La vuelta del embajador emiratí a Teherán empuja a Riad a acelerar la normalización de sus relaciones con el régimen de los ayatolás

Arabia Saudí, obligado a reaccionar tras el acercamiento entre Emiratos e Irán

photo_camera PHOTO/ARCHIVO/AFP - Combinación de imágenes del príncipe heredero saudí, Mohammed bin Salman y del líder supremo ayatolá Alí Jamenei

La muerte del clérigo chií Nimr Baqr al-Nimr, ejecutado junto a otras 46 personas por las autoridades saudíes tras ser acusado de llevar a cabo prácticas terroristas y conspirar contra el Gobierno, levantó un alud de indignación en Irán, bastión del chiismo. En señal de protesta, una muchedumbre enfurecida asaltó y prendió fuego a la Embajada saudí en Teherán a principios de 2016, reproduciendo un episodio similar al vivido en 1979 durante la crisis de los rehenes, con el secuestro de buena parte de la legación diplomática estadounidense espoleado por el nuevo mandamás iraní, el ayatolá Jomeini. 

Riad rompió por completo sus relaciones bilaterales con Teherán tras este suceso. Todas las vías de contacto quedaron cerradas a cal y canto. La enconada rivalidad protagonizada en Oriente Próximo por uno y otro, latente desde la llegada al poder de los mulás en Irán y acentuada tres décadas después con el alud revolucionario de la Primavera Árabe, que abrió entre otros el frente bélico en Yemen, saltó por los aires. No había entendimiento posible, un hecho que agravó la situación de seguridad de la región. 

Pero el clímax de la crisis regional no llegaría hasta tres años después. En 2019, los rebeldes hutíes, insurgentes yemeníes respaldados por Teherán, se atribuyeron un ataque con drones sobre las instalaciones petroleras de Saudi Aramco, la petrolera estatal saudí y el eje de su economía, que tiró por tierra la mitad de la producción de crudo del Reino del desierto. La inteligencia occidental, sin embargo, señaló a Irán como el principal responsable de la acción, motivada por la intervención saudí en Yemen en favor del Gobierno de Abd Rabbuh Mansur al-Hadi, a quien acogió en su suelo. 

Emiratos Irán

La retirada gradual de Oriente Próximo emprendida por los Estados Unidos de Donald Trump, ensimismado en cuestiones internas, sacó del mapa a Washington y reveló su impotencia a la hora de defender a sus socios regionales. Sin líneas de comunicación abiertas con Irán tras la retirada unilateral del acuerdo nuclear y, sobre todo, con la imposición de una línea dura y nuevas sanciones contra la economía persa, la Casa Blanca quedó maniatada para persuadir a Teherán de desescalar las tensiones, lo que hizo reaccionar a las monarquías del Golfo. 

Emiratos fue el primero en cambiar de estrategia. Abu Dabi siguió al principio la senda de Riad, guardando las distancias con Teherán y reduciendo los vínculos diplomáticos, pero en 2019 comenzó una nueva etapa de acercamiento que fructificó el lunes con el anuncio del regreso de su embajador a Irán. Emiratos se ha convertido en el principal exportador a Irán con un volumen comercial que asciende hasta los 21.400 millones de dólares en el primer cuarto de este año, de acuerdo con Reuters, triplicando las cifras registradas hace solo tres años. 

Los pasos de Emiratos, y antes los de Kuwait, primero en reanudar sus relaciones con Irán entre las monarquías del Golfo, lejos de agrietar sus vínculos con Arabia Saudí, podrían servir como precedente para la Casa de Saúd. El Reino wahabí conversa desde abril de 2021 con la República Islámica a instancias de Irak. El primer ministro iraquí en funciones, Mustafa al Kazemi, se ha erigido en árbitro de un diálogo de altos vuelos que ha celebrado ya cinco rondas, la última en abril. Todavía no se han materializado avances concretos, aunque se esperan más encuentros en Bagdad para mejorar la situación securitaria de la región. 

Acuerdo nuclear Viena

Las distancias entre uno y otro régimen son amplias. Para empezar, les divide la cuestión religiosa, donde ambos compiten por ser el centro neurálgico de la comunidad musulmana mundial. Arabia Saudí, con las ciudades sagradas de La Meca y Medina en su haber, parte con ventaja, pero los amagos de reconocimiento del Estado de Israel juegan en su contra. Además, Riad es el baluarte del sunismo; Teherán, el del chiismo, ramas enfrentadas del mismo credo. Las diferentes aproximaciones al tablero sirio y yemení, entre otros, tampoco ayudan. 

El contexto, sin embargo, puede ser proclive. Con un alto el fuego prolongado en Yemen y un acuerdo nuclear más próximo que nunca, las partes pueden sentarse sin verse cercadas por tantas amenazas para la seguridad. Aunque los países del Golfo temen que, de fructificar, la reedición del pacto nuclear y el consiguiente levantamiento de sanciones pueda envalentonar al régimen de los ayatolás. Por el contrario, si las negociaciones se truncan, los analistas apuntan hacia una escalada de las tensiones. 

Desde Teherán aseguran que normalización de las relaciones con Arabia Saudí es un caso aislado de las negociaciones para reactivar el Plan Integral de Acción Conjunto (JPOCA, por sus siglas en inglés), pero uno y otro asunto están visiblemente relacionados. Como recuerda la analista Banafsheh Keynoush, las conversaciones entre Arabia Saudí e Irán dieron comienzo tras los esfuerzos de la Administración Biden por volver al acuerdo nuclear. De hecho, cuando las negociaciones en Viena fracasaron por primera vez a finales de 2021, tras meses de negociaciones entre los participantes, el grupo denominado P5+1, el diálogo entre Arabia Saudí e Irán en Bagdad también se resintió. 

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