La crisis del coronavirus golpea en el país vecino a los trabajadores del sector informal y de manera especial a los inmigrantes subsaharianos

“La situación que vivimos los subsaharianos en Marruecos es durísima, no sabemos qué hacer”

photo_camera PHOTO/REUBEN YEMOH ODOI - Imagen de un ciudadano de origen subsahariano en el centro de un Rabat desértico como resultado de las medidas de confinamiento decretadas para combatir la COVID-19 en Marruecos

“La vida que llevamos es muy difícil, pero no tenemos otra opción que resistir”. Lo afirma la congolesa Fifi Lembé, que atiende por teléfono a Atalayar desde la capital marroquí, donde vive con sus tres pequeños. Su marido se encuentra confinado en Benín, adonde marchó para adquirir telas que preveía vender en Marruecos a su regreso. Como en el caso de la familia de Lembé, la crisis del coronavirus está golpeando de manera especial a las poblaciones que se ganan la vida en sectores informales de la economía –que supone más del 20 % del PIB marroquí, más del 60% en el ámbito comercial-, entre las cuales destacan por su precariedad los colectivos procedentes del África central y occidental. Rabat decretó el estado de emergencia sanitaria –con un estricto confinamiento general- el pasado 20 de marzo y, en un principio, deberá prolongarse hasta el próximo día 20 de abril. 

Entre 2014 y 2017 las autoridades marroquíes regularizaron la situación de 50.000 personas, una gran parte procedente de otros países africanos. Se estima que al menos la mitad de los residentes con raíces subsaharianas trabajan en la economía sumergida, por lo que su situación es de máxima vulnerabilidad. Otras fuentes consultadas apuntan a que viven en suelo marroquí varios miles más en situación irregular. Muchas de estas personas viven en empleos precarios y literalmente al día. Quienes sí tienen la suerte de trabajar en situación legal suelen hacerlo en centros de llamadas. (Con todo, en Marruecos casi el 60% de los trabajadores asalariados no tienen contrato; una realidad que afecta igualmente a locales y foráneos).

La situación para las autoridades marroquíes es especialmente compleja, con varios millones de personas desempeñándose en el ámbito de la economía sumergida y, por ende, sin protección social. Entre las medidas adoptadas por las autoridades marroquíes para ayudar a los colectivos más desfavorecidos está una ayuda mensual de 120 dólares para aquellas familias en las cuales el miembro que hace la mayor aportación económica al hogar se ha quedado sin trabajo como consecuencia de la pandemia. 

La ayuda se eleva a 200 dólares mensuales para los empleados de empresas privadas afiliados a la Seguridad Social marroquí. En un principio pueden beneficiarse de la ayuda trabajadores en posesión de la tarjeta sanitaria nacional, que solo pueden solicitar marroquíes. Además, el Gobierno de Marruecos está alojando a más de 3.000 personas sin hogar en colegios y estadios para que no duerman en la vía pública durante el estado de emergencia sanitaria. 

La secretaria general del Consejo de Migrantes Subsaharianos en Marruecos (CMSM) y presidenta de la Comunidad Congolesa de Marruecos, Aimee Lokake, posa en una imagen de archivo

“Muchas de estas personas se encuentran completamente perdidas. Se han quedado sin trabajo, no pueden acceder a las ayudas y no pueden pagar el alquiler ni la electricidad. Tampoco pueden salir de casa. No tienen qué comer. Están bloqueadas”, explica a Atalayar la congolesa Aimee Lokake, secretaria general del Consejo de Migrantes Subsaharianos en Marruecos y encargada de relaciones exteriores de la Plataforma de Asociaciones y Comunidades Subsaharianas en Marruecos (ASCOMS). 

Lokake destaca la situación especialmente crítica que viven 180 mujeres solteras y 35 menores no acompañados y huérfanos –de países como Costa de Marfil, Guinea, Nigeria, Sierra Leona o Camerún- a quienes asiste la asociación en Apoyo a las Mujeres y Niños en Marruecos (SFE), que también preside. “Están encerrados en casa, los niños no pueden continuar sus estudios ‘online’ porque no pueden costearse una conexión a Internet. No tienen ingreso alguno. Ellas trabajaban como empleadas del hogar o como prostitutas antes de que se declarara la pandemia”, explica Lokake a esta publicación en conversación telefónica desde la capital de Marruecos, donde vive con sus dos hijos. 

La asociación les proporciona alimentos básicos como arroz, aceite o azúcar o medicamentos básicos procedentes, relata Lokake, de la Iglesia católica el país magrebí o de la ONG marroquí Fondation Orient Occident. “La situación legal de muchas personas está siendo otro problema, porque sin contrato de alquiler no pueden renovar sus permisos de residencia”, subraya. “No sabemos qué hacer, la situación es durísima”, lamenta la congolesa, que reclama financiación para ayudar a estas personas. 

 Los testimonios dramáticos se repiten. Es el caso de Saddou Habi, guineano de 30 años, residente en Marruecos desde hace dos. “He tenido que ayudar a mis otros cuatro compañeros de piso que tienen una situación financiera peor que la mía”, aseguraba a la agencia Reuters. “Respetamos todas las medidas para parar la expansión del coronavirus, pero necesitamos ayuda urgente para salir de estos duros momentos”, añade. Habi, que vive en el distrito rabatí de Hay Nahda –una de las zonas con rentas más bajas de la capital de Marruecos, al sur de la urbe-, espera un permiso de residencia que no acaba de llegarle.

El Consejo Nacional por los Derechos Humanos y la Asociación Marroquí por los Derechos Humanos han pedido a las autoridades que agilicen la ayuda a estos colectivos especialmente vulnerables, se hacía eco Reuters. Hay que recordar que oficialmente la principal comunidad extranjera instalada en Marruecos de origen africano es la senegalesa (con 6.066 personas en situación legal) seguida de la argelina (con 5.710 personas). 

“Marruecos ya no es solo para estas personas país de paso, sino de destino”, explica el senegalés Diop Mountaga, presidente de la organización Kirikou, a Atalayar. La entidad con sede en Rabat trabaja desde 2013 en la integración en la sociedad y el mercado laboral marroquí de inmigrantes de otros países africanos. Lo hace concretamente a través de una guardería intercultural, formación e integración para mujeres y ayuda a menores aislados. Y en estos días se vuelca en ayudar –canalizando donaciones materiales particulares- a personas necesitadas.

“Llevamos la comida barrio a barrio, con gente de nuestra asociación que tenemos en cada distrito, porque las restricciones impuestas con el confinamiento nos hacen imposible transportar los productos de otra forma”, explica Mountaga. “Se está creando una dinámica positiva estas últimas semanas. La administración local insta a la población marroquí a ser clemente con los inmigrantes. La Media Luna Roja Marroquí, donde trabajo, ha hecho un plan de ayuda humanitaria. Es una ayuda que va a ser coordinada con el Ministerio del Interior, que se encarga de la distribución a las poblaciones vulnerables. Pero hace falta más. El gran problema, además de los alimentos, es el del alquiler, necesitamos una moratoria en los pagos”, explica este joven instalado en Marruecos desde 2012.

Dos ciudadanos de procedencia subsahariana residentes en Marruecos sostienen una bolsa con productos de primera necesidad en la sede de la asociación intercultural local Kirikou
Múltiples barreras

“La comunidad inmigrante de África occidental y central en Marruecos es frágil por muchas razones: la discriminación, el difícil acceso a la atención sanitaria y a una vivienda digna, así como por las dificultades a la hora de acceder a la formación y la asistencia social. Durante este período del COVID-19 son particularmente vulnerables porque sobreviven día a día y dependen de la movilidad regular de la calle para vivir de la mendicidad, la creación de negocios informales, etcétera”, asevera el consultor ghanés Reuben Yemoh Odoi, quien desde Rabat ha lanzado una campaña de recaudación a través de las redes para ayudar a los migrantes de África occidental y central en Marruecos.  

El ghanés –quien dirige la asociación Yemoh & The Minority Globe, que comenzó en 2009 su andadura y tiene hoy como objetivo principal ayudar a jóvenes artistas africanos en Marruecos- se emplea estos días en distribuir comida a los miembros de estas comunidades residentes en Casablanca en estos días de confinamiento. “Utilizaremos el método de los cupones de alimentos en colaboración con los supermercados de los distritos con alta densidad de migrantes a fin de limitar el riesgo de aglomeraciones; la idea es que cada persona o familia se lleve comida a casa según sus necesidades”, explica el también artista y fotógrafo a Atalayar desde Rabat. “Este método es recomendado por la mayoría de las ONG de Marruecos, como Cáritas y las plataformas de migrantes. De esta manera, los beneficiarios son independientes en su compra y movimiento, presentando sus cupones cuando lo deseen en el supermercado de su barrio”, asegura.

La barrera idiomática –pues se trata de grupos anglófonos- es uno de los principales problemas de los inmigrantes en Marruecos, pues “carecen de acceso a la información”, recuerda Odoi a esta publicación. “La mayoría de los inmigrantes de habla francesa saben dónde tiene que ir en caso de necesidad, pero los que no hablan esta lengua son invisibles para las ONG”, lamenta el artista, que llegó a Marruecos en 2005. 

Este polifacético ghanés hace hincapié en la especial vulnerabilidad de un subgrupo: las mujeres y niñas procedentes del estado nigeriano de Edo. “La situación de estas mujeres es extremadamente precaria. Son casi todas ellas víctimas del tráfico de personas y la explotación sexual en su ruta hacia Marruecos, donde esperan una oportunidad para llegar a Europa. Desafortunadamente, llegan a Marruecos con muchos traumas. Viven de la mendicidad, la prostitución y el comercio callejero”, explica Odoi. 

El activista y artista ghanés Reuben Yemoh Odoi, rodeado de sacos de alimentos en una fotografía de archivo

Es claro que la categoría ‘inmigrantes subsaharianos’ no forma un todo homogéneo; no solo por la diversidad de países de procedencia, sino por las distintas situaciones económicas, personales y formativas de estas personas. En una conversación con Atalayar, el profesor de sociología de la Universidad Internacional de Rabat Mehdi Alioua distingue tres grandes grupos con relación a su vulnerabilidad respecto a la COVID-19. 

“Hay un primer grupo de personas que vienen con pocos medios y dinero y están bloqueados sin nada, frecuentemente viven en bosques, cerca de las fronteras de Ceuta y Melilla; un segundo grupo de gente que ha vivido en otros países antes de llegar a Marruecos, que han hecho la migración internacional por etapas, algunos son refugiados, y que salen adelante encadenando trabajos de baja cualificación; ambos grupos están siendo especialmente golpeados por el coronavirus y se encuentran situación precaria” , explica Alioua. 

“Por último hay un tercer colectivo de personas que han llegado directamente a Marruecos con la idea en muchos casos de cruzar a España, aunque no necesariamente; tienen un modo de vida urbano, estudios y comienzan a entrar en la clase media; tratan de mejorar su condición social y se enmarcan en la migración intracontinental africana”, prosigue el también docente en Science Po Rabat. “Asimismo este grupo se ha visto afectado por el coronavirus, pero no exactamente de la misma manera, saldrán mejor de la situación porque muchos continúan trabajando, se encuentran en situación legal y mantienen los vínculos con sus familias; su realidad aparece desde luego mucho menos en las televisiones”, prosigue. 

“El primer grupo se encuentra en una situación de emergencia absoluta, hace ya tres semanas que tienen problemas serios para conseguir alimentos; ahora se dirigen a las ciudades pensando que les ayudarán, pero a causa del confinamiento las ONG no podrán siempre ayudarles”, advierte a esta publicación el sociólogo marroquí.  “La segunda categoría de personas, aquellas que viven de empleos de baja cualificación, por ejemplo, trabajando en obras o en el comercio callejero, vive en una situación muy difícil también porque las medidas de confinamiento han parado la actividad de los sectores en los que se desempeñan y su economía se basa en el contacto social en la calle”, avisa Alioua. 

“Por último, el tercer grupo se halla en una situación menos urgente, pero si el estado de emergencia se prolonga va a ser cada vez más problemática: muchos perderán empleos y, al no tener la mayoría contrato laboral, no tendrán acceso tampoco a las prestaciones sociales. En muchos casos además se les están caducando los permisos de residencia, lo que implica imposibilidad de obtener ayudas o de sacar incluso dinero del banco”, recuerda el sociólogo.

Dos ciudadanos de origen subsahariano recogen alimentos de la sede de la organización Kirikou, con sede en Rabat
Solidaridad marroquí

Con todo, en medio de la adversidad hay espacio para la esperanza. “Las cosas han cambiado mucho en los últimos seis o siete años. Como subsaharianos vivimos una realidad muy dura, pero sentimos la solidaridad de los marroquíes cada vez más”, explica a Atalayar Fifi Lembé, quien llegó, embarazada, a Marruecos desde su natal República Democrática del Congo en 2013 tras una odisea por Mauritania, Mali y Argelia. Hoy hace su vida en el populoso barrio de Yacoub el Mansour de la capital. 

La congolesa trabaja desde 2015 en la asociación Kirikou, que le ayudó proporcionándole formación en materia educativa a su llegada. Ahora cuida en la guardería de la entidad de pequeños tanto de origen subsahariano como marroquíes. “En nuestra guardería niños de distintas procedencias conviven con naturalidad, y eso nos hace muy felices”, confiesa. Además, imparte talleres educativos y de costura a mujeres llegadas al país magrebí desde otras partes de África. Pero la crisis de la COVID-19 ha supuesto un golpe seco e inesperado a toda esta labor. 

“Ha resucitado el amor entre el extranjero y el marroquí estos días. Veremos qué ocurre cuando acabe la crisis. A medida que la sociedad civil de Marruecos se hace más fuerte también se refuerza nuestra situación y consideración. En la década de 2000 la realidad de los inmigrantes subsaharianos era tabú”, desgrana el presidente de Kirikou, Diop Mountaga.

Foto de archivo de una actividad de la asociación intercultural Kirikou, con sede en Rabat, con su presidente, Diop Muntaga, en el centro de la imagen
Complejidad añadida en el norte de Marruecos

En las zonas septentrionales de Marruecos, especialmente en las áreas cercanas a Ceuta y Melilla, la situación es aún más compleja para estos colectivos, que aguardan su oportunidad de alcanzar suelo europeo. Muchos de ellos se refugian en zonas boscosas y montañosas de las provincias de Tetuán o Nador, limítrofes con las ciudades autónomas españolas.  “Las personas que aquí en el norte han tratado de cruzar el Estrecho estas semanas y han sido rescatadas soportan una carga extra; su situación es mucho más precaria en estos momentos de crisis por el coronavirus. El protocolo las mantiene posteriormente en cuarentena y en ciertos casos las autoridades las envían a otras partes lejanas de Marruecos sin poder siquiera usar el transporte público”, explica desde Tánger a Atalayar la investigadora estadounidense de la Universidad de Míchigan Cynthia Gonsalez. 

“Creo que las ONG estén equipadas para gestionar la ayuda a muchos inmigrantes, su capacidad es limitada. Mientras tanto, se está produciendo una movilización de las propias comunidades extranjeras para ayudar a sus miembros”, estima Gonsalez, quien trabaja sobre la realidad inmigratoria en la ciudad del Estrecho.  

Sin movernos de Tánger, el camerunés Sedrick Royal relata a Atalayar la situación en la antigua urbe internacional de los miembros de la comunidad subsahariana. “Siguen saliendo, a pesar del confinamiento, sin mascarillas, a las grandes avenidas y rotondas, donde se dedican a la mendicidad. Las clases medias marroquíes son las que, con su ayuda, están ayudando a que sobrevivan”, explica este jurista llegado a Marruecos en 2009. 

Aunque su sueño fue un día cruzar el Estrecho y vivir en Europa, su destino, confiesa a esta publicación, es el de “estar al servicio de su comunidad” en Tánger, donde asesora legalmente a personas llegadas de distintos países de África. Royal hace hincapié en que hace falta más organización en la distribución de la ayuda y una mejor evaluación de las necesidades. Y destaca que toda contribución que se haga es poca porque “la demanda es siempre mayor que lo que se pueda aportar”. “Entre el 40 y el 60% de estas personas viven con lo que consiguen cada día. No olvidemos que son los más expuestos a la infección por coronavirus”, advierte Royal. 

Lo cierto es que la crisis de la COVID-19 no frena las pateras en el Estrecho ni las tentativas de acceder a territorio español. El pasado 15 de marzo, la Guardia Civil de Ceuta interceptaba una embarcación recreativa con diez inmigrantes, en este caso marroquíes, que se dirigía hacia las costas de Cádiz y detuvo a dos personas que ejercían como patrones, ambos de nacionalidad española, informaba entonces la agencia Efe.

Imagen de varios kits con productos alimentarios destinados a personas especialmente golpeadas por la crisis del coronavirus en la sede de la entidad marroquí Kirikou

Según fuentes del instituto armado, la intervención se produjo cuando los agentes del Servicio Marítimo advirtieron la navegación de una embarcación que cruzaba las aguas del Estrecho. Los dos patrones de la barca serán acusados de un delito contra los derechos de los ciudadanos extranjeros.

Más recientemente, el pasado 6 de abril, más de 300 personas de origen subsahariano intentaron entrar en el territorio de la ciudad de Melilla. Una cincuentena pudo saltar la valla, recogía el digital marroquí H24info citando a Efe.  De acuerdo con la agencia española, se trata de una de las tentativas de entrada de migrantes más violentas desde hace meses. Las personas que lo lograron se dirigieron al Centro de Estancia Temporal de Melilla.

Y del norte al sur, porque en esta ocasión la mayor tragedia tuvo como escenario las aguas meridionales de Marruecos. El pasado día 3 de abril se registró el naufragio de una patera en las costas de Tantán, que se saldó con la muerte por ahogamiento de dos inmigrantes y la desaparición de otros 19, según información de Salvamento Marítimo español recogida por Efe. Dos días antes, dos pateras con 54 inmigrantes de origen subsahariano a bordo, entre ellos siete niños, llegaron durante la madrugada a Gran Canaria y Tenerife, según recogió la agencia española citando fuentes de la Cruz Roja y el 112.

Además, la Marina Real marroquí interceptó el mismo viernes 3 de abril a un grupo de 32 inmigrantes procedentes de distintos países del África subsahariana cuando viajaban en una barca de pesca hacia las islas Canarias, según fuentes de seguridad citadas por la agencia estatal MAP. El rescate se produjo a cien kilómetros al sur de la ciudad de Dajla. La crisis del coronavirus parece estar reactivando el flujo hacia el archipiélago. 

Entretanto, la pandemia de la COVID-19 prosigue su curso en Marruecos. El número de contagios ya ha superado ampliamente los dos millares. Al cierre de este texto se registran 2.251 infecciones y 128 decesos.

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