y a todos se les garantizaría el derecho a manifestar sus expresiones artísticas y culturales, incluido el uso de la lengua. No hay que olvidar que el ruso no solo mantuvo durante mucho tiempo el estatus de lingua franca en toda la región, sino que fue lengua oficial en algunos países. Allí donde por siglos se había desarrollado un idioma propio y se había consolidado gracias al florecimiento de las ciudades, su uso se convirtió en oficial y ganó fuerza, como en los casos del uzbeko y el tayiko. Los pueblos más bien nómadas habían desarrollado poco su idioma autóctono, heredero del turco, y aún hoy este se implanta con cierta dificultad, pues una buena parte de la población adulta solo puede hablar ruso y apenas chapurrea el kazajo11, el kirguís o el turkmeno.

Quizás, los ejemplos paradigmáticos de esta integración étnica orientada a crear una nación basada precisamente en dicha diversidad sean, por un lado, la bandera de Turkmenistán, que representa a las cinco regiones históricas del país, y el monumento en Tashkent al herrero Shaahmed Shamahmudov y su esposa, quienes adoptaron a quince niños de distintas nacionalidades durante la Segunda Guerra Mundial.

De esta manera, no se anularon las diferencias étnicas, sino que simplemente se desactivaron: el Estado prohibió todo tipo de discriminación por razones raciales o étnicas. Uno de los últimos ejemplos más elocuentes fue la visita del papa Francisco a Kazajistán en septiembre de 2022, la primera vez que un papa asistía al Congreso de las Religiones Mundiales y Tradicionales, una iniciativa del primer presidente, Nursultán Nazarbáyev, para poner en valor el modelo kazajo de convivencia pacífica entre las diversas religiones en el país: a la misa celebrada en una plaza pública asistieron miles de personas, algunas de ellas no creyentes o fieles de otras religiones. Se preservan las diferencias étnicas, eso sí, como producto cultural, pero se desarticularon su potencial y proyección políticos, que podrían haber dado lugar a la creación de algún movimiento social o partido. Las únicas excepciones remarcables son ciertos episodios de violencia interétnica, que se verán más adelante, y la guerra civil tayika, que más que un enfrentamiento interétnico fue un choque entre clanes —norte contra sur—.
En la actualidad, la composición étnica es como sigue:

  1. Kazajistán: Los kazajos suman un 69,01 % de la población, los rusos un 18,42 %, los uzbekos un 3,29 %, los uigures un 1,48 % y los ucranianos un 1,36 %.
  2. Kirguistán: El 73,2 % son kirguises, el 14,5 % uzbekos (asentados predominantemente en el sur), un 5,8 % rusos (que viven sobre todo en el norte) y también hay dungans (1,1 %), uigures (1,1 %), tayikos (0,9 %), kazajos (0,7 %), ucranianos (0,5 %) y otras minorías (1,7 %).
  3. Tayikistán: Con más de ochenta nacionalidades, los tayikos constituyen el 84,3 % de la población, los uzbekos el 13,9 %, los kirguises el 0,8 %, los rusos el 0,5 % y también hay un pequeño porcentaje de otras nacionalidades12.
  4. Turkmenistán: Los turkmenos conforman el 78,57 %, los uzbekos el 9,38 %, los rusos el 3,23 %, los kazajos el 2,7 % y los tártaros el 1,2 %.
  5. Uzbekistán: Alrededor del 80 % de la población es uzbeka, mientras que más del 10 % pertenece a otros pueblos de Asia Central (el 4,5 % son tayikos, el 2,5 % kazajos, el 2 % karakalpakios, el 1 % kirguises y el resto turcomanos) y los rusos y otros pueblos eslavos componen el 10 % restante13.

Para responder con brevedad a la pregunta de por qué no se ha dado una balcanización de Asia Central, se pueden señalar algunos factores explicativos. En primer lugar, Yugoslavia era una federación donde ya existían territorios con cierta homogeneidad interna —Croacia, de mayoría católica; Bosnia, de mayoría musulmana; Serbia, ortodoxa— y, cuando la unidad saltó por los aires, se enfrentaron unos contra otros. En los países de Asia Central no existe tal homogeneidad étnica, aunque sí religiosa —la inmensa mayoría son musulmanes—. En segundo lugar, la unidad no se rompió de manera inocente, fortuita, fruto de una evolución interna, sino que se instigó desde fuera, a instancia de potencias europeas interesadas en desmembrar la herencia de Tito. En el caso de Asia Central, debido a la consciencia de que el mundo observa la región y espera que sea un modelo exitoso de estabilidad, se huye del proceloso mar afgano y del horrible escenario de las guerras balcánicas (1991-2001). Además, mientras que en Yugoslavia existían presiones exteriores para desmembrar el país, en esta región se da una vigilancia por parte de actores exteriores —Rusia en los primeros veinte años de independencia, China ha sido más activa después—14 que velan por mantener la unidad nacional, pues no están interesados en que sus vecinos transformen en un tumultuoso infierno su propio patio trasero, principalmente por temor a un efecto contagio. En tercer lugar, parece evidente que desde Belgrado se llevó a cabo una política de odio racial, mientras que en Asia Central se ha desarrollado más bien la política contraria, de fomento de la solidaridad y el respeto mutuo en pro de la paz social. Así, en los medios de comunicación, en la escuela, desde el Gobierno, se ha fomentado ese modelo de integración, se ha dado valor a esa convivencia pacífica entre etnias y religiones, se ha normalizado —desde hace décadas— la aceptación de las diferencias como algo positivo para la sociedad, para una nación nueva que está construyendo un proyecto común llamado Kazajistán o Uzbekistán, por ejemplo. Conviene subrayar lo de «nueva», pues, aunque estos territorios han conocido diversas formas de dominación, hay que reconocer que las actuales fronteras y nombres de países provienen del control ruso- soviético, de hace apenas ciento cincuenta años, mientras que su independencia la obtuvieron hace poco más de treinta.

¿Éxito o fracaso del modelo multiétnico?

Por lo tanto, en comparación con otros países que también tienen una composición altamente pluriétnica, se puede decir que el modelo implantado por los Estados de Asia Central ha sido un éxito. Por poner un ejemplo, en Kazajistán el Código Penal prohíbe todo tipo de discriminación racial, étnica o religiosa; el Estado permite e incluso fomenta la creación de medios de comunicación —canales de televisión, revistas, periódicos, libros— en idiomas distintos al mayoritario; se permite la creación de escuelas donde se impartan las clases en idiomas minoritarios si en esa población es el idioma común — como en el caso de algunas aldeas polacas en el norte de Kazajistán o uzbekas en el sur—; en Astaná se ha creado una serie de instituciones que ayuda a preservar y armonizar esta diferencia, como la Asamblea de los Pueblos de Kazajistán o el Congreso de las Religiones Mundiales y Tradicionales; en el Parlamento se reserva un porcentaje de diputados a las minorías nacionales aunque no hayan alcanzado el umbral mínimo de votos para obtener escaño; en las escuelas se promueve y se valora esta manifestación folclórica de la diversidad y en los barrios lo normal es tener vecinos y amigos de distintas etnias, no hay guetos y también son habituales los matrimonios interraciales15.

Uzbekistán y Kirguistán tienen un modelo similar. No obstante, aunque la incitación al odio interétnico esté penada por la ley, ello no significa que no se den casos de este tipo de violencia. De hecho, el Ministerio del Interior kirguís anunció en septiembre de 2022 que iba a abrir una investigación contra veinte internautas por conductas tipificadas como «incitación al odio»16.

Por su parte, Tayikistán y Turkmenistán han seguido patrones un tanto diferentes, pues lo que más se ha fomentado desde el poder central es el culto al líder como «cemento nacional», y no tanto la diversidad étnica. Es cierto que dicho culto es típico en esta región y su herencia bebe de muchas fuentes —la reverencia a los mayores en los países árabes y también en los asiáticos; el respeto al líder, quien ostenta y ejerce efectivamente el poder, característico del alma rusa—, pero en estos dos países ese culto al gobernante ha alcanzado altas cotas. Aun así, se ha mantenido la diversidad como algo positivo para el país, precisamente porque no existe ninguna razón para privilegiar a una etnia sobre otra —como sí ocurría en los Balcanes— y sí existen muchos motivos para mantener ese equilibrio social.

El conocido como «proceso de kazajización» comprende un conjunto de políticas llevadas a cabo por Nazarbáyev, especialmente en los primeros años de independencia. En un país donde la mayoría de la población era de etnia rusa, las élites políticas del nuevo Estado estaban persuadidas de que había que incrementar como fuera el porcentaje de kazajos étnicos, para lo cual fomentaron el uso de su idioma en detrimento del ruso, atrajeron a los que se encontraban dispersos por el mundo para que retornaran a su patria e hicieron una relectura del pasado más inmediato convirtiendo a los «hermanos rusos» en «invasores». Resultado de estas medidas, muchos rusos abandonaron Kazajistán y el porcentaje étnico se «niveló» en favor de los «autóctonos». Como consecuencia de la relectura de la historia, se escribieron nuevos manuales, se abrieron nuevos museos explicativos —como los de la represión soviética—, se quitaron algunos monumentos y se crearon otros que ensalzaban el valor de «lo kazajo». Eso sí, se mantuvieron los memoriales a los caídos durante la Gran Guerra Patriótica (1941- 1945), cuando la URSS luchó contra los nazis.

Este modelo de convivencia pacífica ha fracasado en algunos momentos puntuales. Quizás el caso más evidente sea el de la guerra civil tayika, acaecida precisamente en los primeros compases de su recién lograda independencia (1992-1997), cuando aún no había dado tiempo ni siquiera a diseñar un «modelo». Posteriormente, ha habido pogromos o breves explosiones de violencia entre grupos de vecinos o entre ciudades y pueblos cercanos, pero no se puede decir que dichos episodios hayan sido teledirigidos desde la capital o hayan sido fruto de una decisión gubernamental.

La falta de una delimitación clara en los enclaves del valle de Ferganá podría ser considerada como ejemplo de esto último, pero de una manera un tanto incidental: no se trata de un problema de fácil solución, pues hay poblaciones de tayikos rodeadas completamente de territorio kirguís y viceversa; a esta difícil ecuación se suman además los uzbekos. Para resolver la situación quizás lo más sencillo sería hacer una excepción con los residentes de dichas zonas y disolver los controles fronterizos en torno a estos enclaves. Al fin y al cabo, ¿qué diferencia hay entre un enclave uzbeko en territorio kirguís y la ciudad kirguisa de Osh, donde habitan miles de uzbekos? De hecho, según el censo de 2009, el 48 por ciento de la población era kirguís y el 44 por ciento uzbeka.

Precisamente, la región en torno a Osh ha sufrido en dos ocasiones explosiones de violencia de kirguises contra uzbekos (1990, 2010). Aunque en el caso de los acontecimientos de 2010 aún no quedan demasiado claros los motivos de fondo, parece que no se trató de una erupción espontanea de violencia interétnica, sino de un episodio relacionado con la lucha por el poder en la capital kirguisa donde se intentó manipular la diferencia étnica para justificar un ascenso violento por parte de Bakiyev, cosa que al final este no consiguió.

Volviendo a los casos esporádicos de la violencia interétnica que aparece en las regiones fronterizas, algunos autores explican la erupción de tales episodios gracias a la teoría de la privación relativa17, según la cual los kazajos étnicos de las regiones meridionales de Almaty, Jambul y Turkestán se enfrentaron contra los tayikos, dugan y uigures respectivamente porque consideraban que sus condiciones económicas eran peores que las de los ciudadanos de esas otras etnias. Es decir, nada que no pueda ser explicado por razones más o menos prosaicas, mucho menos glamurosas que el «odio interétnico». Los altercados en Penzhim (octubre 2021) o Masanchi (febrero 2020) confirman más bien esta teoría de la envidia y el resentimiento. Algo similar sucede en el valle de Ferganá, especialmente en Voruj, un problema heredado de la URSS: cuando las fronteras eran algo más bien anecdótico, las autoridades de Moscú concedieron el usufructo —no la propiedad— de las tierras que rodean Voruj a unos kirguises que lo habían perdido todo en una riada; al cristalizar las fronteras, las nuevas autoridades kirguisas declararon que aquellas tierras en las que se habían asentado familias kirguisas eran territorio de Kirguistán, lo que ha hecho muy difícil la vida a los tayikos que habitan esa «isla» rodeada de territorio kirguís. La cuestión de Voruj no es, por tanto, un problema   de   aceptación   o   de   integración   de   los   tayikos   en   tierra   kirguís —de hecho, existe una minoría tayika en Kirguistán que tiene los mismos derechos que los demás grupos étnicos—, sino un problema puramente territorial. Una de las razones que subyacen a la creación de la OCS hace más de veinte años es precisamente solucionar este tipo de problemas derivados de la pésima delimitación de fronteras tras la caída de la URSS.

Por último, y a modo de aclaración, resulta necesario indicar que aún es demasiado pronto para dar una explicación fehaciente de los acontecimientos en torno a la tragedia de Almaty de enero de 2022. Algunos analistas afirman que se trató simplemente de una protesta pacífica contra la cleptocracia y la corrupción de las anteriores élites políticas, que han dejado algunos lastres en la economía del país, sobre todo padecidos por las clases medias y bajas. Otros expertos barajan la hipótesis de que los acontecimientos pudieron estar originados desde fuera: unos señalan a Rusia, otros a EE. UU. e incluso algunos a China. Según estos expertos, las potencias foráneas se habrían aprovechado de un hecho puntual —la subida radical del precio de los combustibles— para movilizar a grupos diversos y organizar disturbios violentos. Otros afirman que todo estaba orquestado para que el nuevo presidente, Tokáyev, aprovechara para tomar el control total de aquellos órganos y parcelas de poder donde el anterior presidente aún retenía algo más que influencia. Lo que parece totalmente descartado es la influencia del factor étnico en el desarrollo de los acontecimientos de enero de 2022.

Se puede hablar, por tanto, de éxito del modelo de convivencia pacífica interétnica desarrollado por estos países, dado el escaso nivel de conflictividad que se ha producido en estas décadas de independencia tanto cuantitativamente como cualitativamente.

El secesionismo en Asia Central

En lo que se refiere a los secesionismos, la cuestión es un poco más compleja. De manera generalizada, se puede decir que en estos países el secesionismo no es un problema, al menos no uno con suficiente entidad como para prever en un futuro no muy lejano una sexta nación centroasiática. En el fondo, unas repúblicas que acaban de acceder a la independencia hace apenas treinta años, y que aún se están conformando política y socialmente en un mundo en constante transformación, no experimentan este deseo de independencia por parte de algunas de sus regiones, con las excepciones y en el grado que se verán a continuación.

Si se tensara mucho la cuerda étnica y desde las distintas capitales se buscara no el entendimiento —como viene siendo habitual— sino una reacción más agresiva, se podrían llegar a desmembrar la región de Osh (Kirguistán), por su mayoría uzbeka; la región del Alto Badajshán (más conocida como Gorno-Badakhshan Autonomous Oblast o GBAO)18, por su fuerte arraigo islámico frente a la política laica que se sigue en Tayikistán; el norte de Kazajistán, repleto de rusos étnicos, y, por último, Karakalpakistán, cuya etnia se identificaría más bien con los turcomanos.

El movimiento independentista que podría surgir en estas regiones se fundamentaría sobre la base de esa diferencia étnica, pero las causas subyacentes serían las realmente decisivas para que la situación acabara derivando en conflicto abierto y secesión. Las tensiones en el sur de Kirguistán tienen un sustrato económico, pues la queja constante de los habitantes de esta región es que está menos desarrollada que la capital y entienden que detrás hay una voluntad del Gobierno de impedir su despegue económico —así lo perciben ellos y así lo han manifestado multitud de veces a través de protestas, unas más intensas que otras, que ocasionalmente se dan en el país—.

El caso del GBAO tiene un origen más lejano, en la guerra civil tayika, pues el acuerdo de paz al que se llegó contemplaba la inclusión del Partido del Renacimiento Islámico de Tayikistán, una de las partes beligerantes, como uno de los pilares sobre los que pivotaría la vida política. Sin embargo, este fue poco a poco soslayado por el presidente Rajmón hasta que se declaró ilegal. Tanto este partido como los habitantes del GBAO guardan resentimiento por no poder conducir su vida social según las normas del islam, más concretamente del islam chií ismaelita —el príncipe Karim Aga-khan IV, quien reside en Francia, es el actual jefe de la comunidad ismaelita—.

Por tanto, de nuevo no se trataría solo de una cuestión étnica, sino que en esta ocasión viene acompañada de uno de los tradicionales cleavages expuestos por Lipset y Rokkan en su teoría: la línea de fractura entre el pensamiento laico —o incluso laicista— de los gobiernos seculares herederos de la ateísima Unión Soviética y las aspiraciones de algunos grupos sociales a que sus ideas religiosas se transformen en ley para todos. Este cleavage vendría complementado por otro: la línea de fractura que enfrenta a la gente de campo con la gente de ciudad, con mentalidades completamente distintas e incluso valores antagónicos. Este secesionismo, más organizado por haber tenido un partido, un mensaje y unos líderes, estaría causado no tanto por las diferencias étnicas, sino por la disputa sobre el papel que la religión puede jugar en el ordenamiento jurídico tayiko.

Por otro lado, hay que señalar en este punto que el islam está experimentando un auge espectacular en toda Asia Central, debido, entre otros motivos, a que esta religión —que tiene una fuerte vertiente social— es utilizada como fuerza galvanizadora de los resentimientos de una parte desfavorecida de la sociedad. Además, los propios líderes no dudan en hacer ostentación de su filiación musulmana —aunque eso, de momento, no implique la discriminación de otras religiones—. Para acabar, el cambio de dinámica regional, con el fin de la república afgana y el establecimiento del poder talibán, ha traído gran preocupación a la zona, no tanto por los talibanes en sí como por su falta de capacidad o de ganas —o de ambas— de perseguir y acabar con los grupos extremistas y terroristas —todos de raíz ideológica yihadista— que amenazan con penetrar en la región centroasiática a través de sus porosas fronteras —1344 kilómetros con Tayikistán, 137 con Uzbekistán y 854 con Turkmenistán—.

La nueva situación generada por la invasión de Ucrania ha llevado a uno de los más fervientes y tradicionales aliados de Rusia, Kazajistán, a poner mucha atención y cuidado a los movimientos en relación con su vecino del norte. La razón principal es que hasta hace relativamente poco tiempo la etnia mayoritaria en todo el país era la rusa —ahora solo lo es en el norte—, que además es suficientemente amplia y tiene un cierto grado de organización. Esto inquieta bastante a los líderes de Astaná, entre otras cosas porque ven bastantes similitudes entre el caso ucraniano y el suyo: ambos territorios formaron parte del Imperio zarista, luego de la URSS y hasta que no llegaron los rusos no existió algo parecido a un Estado; ambos vivieron un proceso de inculturación rusa y ambos son el hogar de miles de ciudadanos étnicos rusos o que incluso tienen pasaporte de la Federación de Rusia. Se podrían añadir más datos a estas similitudes para reafirmar la tesis que avocaría a Kazajistán a ser invadida por Rusia, como el hecho de que miles de rusos han abandonado su país para dirigirse a Kazajistán huyendo del reclutamiento forzoso. Sin embargo, a pesar de estas y otras similitudes —demasiadas—, existe cierto optimismo en torno a la cuestión de si Kazajistán será la próxima en la lista del Kremlin: mientras que Ucrania fue un feudo de Rusia hasta 2004, cuando empezó su senda de acercamiento a la UE y a la OTAN19, Kazajistán ha mantenido siempre su independencia, muy orgullosa de su política multivectorial, y ha intentado fomentar las buenas relaciones con todas las grandes potencias –Rusia, China, India, Turquía, Irán, EE. UU. y la UE, entre otros socios prioritarios—. Y, por supuesto, nunca ha manifestado interés en ser miembro de la UE ni de la OTAN.

Esa tensión Este-Oeste, Occidente-Rusia —ya señalada por Samuel P. Huntington en su Choque de civilizaciones como la posible línea de fractura de Ucrania—, no se da en Kazajistán. No obstante, esta realidad no conjura del todo el peligro secesionista, como evidencia el hecho de que Viktor Kazimirchuk, líder del movimiento Rus, fuera encarcelado —bajo acusaciones de intentar orquestar la toma del poder de la región de Oskemen para hacer que pasara a formar parte de la Federación de Rusia— y liberado posteriormente en 2006. Como se ve, este caso estaría «más maduro» para materializarse, pero su ultima ratio no sería estrictamente de raíz étnica. Al menos no solo, sino que más bien estaría motivado por la política expansionista de Rusia. Hay que subrayar que no se trata de un fenómeno nuevo: las enormes fronteras del «Gran Oso» suponen un gran problema, que desde hace siglos este trata de resolver «adquiriendo» más y más territorio para crear un gran colchón en torno al núcleo duro de su soberanía —la línea Kazán-Moscú-San Petersburgo—. Esto habría hecho, a su vez, que Rusia conquistara más territorios para proteger mejor los recién adquiridos, viéndose envuelta en una espiral difícil de frenar. De hecho, históricamente solo la han frenado las guerras llevadas a cabo —y sus consiguientes acuerdos de paz— o una debilidad interna tan acusada que impedía a Rusia emprender aventuras bélicas.

Por último, la Constitución uzbeka contempla a Karakalpakistán como una república con derecho a separarse, una reminiscencia de la época soviética. En efecto, tanto en la URSS como en la Federación Rusa hay múltiples niveles de autonomía regional: dentro de Rusia también hay repúblicas y en la Constitución soviética se contemplaba el derecho a la secesión, ejercido entre 1990 y 1991 por las quince repúblicas que conformaban la URSS, una detrás de otra, e incluso por algunos otros territorios a los que posteriormente se les concedió el estatus de región autónoma dentro de alguna de esas quince repúblicas. Así, en 1990 el Parlamento de Karakalpakistán declaró su independencia, aunque la independencia de Uzbekistán al año siguiente apreció superar y hacer suya esa declaración, además de reconocerle en su Constitución de 1993 el derecho a la sucesión. A comienzos de julio de 2022, se convocó una serie de manifestaciones en Nukus, la capital de la región, para protestar por la reforma constitucional iniciada por el presidente Mirziyoyev: según se fue conociendo la propuesta, se abrió una consulta popular para que los ciudadanos hicieran llegar sus opiniones —se recibieron miles de ellas— y los karakalpakios vieron cómo se eliminaba del texto fundamental su derecho a la secesión. El hecho de que se organizaran protestas da a entender que no fue un movimiento espontáneo, sino que había cierto grado de organización; ese momentum se aprovechó además para protestar por otros asuntos de índole económica. Una veintena de civiles fallecieron y se produjeron decenas de detenciones, tras lo cual Mirziyoyev se acercó a la región y ofreció mejoras socioeconómicas. A día de hoy es difícil discernir si tuvo éxito en su empresa o no, aunque sí se puede afirmar que la situación no derivó en un caos similar al de la tragedia de Almaty de enero de 2022. A pesar del deseo expresado en las calles por algunos ciudadanos, ¿qué futuro cabría para esta región fuera de Uzbekistán? ¿Es realista esta opción o se trata simplemente de una utopía con poco eco entre los locales?

Conclusiones

Se puede decir que en Asia Central se ha preservado con cierto éxito la armonía interétnica e interreligiosa, a pesar de algunas excepciones. También se puede decir que el peligro secesionista queda conjurado, aunque no definitivamente, pues las fronteras de los Estados no son eternamente fijas, ni siquiera en Europa, como demuestra la historia de los últimos cien años.

Lamentablemente, las tensiones propias de la convivencia diaria pueden ser instrumentalizadas por potencias exteriores para jugar en este tablero de ajedrez centroasiático y encender y apagar revueltas sociales según su conveniencia, como se ha venido señalando a lo largo del artículo.

Una minoría que apenas ha sido nombrada en este texto son los uigures, que, en rigor, no suponen ni un desafío ni una amenaza para los Estados centroasiáticos. Sí lo son para la República Popular de China, que no acepta de buen grado que estos musulmanes túrquicos sean la etnia mayoritaria en la región autónoma noroccidental de Sinkiang. Allí, el Partido Comunista ha construido auténticos campos de concentración —ellos los denominan «de reeducación»—, como bien denunció Mike Pompeo apenas dos días antes de abandonar su cargo (enero de 2021), empleando incluso el calificativo de «genocidio». La situación también fue corroborada sobre el terreno por Michelle Bachelet, la entonces alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos. China promovió la iniciativa del Foro de Shanghái precisamente para tratar de delimitar las fronteras con sus vecinos centroasiáticos —Rusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán— y formar el llamado grupo de los Cinco de Shanghái, cuyos objetivos se extendieron posteriormente a la lucha contra los tres males del terrorismo, el separatismo y el extremismo religioso. Su radio de acción también se amplió para abarcar a otros países, que    se    incorporaron    como    miembros —Uzbekistán, India, Pakistán, Irán—, además de a observadores e invitados. Este recorrido desembocaría en la actual Organización de Cooperación de Shanghái, que estudia muy de cerca los posibles separatismos que puedan evolucionar en la zona.

Para cerrar este apartado, cabe preguntarse si existe un patrón que permita identificar por qué surge un movimiento secesionista en una región determinada de Asia Central y si éste tiene base étnica. En primer lugar, la existencia de un Estado fuertemente centralizado —el presidente elige a los gobernadores regionales directamente e incluso a algunos alcaldes— hasta ahora ha servido como freno a la emergencia de auténticos centros de poder distribuidos por el territorio. En segundo lugar, el modelo de liderazgo fuerte hace que se genere —incluso en las aldeas más pequeñas y diseminadas— un culto al líder: el presidente del país, quien hace ostentación del vínculo afectivo con la población, lo que hasta ahora ha desactivado cualquier tentación secesionista con bastante éxito. De hecho, cuando se protesta no es «contra» el presidente del país, sino «para» que el jefe del Estado reciba las quejas de los ciudadanos, con la consabida excepción de Kirguistán. En tercer lugar, no se puede hablar de un auténtico sentimiento «nacionalista secesionista», pues apenas han transcurrido tres décadas de la independencia y más bien se fomenta lo contrario, un «nacionalismo de país». En cuarto lugar, la tradición multisecular de la multietnicidad en estos territorios hace que dicho elemento sea prácticamente descartado como driver, como potenciador de otras tensiones subyacentes, con las excepciones expuestas. En último lugar, los factores económicos son armas de doble filo, pueden servir tanto para justificar el secesionismo como para fomentar un mayor apego a la capital. El caso centroasiático ha sido un ejemplo de esto último, pues, cuando han surgido problemas económicos y ha habido protestas, el presidente de turno ha sabido salir al paso, prometer mejoras e incluso ha llegado a cumplir algunas de ellas.

Antonio Alonso Marcos*
Profesor adjunto, Universidad San Pablo CEU

Referencias:

1 LO, Bobo. Axis of Convenience. Moscow, Beijing and the New Geopolitics. Chatham House, Londres, 2008.

2 KASSYMBEKOVA, Botakoz y MARAT, Erica. 2022. «Time to Question Russia’s Imperial Innocence», PONARS Eurasia Policy Memo, n.o 771. 27 de abril de 2022. Disponible en: https://www.ponarseurasia.org/time-to-question-russias-imperial-innocence/ [consulta: 19/12/2022].

3 PEI, Minxin. China and Russia: Best Frenemies Forever?», Fortune. 28 de marzo de 2013.

4 HOPF, Ted. Social Construction of International Politics. Identities and Foreign Policies, Moscow, 1955 and 1999. Cornell University Press, Ithaca, 2002, p. 294.

5 KATZENSTEIN, Peter J. (ed.). The Culture of National Security: Norms and Identity in World Politics.
Columbia University Press, Nueva York, 1996, p. 537.

6 MEARSHEIMER, John J. «The False Promise of International Institutions», International Security,
vol. 19, n.o 3. Invierno de 1994-1995, pp. 9-45.

7 LINKLATER, Andrew. Beyond Realism and Marxism. St. Martin’s Press, Nueva York, 1989.

8 MINTZ, Alex y SOFRIN, Amnon. «Decision Making Theories in Foreign Policy Analysis», Oxford Research Encyclopedias. Oxford University Press, 26 de octubre de 2017. Disponible en: https://oxfordre.com/politics/view/10.1093/acrefore/9780190228637.001.0001/acrefore-9780190228637- e-405 [consulta: 29/11/2022].

9 ORTEGA Y GASSET, José. España invertebrada. Espasa-Calpe, Madrid, 1982.

10 ROY, Oliver. La nueva Asia Central o la fabricación de naciones. Sequitur, Madrid, 1998.

11 Según el último censo, el número de kazajoparlantes se ha incrementado considerablemente (VLAST. «Alrededor del 80 % de la población de Kazajistán habla el idioma kazajo: resultados del censo». 1 de septiembre de 2022. Disponible en: https://vlast.kz/novosti/51399-okolo-80-naselenia-kazahstana- vladeet-kazahskim-azykom-itogi-perepisi.html [consulta: 19/10/2022]. Véase también: www.stat.kz).

12 https://www.stat.tj/ru/

13 AVESTA. «1,7 millones de tayikos viven en Uzbekistán - Comité Estatal de Estadísticas». 20 de agosto de 2021. Disponible en: http://avesta.tj/2021/08/20/v-uzbekistane-prozhivaet-1-7-mln-tadzhikov- goskomstat/ [consulta: 19/10/2022].

14 LUBINA, Michał. Russia and China: A political marriage of convenience – stable and successful.
Barbara Budrich, Leverkusen, 2017.

15 ALONSO MARCOS, Antonio. Kazajstán: modelo de tolerancia religiosa. UNISCI, Madrid, 2011.

16 ALMAS, Miraiym. «El Ministerio del Interior abrió una investigación contra 20 internautas por incitar al odio étnico», Kloop. 22 de septiembre de 2022. Disponible en: https://kloop.kg/blog/2022/09/23/mvd- nachalo-rassledovanie-v-otnoshenii-20-polzovatelej-seti-za-razzhiganie-mezhnatsionalnoj-rozni/ [consulta: 17/12/2022].

17 LIM, Vlad. «Interethnic Conflicts in Kazakhstan: Causes and Context». Central Asian Bureau for Analytical Reporting, 29 de junio de 2021. Disponible en: https://cabar.asia/en/interethnic-conflicts-in- kazakhstan-causes-and-context [consulta: 17/12/2022].

18 Esta provincia, a pesar de ocupar el 45 por ciento del territorio nacional, es una zona tan montañosa que solo alberga al 3 por ciento de la población, unos 206.000 habitantes.

19 MEARSHEIMER, John. «Why the Ukraine Crisis Is the West’s Fault: The Liberal Delusions That Provoked Putin», Foreign Affairs, vol. 93, n.o 5. Septiembre/octubre de 2014.