Taiwán en la encrucijada

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Uno de los ángulos desde el que resulta esclarecedor observar el desarrollo de la situación en torno a Taiwan tiene que ver mucho que ver con la parte de la geografía que estudia el ciclo del agua. Por un lado, porque a pesar de que la contenciosa isla sea uno de los sitios más lluviosos del mundo, gracias a un clima es subtropical que propicia tanto los tifones como el monzón,  desde el año pasado, Taiwán ha sufrido su sequía más severa en casi 60 años,  lo que llevó a que, en su punto más crítico, la capacidad de sus embalses cayese hasta llegar al 20% de media, con algunos de los pantanos con apenas un 7% de reservas.   

El perjuicio para la industria agro-alimentaria ha sido considerable, especialmente en los cultivos de té. Sin embargo,  el daño económico más grave infligido por la falta de lluvia lo ha sufrido la industria de los microchips basados en semiconductores, de la que como es bien sabido, Taiwán es el principal proveedor internacional, fabricando el 90% de la producción mundial. Una producción que consume ingentes cantidades de agua, cuya carencia ha comprometido el suministro mundial hasta tal punto que el gobierno taiwanés se vio obligado a  desviar los recursos hídricos destinados al regadío de cerca de 80.000 hectáreas de tierras de cultivo a la industria electrónica, al tiempo que imponía restricciones al consumo urbano y limitaciones de usos al sector servicios.    

El dramático debut de estos problemas ha puesto sobre la mesa de los dirigentes de Taiwán la fragilidad de su sistema económico frente a lo que a todas luces parece ser una tendencia a las altas presiones en el Indo-Pacífico, derivada del cambio climático, y que afectan particularmente a la región de  Hsinchu, sede de la mayoría de los fabricantes de semiconductores. No siendo quedar al albur de la meteorología una estrategia industrial sensata, el gobierno de Taiwán ha empezado a buscar alternativas, que van desde un mejor reciclado de agua, a la creación de infraestructuras hidrológicas para trasvasar agua desde las regiones con más recursos hídricos, y la construcción de más plantas de desalinización de agua de mar. La mayoría de estas instalaciones están ubicadas en islas periféricas, habiendo solo tres en la isla principal de Taiwán. La última de ellas, implantada en  Hsinchu, es capaz de generar 13 millones de litros diarios, apenas el 7% de consumo de agua del parque industrial en el que produce la mayor parte de los semiconductores. 

Incrementar la capacidad de desalinización para garantizar los niveles de consumo de agua actuales y permitir el crecimiento de ésta y otras industrias, topa con las limitaciones que adolece Taiwán en materia de autonomía energética: Actualmente, las importaciones de crudo representan el 48,28% del consumo total de energía, seguido del carbón con un 29,38%, un 15,18% de gas natural, y un 5,38% proveniente de  la energía que producen sus 8 reactores nucleares. 

Dadas la conocida aspiración de Beijing a reunificar las dos chinas, una dependencia excesiva en las importaciones de hidrocarburos, que se suma al resto de dependencias (el 21% de sus importaciones proceden de China, a la que Taiwán destina el 38% de sus exportaciones), haría que la isla fuese extremadamente vulnerable a un bloqueo naval del Estrecho de Taiwán, con el que China se ahorraría los costes de un desembarco al estilo de los que se llevaron a cabo en la vecindad, durante la Segunda Guerra Mundial. 

Así las cosas, la única opción factible sobre el papel es la expansión del parque nuclear.  Sin embargo, la alternativa atómica supondría abrir una Caja de Pandora de consecuencias impredecibles, razón por la que esta opción difícilmente podría contra con el respaldo de de Washington, y se encontraría con la oposición frontal no sólo de Beijing, sino también de Moscú.  Es fácil entender por qué, dado el doble uso potencial de la tecnología atómica, y los precarios equilibrios sobre los que se sostiene el Tratado de No Proliferación Nuclear, que la reciente incitativa AUKUS no ha hecho nada por mejorar. 

En este caso, su propia  historia juega en contra de Taipéi: en los años 80, Taiwán detuvo en seco un programa acelerado para el desarrollo de un arma nuclear viable, tras la deserción a Estados Unidos de un  científico militar taiwanés, el coronel Chang Hsien-yi, después de haber puesto en conocimiento de la CIA, con todo lujo de detalles, el estado del programa secreto de producción de plutonio emprendido por las fuerzas armadas taiwanesas.

Taiwán se encuentra pues entre Escila y Caribdis; sin buenas opciones ante sí, y consciente de que su influencia geopolítica, y por ende su musculatura económica,  están dilemáticamente condicionadas a mantener una posición de liderazgo en el sector de la electrónica avanzada, algo que se antoja muy complicado si se tienen en contra a los elementos, y se está además bajo la amenazante mirada del hermano mayor.   
 

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