Estreno de la película de Zhang Yimou sobre los oscuros días de la ´Revolución Cultural´

‘Un segundo’ en la historia de China

Película china

¿Qué valor tiene un segundo en la historia de un país milenario? ¿Tiene algún peso un grano de arena en la inmensidad del desierto? Zhang Yimou, el más reconocido de los cineastas chinos del post maoísmo (la llamada Quinta Generación), coloca al espectador de su última película- que inauguró el Festival de San Sebastián y ahora se estrena en salas –ante estas disyuntivas, al contar la historia de un represaliado durante la revolución cultural que busca sin descanso ver a su hija desaparecida en las imágenes de un noticiario cinematográfico. El consuelo de encontrar en la memoria del celuloide la vida perdida.

La maestría cinematográfica del director de obras como ‘Sorgo rojo’ (1987) y ‘Semilla de crisantemo’ (1990) sale a relucir en secuencias que emparentan con la historia del cine, como la dramática persecución por una carretera desértica para hacerse con un rollo de película robado. Estamos en el mismo camino que transitó un clásico como Buster Keaton o las mejores comedias de enredo.  Nos encontramos también con ecos de un Cinema Paraíso en la recreación de una desvencijada sala de cine en medio de la China rural y la recuperación de una película ensuciada y casi perdida en el tira y afloja de los perseguidores del secreto que guarda ese trozo de celuloide. Sin duda una declaración de amor al cine, a su medio, pero sin quedarse en mero artificio ya que el propósito claro de la película es una reivindicación de los caídos en unos de los más duros episodios del maoísmo.

En un modelo de historia o de guion que recuerda al de las metáforas en las que se refugió el cine de los Saura, Erice y Querejeta de la España tardo-franquista, Zhang Yimou objetualiza en la recuperación de unos fotogramas la necesidad de conservar la memoria de lo que fue para el pueblo chino la tormentosa etapa de la revolución Cultural. El reloj de la historia corre tan deprisa que tiene a sepultar el pasado. Pero cuando la historia se escribe en minúscula y atiende a los sentimientos más íntimos, como el de su relación paterno filial herida, cada segundo cuenta. Ni la infinita arena del gran desierto, nos dice esta historia, puede sepultar lo ocurrido en el pasado.

Zhang Yimou

Trabaja Zhang Yimou una trama doble- la búsqueda de la imagen fílmica de la hija perdida y el encuentro del padre con una niña huérfana –para darle más cuerpo y relieve a la historia de ausencia, de dolor y represión que hace de la película un tour de force tanto sentimental como histórico.

El director, reconocido por su exuberante puesta en escena y su cinematografía de alto nivel en las producciones que le llevaron al éxito,  se muestra aquí más comedido, menos ampuloso, con excepción de las escenas en el desierto, que vienen a jugar un papel metafórico de la inmensidad del país frente a sus minúsculos habitantes, que en este caso no cejaran en su reivindicación más allá de los campos de reeducación a los que fueron sometidos. La profunda herida de la mal llamada ‘Revolución Cultural’ se muestra a nivel microscópico, cuando en la película rescatada vemos a la niña manda al campo de reeducación a cargar sacos de harían o de patatas, historias que yo mismo me encontré, con relatos solo susurrados en primera persona, en los caminos de China durante mi recorrido a mediados de los setenta. La intelectualidad, los universitarios fueron despachados al campo bajo la premisa de evitar el aburguesamiento, cuando en realidad se purgaba a los que deberían haber ocupado el poder ante la incapacidad de los dirigentes maoístas de la época, cuyos fracasos económicos causaron la muerte de millones de habitantes de China, por hambruna y por represión.

Zhang Yimou

Irónica a veces, sentimental siempre, la última película de Zhang Yimou abre una puerta a la esperanza de un cine chino que necesita ajustar cuentas con su historia inmediata. No exenta de algunos recortes para llegar al público, lo cierto es que la película ha podido por fin verse y servir de inauguración en esta edición del Festival de San Sebastián. Yimou, cuyo cine ha transitado desde las esencias históricas a grandes epopeyas, ha arriesgado al límite con este guion que sacó adelante a pesar de las limitaciones y cambios impuestos. 

Los grandes rascacielos y los avances tecnológicos difícilmente pueden eclipsar el alto precio pagado por otras generaciones de ciudadanos chinos hasta llegar a esta etapa de crecimiento frente a las penurias de los sesenta a bien retratadas en la película. La fachada exultante de la nueva China parece querer aplastar un pasado no tan remoto en el que el hambre y la miseria, la represión y el dolor hasta el punto de la separación familiar y la fuerte fueron demasiados cotidianos. Un segundo, unos cuantos fotogramas, son la realidad y la metáfora de una historia que parece iniciar una vía de catarsis. El empeño colectivo por restaurar la película perdida o el alzamiento de la sábana blanca como pantalla de proyección entre el alborozo de un pueblo entregado a cualquier entretenimiento en medio de la miseria son momentos cumbre de esta película, que no será meramente anecdótica en la historia del nuevo cine chino.  

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