... Y lo imposible sucedió

Presidents of EEUU, Israel and Foreign Ministers of Bahrein y EAU

Es la teoría del dominó, pero al revés. En este caso no es la primera ficha que cae la que hace derrumbarse a todas las que le siguen. Los Acuerdos de Abraham, padre de judíos y árabes, marcan justamente lo contrario: las fichas se ponen en pie y un nuevo paradigma surge en la región con fama, merecida, de ser la más caliente del planeta. No es ya aventurado augurar que a la normalización de relaciones entre Israel con Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Bahréin seguirán similares acuerdos con otros países árabes, alianzas estratégicas que borren el estigma de un Estado judío supuestamente incompatible y eternamente antagónico con sus vecinos musulmanes. 

La gran pompa y circunstancia con que se revistió la firma de los acuerdos en la pradera sur de la Casa Blanca va a cambiar radicalmente el relato de la historia del Medio Oriente. Tampoco es que el acontecimiento haya surgido de la nada como por ensalmo. En efecto, desde los últimos años del pasado siglo XX no pocos emisarios oficiosos de Israel han ido tejiendo con las monarquías del Golfo, incluida Arabia Saudí, lazos secretos en materia de defensa, comercio, cultura e investigación tecnológica. Ello explicaría que las respectivas opiniones públicas hayan admitido con normalidad, e incluso jaleado, una ceremonia que marcará la historia. 

La principal diferencia entre los acuerdos de paz que Israel firmó con Egipto y Jordania y los rubricados ahora con EAU y Bahréin, es que aquellos fueron entre gobiernos, con importantes sectores de sus respectivos pueblos opuestos a lo que calificaron como una traición. Es la causa directa del asesinato del presidente Anwar El Sadat. La misma acusación que lanzaron también contra el primer ministro israelí, el antiguo general Yitzhak Rabin, antes de asesinarlo a quemarropa. Por el contrario, ni en EAU ni en Bahréin se han registrado manifestaciones en contra ni se divisa que existan tendencias que abominen de la cooperación con Israel. Otra cosa es el drama del pueblo palestino, que ha pasado de ser la punta de lanza con la que el mundo musulmán enarbolaba su deseo de borrar a Israel de la faz de la tierra. 

A la vista del cambio de paradigma quizá va siendo hora de que los palestinos no sigan perdiendo todos los trenes. Desde que Yasser Arafat se volvió atrás cuando pudo haber firmado el mejor acuerdo posible con Ehud Barak, no han hecho más que retroceder, aumentando al mismo tiempo la dependencia directa e indirecta de un Israel cada vez más poderoso.

Un enemigo común

Es evidente que, una vez normalizadas las relaciones, la colaboración tecnológica EAU-Israel tiene una raíz común en la defensa contra quién consideran la principal amenaza, el Irán teocrático chií. Dadas las actuales circunstancias, también cerrarán filas en torno a la investigación biomédica en busca de soluciones contra la pandemia del coronavirus. Y obviamente es más que probable que esa alianza tecnológica relance la región del Medio Oriente hacia la vanguardia de los países más avanzados. Israel es el país con más start-ups de innovación del mundo. Compartir esos conocimientos en relaciones normalizadas con sus vecinos convertirá a la región en un polo que discutirá con seguridad no pocas primacías a China y Estados Unidos.

A pocas semanas de las elecciones norteamericanas, Donald Trump se apunta un éxito diplomático indudable, muñido por su yerno, Jared Kushner, verdadero arquitecto de los acuerdos. En la Europa que da lecciones de ética y demás a Estados Unidos se suele considerar a Trump tan ignorante como para no saber siquiera el nombre de las capitales de los países con los que ha firmado estos y otros acuerdos. No se le podrá discutir en cambio el pragmatismo de no tropezar varias veces en la misma piedra, al cesar de insistir en aplicar las mismas soluciones fracasadas a los viejos problemas irresueltos. No será mejor, desde luego, e intelectualmente hablando, que sus predecesores y que muchos de sus homólogos europeos, pero habrá que reconocerle un instinto y un desparpajo con el que saca los colores a muchas viejas y ajadas glorias. 

En cuanto a Benjamin Netanyahu, hay general coincidencia en Israel en que su gestión de la pandemia ha sido un desastre manifiesto. Pero, con respecto a la geopolítica de la región, este indomable animal político ha calibrado los tiempos y las acciones con la precisión de un entomólogo. Sus adversarios políticos y sus problemas con la justicia tal vez le retiren del poder antes de lo que él mismo desearía, pero tampoco podrá negársele que ha sido capaz de contribuir a que la historia de Oriente Medio se escriba en adelante con inéditos rasgos de esperanza.      

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