Una victoria parcial de Putin, la fractura UE-EE.UU.

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A principios de enero entrará en vigor en Estados Unidos la Ley de Reducción de Inflación (IRA), impulso estrella de la Administración del presidente Joe Biden para contener el aumento desaforado de los precios  y el consiguiente empobrecimiento general de las clases medias y bajas del país. Tan loable objetivo interno norteamericano tiene sin embargo un previsible coste brutal en Europa, que se apresta a contrarrestar lo que considera no solo una deslealtad de parte de su principal aliado sino una ruptura evidente de las reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

En esencia, el proyecto americano se propone subsidiar con un montante cercano a los 400.000 millones de dólares las industrias que desarrollen proyectos relacionados con las energías renovables, entre las que se encuentran, claro está, las automovilísticas. Analizada en profundidad la ley norteamericana por los expertos de la UE la conclusión es demoledora: una vuelta a las viejas prácticas proteccionistas, donde la principal víctima colateral será la correspondiente industria europea, cuyos productos no podrían competir en Estados Unidos en igualdad de condiciones. Viniendo, además, de quién se considera el principal socio y aliado de la UE, el golpe duele más. La tensión entre ambos lados del Atlántico subió muchos grados la pasada semana cuando el comisario de Mercado Interior, Thierry Breton, decidió ausentarse del Consejo UE-EEUU de Comercio y Tecnología, en un gesto que en términos diplomáticos se interpreta como una auténtica ruptura. Tanto es así que el comisario denunciará ante la OMC la nueva ley americana.

Previamente, el presidente francés, Emmanuel Macron, había efectuado una visita de Estado de cuatro días a Washington, donde el matrimonio Biden le dispensó el mejor recibimiento y los mayores agasajos. Era, ciertamente, una visita de reconciliación, tras el brusco enfriamiento de relaciones franco-norteamericanas hace un año, al enterarse Paris por los periódicos de que Australia rompía un contrato con Francia para comprarle submarinos por valor de 60.000 millones de euros, y pasar a adquirírselos a Estados Unidos dentro de la nueva AUKUS, la nueva alianza estratégica militar entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos. Pero, tras el boato de la pompa y circunstancia, en las negociaciones a puerta cerrada, Macron no obtuvo de Biden más que la vaga promesa de “realizar algún ajuste” a la citada IRA, lo que, visto lo visto, no va a ser siquiera un afeitado cosmético.

Uno pierde y otro obtiene brutales beneficios caídos del cielo

Tan brutales se consideran en Bruselas las consecuencias que para la industria europea tendrá este renovado proteccionismo norteamericano que ya se está cocinando un borrador de medidas de retorsión equivalentes, lo que desencadenaría de hecho una indeseada guerra comercial entre ambos lados del Atlántico. Tanto en el seno de la Comisión Europea como en el de las Cancillerías se trata de quitar hierro a la gravedad de la disputa, pero no se oculta que, de no hacer nada, el golpe a la industria europea puede ser demoledor.

No hay pronunciamientos oficiales, pero es general el clamor de que en la guerra de Ucrania, además del propio país agredido, el principal perdedor puede ser la Unión Europea, cuya renuncia a comprar gas y petróleo ruso tiene como contrapartida adquirirlo en gran parte a Estados Unidos, que ha acumulado así  “ingentes beneficios caídos del cielo”, al haberse convertido en el mayor suministrador del mundo a lo largo de 2022.

También ha traspasado Europa una buena parte de los aumentos de sus presupuestos de Defensa a la industria armamentística americana, que no solo fabrica a toda máquina nuevos ingenios que vayan sustituyendo a los que envía a Ucrania sino también de los que precisan los países de la UE por el mismo motivo.

Este desequilibrio entre los que ganan y pierden con motivo de la guerra de Ucrania penetra también en las consideraciones respecto de las medidas a adoptar entre los contendientes de la misma: la propia Ucrania y Rusia. En algunos círculos se considera que el presidente Vladimir Putin ya habría conseguido una victoria al lograr las primeras divisiones en el bando occidental. La principal, por supuesto, sería este aumento de la tensión entre el conjunto de la UE y Estados Unidos, pero también la que ya empieza a observarse entre los propios socios integrantes de la Unión. Los bálticos, e incluso los nórdicos por ejemplo, confían más en el paraguas defensivo que les pueda proporcionar Estados Unidos que en la alternativa estratégica netamente europea que preconizan Francia y Alemania, aunque también en este eje hayan comenzado a aparecer importantes discrepancias, que al fin y a la postre fragilizan al conjunto europeo.

En este ambiente, crece también la división entre los que creen que habría que poner fin a la guerra obligando de hecho a Ucrania a que admita la amputación de parte de su territorio y de su soberanía, y los que defienden que habría que acorralar aún más a Putin, y no aceptar tales negociaciones de paz hasta que la propia Rusia haya reemplazado a su presidente-dictador.   

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