Opinión

Y aún le quedan 13 días

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Mientras el mundo combate contra la mortífera tercera ola de la pandemia y terminaba entre nosotros un día de Reyes anómalo, nos sorprendieron las noticias que llegaban de Washington sobre un asalto al Capitolio, el corazón de la democracia, donde los Republicanos y los Demócratas estaban reunidos en un sesión conjunta para certificar los resultados del Colegio Electoral y confirmar la elección de Joseph R. Biden jr. a la presidencia de los Estados Unidos. Una chusma, porque es lo que era, de partidarios de Donald Trump destrozaba puertas y cristales, entraba en el edificio e interrumpía la sesión y yo creía estar viendo escenas más propias de Bielorrusia o de Ucrania que de los Estados Unidos, en lo que sin duda ha sido un día muy triste para su democracia y para su imagen ante el mundo. Imagino la satisfacción con la que Moscú y Beijing han seguido lo ocurrido en Washington porque parece confirmarles en su tesis de que las democracias están en crisis y son los sistemas autoritarios como los que ambos países representan los que dominarán el futuro. No fue una simple protesta sino que lo ocurrido “bordea la sedición”, como dijo un irritado Biden. El senador republicano Mitt Romney utilizó la palabra “insurrección”. “Un momento de gran deshonor y vergüenza” para nuestro país, dijo Obama.

La turba que se paseaba por la Rotonda donde está la estatua de nuestro Junípero Serra, que ocupó el Senado y los despachos de los legisladores, que robó objetos y se adueñó durante un tiempo del gigantesco edificio había sido enviada por el propio Trump y obligó a una apresurada evacuación del mismo vicepresidente Mike Pence, que presidía la sesión, y que había sido durante todo el día objeto de la ira presidencial porque no cumplía con su exigencia de rechazar los recuentos estatales de votos para de darle a él la victoria que no había alcanzado en las urnas. Para Trump Pence se había convertido en un traidor, como todos aquellos que han empezado hoy mismo a desertar de la Casa Blanca horrorizados por la insania de un hombre que no parece distinguir entre sus mentiras y la realidad.

Porque los seguidores de Trump que han asaltado el Capitolio son precisamente aquéllos que han creído sus mentiras y están convencidos (quizás como el propio presidente) de que les han robado la elección, que han aceptado las teorías de la conspiración que el todavía ocupante de La Casa Blanca les ha vendido y que grupos como QAnon se han ocupado luego de diseminar. Uno de los asaltantes decía, airado, que el Capitolio era la casa del pueblo americano y que ellos estaban allí para evitar que un grupo de políticos corruptos les robaran la presidencia. No en vano Trump  les había llamado “grandes patriotas” mientras calificaba como “enemigos del pueblo” a sus oponentes políticos. Es decir, los asaltantes se consideraban patriotas que defienden la democracia que otros les quieren usurpar. De esta situación penosa, que ha causado cuatro muertos, solo hay un responsable que se llama Donald Trump porque fue él quién envió a la gente al Capitolio, fue él quien se ha negado a condenar su violencia y hasta hoy mismo sigue insistiendo en que ha ganado las elecciones y que el país se enfrenta a un gigantesco fraude electoral.

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El problema es que esta vez Trump ha ido demasiado lejos. Republicanos como el vicepresidente Pence o el líder del Senado Mitch MacConnell han tenido una actitud mucho más digna y democrática al anteponer la voluntad popular y la misma democracia por encima de las ensoñaciones de un presidente narcisista y con rasgos muy preocupantes de paranoia. Porque cada vez me parece más probable que Trump esté realmente convencido de que ha ganado y le han robado la presidencia. Otros deben pensar lo mismo porque en Washington circula la idea, todavía de manera muy informal e incipiente, de separarle del poder aplicándole las provisiones de la XXV Enmienda que permiten incapacitar a un presidente si así lo deciden el vicepresidente y más de la mitad del gobierno o el vicepresidente y un número grande de legisladores. La congresista Ihan Omar, demócrata por Minnesota, pide a gritos su Impeachment (destitución) en la Cámara. Porque a Trump aún le quedan 13 días de presidencia y son muchos los rotos que un individuo desquiciado, como parece que está, podría hacer durante este periodo de tiempo.

Del actual estado de cosas da cuenta la decisión de Twitter de cerrar su cuenta por doce horas, lo que debe tenerle frenético, mientras Facebook ha retirado sus declaraciones de ayer denunciando robos electorales que no ha demostrado y que nadie más ha visto. Fuentes de la Casa Blanca informan de que se ha encerrado rodeado de un decreciente número de fieles. Debe estar como un león enjaulado... y rabioso.

Otra cuestión grave que plantea lo ayer ocurrido tiene que ver con el descomunal fallo de seguridad que se produjo al permitir a la chusma trumpista irrumpir en el Capitolio. Porque hace días que Trump les había convocado a Washington en lo que llamó “Marcha para Salvar América” y esa misma mañana les había incitado a dirigirse al Capitolio. Eran muchos y estaban muy irritados. ¿Cómo es que se les permitió llegar? El asunto preocupa a la vista de que la Inauguration de Joe Biden es el próximo día 20, a pesar de últimas declaraciones de Trump aceptando una transición pacífica.

Sea como fuere, lo ocurrido es una vergüenza para los Estados Unidos, un día que sonrojará recordar y que mancha para siempre la memoria de un populista que nunca debió llegar a la presidencia de los EEUU y que la ha deslucido con su comportamiento. Otra cuestión es por qué ha llegado hasta ella y eso debe hacer reflexionar a Biden sobre la necesidad de curar las profundas heridas que muestra la sociedad norteamericana causadas por el virus, las injusticias raciales y las crecientes desigualdades que están en la raíz misma del populismo que ha encumbrado a Donald Trump a un puesto muy por encima de sus capacidades.

Ahora ya no le basta a Trump con entregar el poder cuando le corresponde porque creo que también debería responder como incitador de los disturbios de ayer en los que, no es ninguna broma, murieron cuatro personas, hubo heridos y se mancilló irremediablemente la sede de la soberanía popular de un gran país, arrojando grandes sombras sobre la capacidad para una futura convivencia civilizada en la mayor democracia del planeta.