Tutelas y miserias de la zona Euro

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Grecia, cuya crisis estuvo a punto de hacer descarrilar el proyecto europeo, se acaba de sacudir la tutela de la Comisión, cuyos “hombres de negro” han estado supervisando estrechamente la marcha de su economía desde que estallara la crisis en 2010, y Atenas pidiera desesperadamente auxilio para superar su bancarrota al Banco Central Europeo y al Fondo Monetario Internacional. Tres planes de recuperación sucesivos, con préstamos por un montante de 289.000 millones de euros, han logrado recolocar de nuevo a Grecia sobre los raíles de una recuperada, al menos parcialmente normalidad, pero eso sí, al precio de grandes sacrificios.

Como siempre que se pide dinero prestado, y más si es en cantidades gigantescas, el acreedor impone condiciones. Es una ley inexorable, ya que en las relaciones financieras nadie auxilia a alguien del que sabe que no solo no le va a devolver lo prestado sino que incluso puede llegar  a ser presentado como un avaro y descarnado capitalista, ávido de extraer hasta la última gota de sangre del pobre y benéfico prestatario.

Y, en Grecia, al igual que en el caso de Portugal y de Irlanda, también afectados entonces seriamente por la crisis financiera, la pócima no pudo ser más amarga: drástica disminución de los salarios junto con un fuerte aumento de las cargas impositivas, congelación absoluta de las plantillas de funcionarios y dramáticos recortes en los presupuestos de todos los organismos públicos, desde las administraciones a los hospitales. El gobierno heleno de la época, preso de las veleidades neocomunistas de su gurú estrella Varufakis, pronto cayó en la cuenta del baño de realidad que suponía o bien aceptar las condiciones de un severo plan de recuperación o bien salir del paraguas de la Unión Europea. Y, claro está, el jefe del Gobierno de entonces, Alexis Tsipras, optó por lo primero, teniéndose que tragar toda su previa demagogia, enfrentándose a una de las mayores oleadas de protestas sociales en la historia de Grecia.

No es extraño por todo ello que el actual primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, saludara exultante el final de la tutela reforzada de la Comisión Europea: “Es un día histórico. Se clausura un ciclo de doce años, que ha traído dolor a los ciudadanos, ha frenado el progreso económico y ha dividido a la sociedad. Iniciamos ahora uno nuevo, en el que cabe divisar un horizonte claro de crecimiento, unidad y prosperidad para todos”.

Se van los hombres de negro, pero continuarán los sacrificios

Euforia lógica pero que no supone un cambio radical de la situación de los helenos. La recuperación de los niveles de empleo anteriores a la crisis discurre muy lentamente. Cierto es que la propia Comisión Europea espera que Grecia concluya el año con un crecimiento del 4%, superando el 2,8% de la media de la UE, pero habrá de abstenerse de todo tipo de “alegrías para mantener en sus cuentas públicas un superávit primario del 3,5% de su PIB, toda vez que su deuda es aún de un gigantesco 180% de ese PIB.

Las consecuencias de los despilfarros de antaño y el gastar mucho más de lo que se ingresaba no se van a disipar de la noche a la mañana. Se imponen aún muchos sacrificios tras esta “conclusión simbólica del periodo más difícil por el que ha atravesado la zona euro”, en palabras del comisario europeo de Economía, Paolo Gentiloni.

Aterrador Índice de miseria

A este respecto, conviene relacionar todo esto con la publicación por la OCDE de Índice de Miseria, un indicador creado en la década de los años setenta del pasado siglo por el economista norteamericano, Arthur Okun, a raíz de la primera crisis del petróleo en 1973. Okun combinó las tasas de inflación y de desempleo para diseñar una tabla en la que cuanta mayor fuera la puntuación, mayor sería el riesgo de costes sociales y económicos para un país.

Pues, bien, en este 2022, y a excepción de Turquía, que lidera la lista de los 38 países de la OCDE de este Índice de Miseria con un destacadísimo y aterrador 89,9 puntos, los cinco países siguientes son todos de la Unión Europea: Estonia (28,5), Letonia (27,9), Lituania (27,4), Grecia (23,9)… y España (23,4).

A la vista de tales resultados, parece claro que los países bálticos, Grecia y España ostentan el grupo más problemático de la Unión Europea, lejos de los que, dentro de la crisis general provocada por la pandemia y la guerra en Ucrania, presentan una situación menos grave, como son la siempre problemática Italia (16puntos), Francia (13,3) o Alemania (10,3), todos ellos no obstante lejos de Japón, que con tan solo 5 puntos es el país de la OCDE menos afectado por la “miseria”.

Y, a la luz de la experiencia griega, no es difícil colegir que para los países más sacudidos por la crisis el horizonte no es precisamente claro y diáfano, y más temprano que tarde habrán de afrontar los descarnados sacrificios que se imponen.      

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