La región de al-Fashaga ha vuelto a ser objeto de disputas armadas entre los Ejércitos etíope y sudanés, ambos en el ojo del huracán por la guerra en Tigray y la paralización de la transición democrática

Aumenta la tensión fronteriza entre Etiopía y Sudán

photo_camera REUTERS/MOHAMED NURELDIN - El primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed, se reúne con el jefe del Consejo Militar de Transición de Sudán, el teniente general Abdel Fattah Al-Burhan, en Jartum, Sudán, el 7 de junio de 2019

El Ejército sudanés y el etíope habrían entrado este sábado en una nueva disputa armada en al-Fashaga, región fronteriza que hizo estallar los puentes entre Jartum y Adís Abeba a comienzos de año. Fuentes militares de Sudán filtraron al medio qatarí Al Sharq nuevos enfrentamientos en la zona, en los que se habrían producido víctimas mortales. Unos hechos que añaden más presión si cabe a la delicada situación política que atraviesan ambos países, inmersos en un período de profunda inestabilidad.

Sudán y Etiopía rivalizan desde más de un siglo por una franja de terreno de unos 260 kilómetros de extensión, caracterizada por sus amplias llanuras y suelo fértil. Unos rasgos que la convierten no sólo en una zona idónea para el cultivo, sino en una de las áreas agrícolas más importantes de Sudán. Y es que Al-Fashaga es uno de los cinco distritos que comprende el Estado de Gadarif, bajo soberanía sudanesa según los mapas de la era colonial. El problema es que en él habitan y trabajan agricultores etíopes en virtud de un acuerdo amistoso alcanzado hace una década.

El entonces primer ministro etíope Meles Zenawi y el expresidente sudanés Omar al-Bashir sellaron en 2007 una fórmula de cooperación que permitía el cultivo conjunto y pospusieron la demarcación de una nueva divisoria. Sin embargo, en diciembre de 2020, Sudán desalojó de forma repentina a la población etíope residente en la región, en su mayoría de etnia Amhara, el segundo mayor grupo étnico del país. Una acción que hizo reaccionar al Gobierno de Abiy Ahmed.

Hamadayet Etiopía

Aprovechando la situación de debilidad de Adís Abeba, combatiendo el desafío separatista en la región Tigray contra los rebeldes del TPLF, Jartum actuó con la justificación de la violación de su soberanía. Desde Sudán se acusó a Etiopía de utilizar milicias, conocidas como ‘shefta’, amparadas por efectivos del Ejército para forzar el acceso en la región de centenares de etíopes para cultivar las tierras sin el consentimiento de la comunidad sudanesa residente en al-Fashaga.

Jartum denunció, además, que Etiopía mantiene la construcción de asentamientos dentro de la frontera sudanesa. Es decir, que el Gobierno de Adís Abeba estaría desarrollando un plan de ocupación sobre el territorio de su vecino norteño favoreciendo los intereses de los colonos de etnia Amhara. Un factor que elevaría la problemática del conflicto y, sobre todo, dificultaría su resolución pacífica. 

Como respuesta a la expulsión de los agricultores etíopes, el Ejecutivo liderado por Abiy Ahmed desplegó un contingente conformado por fuerzas militares y milicianos a lo largo de la frontera. Y, de esta forma, dio comienzo una serie de combates fronterizos por dominar el territorio que se prolongaron hasta febrero y que amenazan con reactivarse un año después. De hacerlo, ambos recrudecerían su crisis interna y atraerían la intervención de socios regionales, magnificando así la disputa en el Cuerno de África.

“Las fuerzas etíopes no han abandonado completamente la zona”, trasladaron fuentes militares sudanesas al medio Al Sharq. Una presencia que irrita a Jartum, puesto que Sudán defiende las delimitaciones fronterizas establecidas en 1902 bajo los términos del Tratado Anglo-Etíope. Un documento ambiguo que definió con poca precisión el reparto territorial. Por este motivo, Etiopía apuesta por redefinir la divisoria. Un cara a cara en el que Abiy y al-Burhan han asumido los roles de negociación, pero donde no se mueve ninguna pieza.

Abiy Ahmed
Situación límite

En este sentido, los altos mandos del Ejército sudanés tendrían un enemigo externo que reforzara su percepción interna, dañada por su flagrante obstrucción al aperturismo democrático. El teniente general al-Burhan dio un golpe de Estado el pasado 25 de octubre y encarceló al primer ministro Abdalla Hamdok. Un movimiento que desató las protestas contra el Ejército y que hirió de muerte la frágil transición política compartida por militares y civiles.

Pero es Abiy Ahmed, Premio Nobel de la Paz de 2019, quien tiene más que perder sobre el papel. El líder etíope se encuentra en el campo de batalla realizando ejercicios militares junto al Ejército federal, dando ejemplo a la población civil a la que llamó a tomar las armas para defender la unidad territorial. El avance de las tropas rebeldes del TPLF hacia la capital puede degenerar en una guerra civil a nivel nacional. Y la reapertura de un nuevo frente –próximo a la región de Tigray– podría colmar el vaso.

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