El que fuese una eminencia de la teología falleció a los 95 años dejando una huella imborrable en la Iglesia

Benedicto XVI: dos despedidas y un legado para la historia

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El legado del Papa que decidió, por primera vez en seis siglos, abandonar su puesto.

Joseph Ratzinger adoptó el nombre de Benedicto XVI cuando, el 19 de abril de 2005, tomó el testigo de Juan Pablo II al frente de la Iglesia. Comenzó un camino que, a diferencia de lo que venía ocurriendo desde 1415, – cuando Gregorio XII se vio obligado a abandonar su puesto para dar fin al Cisma de Occidente – acabó antes de su fallecimiento. No obstante, si, como Ratzinger, se tiene en cuenta la libertad y voluntad propia para dejar el papado, sólo dos antes que él lo han hecho a lo largo de la historia: Clemente I en el año 97 y Celestino V en 1294.

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Este síntoma de valentía y determinación por parte del Sumo Pontífice fue el último acto de una trayectoria que estuvo caracterizada por estas dos virtudes. Pero, por supuesto, no fueron las únicas. Acercar el multiculturalismo y el respeto por otras religiones fue una seña de identidad de Benedicto XVI. Prueba de ello son las buenas relaciones que guardó en vida con algunos de los máximos exponentes de otras doctrinas, como Cirilo de Moscú, nombre secular de Vladímir Mijáilovich Gundiáyev, patriarca de Moscú y todas las Rusias, que ha elogiado la figura de Ratzinger tras su fallecimiento.

Cirilo de Moscú destacó su faceta teológica que, cree, “le permitió contribuir significativamente al desarrollo de la cooperación intercristiana, al testimonio de Cristo ante un mundo secularizado y a la defensa de los valores morales tradicionales”. Y es que el último Papa emérito en seis siglos era precisamente eso, un profesor, un hombre de cultura, humanista, que escribió tres libros sobre Jesús a lo largo de sus ocho años como obispo de Roma.

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El camino que le llevó al Vaticano

Desertó con 16 años tras la desaparición de su unidad de las baterías antiaéreas del Ejército nazi, y poco después comenzó a estudiar filosofía y teología en la Universidad de Múnich, formándose para ser ordenado sacerdote en 1951 junto a su hermano Georg. Tan sólo dos años más tarde, se doctoró, y en 1957 obtuvo el título de profesor universitario, donde enseñó teología fundamental en varias universidades de Alemania. Su amplio conocimiento del Concilio Vaticano II le llevó a ser cardenal por Pablo VI para, en 1981, ser nombrado prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Ese nombramiento con el que Juan Pablo II allanaba su camino a Santo Pontífice, fue el previo a la fumata blanca que en 2005 indicaba que el 265 vicario de Jesucristo había sido elegido. Un puesto que, como él mismo reconoció al ser elegido, no quiso: “En cierto momento, recé a Dios 'por favor, no me hagas esto'. Evidentemente, esta vez Él no me escuchó”. Quien sí lo hizo durante ocho años fue la Iglesia católica que tuvo en Benedicto XVI un elemento de concordia y entendimiento que atravesó las fronteras de su propia religión. 

Desde que Juan Pablo II le convirtiera en prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se convirtió en amigo personal del Papa y guardián de la fe de la Iglesia. En ese momento, el que fuera Papa veía en Ratzinger un sucesor de importantísimo bagaje espiritual, conocimiento y voluntad por dar a conocer el mensaje de Cristo por todos los rincones del mundo. Y así lo hizo, con un mensaje de fraternidad y cercanía, incluso en escenarios nada favorables para la Iglesia. Pero así decidió Benedicto XVI desarrollar su papado hasta el último de sus viajes, que tuvo como destino Líbano.

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Líbano: Último viaje de Benedicto XVI

Benedicto XVI hizo 25 viajes a lo largo de su trayectoria como vicario de Jesucristo. Los hizo por todo el mundo, teniendo especial presencia en Europa, como no podía ser de otra forma, entre ellos tres viajes a España. Pero no por ello dejó de lado al resto del mundo, nada más lejos de la realidad. Llevó a cabo una serie de viajes que tenían como objetivo el entendimiento interreligioso y el acercamiento a otras culturas. Camerún, Angola, Turquía, Israel o el Líbano fueron testigos de ello y pudieron ver en primera persona al Sumo Pontífice divulgando estas ideas.

Los mensajes de Benedicto XVI en su último viaje a Oriente Medio fueron cristalinos: “erradicar la violencia, trabajar por la paz y recuperar la fraterna comunión”. Fueron once los discursos que ofreció el Papa en el país libanés y en todos quiso ahondar en este mensaje, que bien podría hoy, diez años después, seguir aplicándose a la región. En los tres días que duró la visita de Ratzinger, el apoyo y las muestras de cariño hacia el Papa fueron aumentando a cada jornada. Su llegada, marcada por las estrictas medidas de seguridad, no fue tan calurosa como en otros destinos.

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Sin embargo, su viaje a Beirut tuvo una despedida antagónica al recibimiento. La misa celebrada el 16 de septiembre de 2012 en el City Center Waterfront de Beirut fue un acontecimiento histórico para el país. La mayoría de los que llenaron el recinto eran libaneses, pero también existió representación de refugiados sirios e iraquíes, además de peregrinos procedentes de países vecinos, como Jordania o Turquía. “Servir a la justicia y a la paz es una urgencia para comprometerse en aras de una sociedad fraterna”, afirmó Benedicto XVI en su homilía, haciendo un llamamiento a “fomentar la comunión”.

Otro de los actos más reseñables de su visita al Líbano fue la firma de la exhortación apostólica “Ecclesia in Medio Oriente”. Este recoge las conclusiones de la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para Oriente Medio celebrada en Roma en octubre de 2010. Ratzinger mostró su voluntad de convertirla en “una guía para avanzar por los caminos multiformes y complejos en los que Cristo os precede”. Además, mostró su agradecimiento con Beirut, y expresó su deseo de que “siga permitiendo la pluralidad de las tradiciones religiosas, sin dejarse llevar por la voz de aquellos que lo quieren impedir”.

De esta forma, Benedicto XVI elogiaba la apertura religiosa de un país que le recibió con los brazos abiertos y con quien quiso conectar a través de la juventud. En la sede del Patriarcado maronita de Bkerké se reunió con 26.000 jóvenes que, hondeando banderas vaticanas y libanesas, le recibieron calurosamente. A estos, el Papa les trasladó un mensaje de responsabilidad con la Iglesia y con su país: “Se trata de que seáis actores del futuro de vuestro país y de que cumpláis con vuestro papel en la sociedad y en la Iglesia”, cerrando de esta forma su último viaje como Sumo Pontífice.

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Su vínculo con Oriente Medio

Líbano, aunque el último y por ello más especial, no fue el único viaje que realizó Joseph Ratzinger a tierras de Oriente Medio. Lo hizo, de hecho, a uno de los países que por motivos históricos siempre ha estado rodeado de polémica e inestabilidad, como es Israel. Fue recibido por el entonces presidente Shimon Peres en una visita marcada por dos mensajes repetidos por el Papa durante toda su estancia en Tierra Santa: “seguridad y paz”.

Benedicto XVI quiso alejarse de una visión política sobre su visita a Israel y distanciarse, en la medida de lo posible, del conflicto con Palestina. Sin embargo, sí mostró la postura que había defendido en numerosas ocasiones, pidiendo que ambos pueblos cuenten con “una patria propia” con fronteras seguras e “internacionalmente reconocidas”. Defensor de un Estado palestino, Ratzinger consideraba la formación de este como la única forma de poner fin “a las hostilidades que han afligido Tierra Santa durante tanto tiempo”. Así, pidió a israelíes y palestinos que “exploren todo sendero posible en la búsqueda de una solución justa a los obstáculos que restan por salvar”.

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En ese viaje, el Papa quiso denunciar el antisemitismo pidiendo “que no se niegue el sufrimiento judío”. Tras orar por las víctimas del Holocausto y conocer a seis sobrevivientes, Ratzinger reafirmó “el compromiso de la Iglesia de rezar y trabajar sin descanso para garantizar que el odio nunca reine en los corazones de los hombres”. Esa promesa por la paz que intentó transmitir Benedicto XVI durante su papado era uno de los motivos que le llevó a Israel, ya que quería promulgar el diálogo interreligioso siendo, como él mismo decía, “un peregrino de paz”.

Y la prueba de ello es que, 14 años después de su viaje a Tierra Santa, su legado se ha mantenido intacto. Tanto israelíes como palestinos reconocen la importancia de la figura de Joseph Ratzinger y han enviado un mensaje expresando su pesar por el fallecimiento del que fuese un importante predicador del diálogo entre religiones. El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, alabó al difunto Papa y “su solidaridad y apoyo por la libertad e independencia del pueblo palestino”. De la misma forma que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, envió sus condolencias al que considera fue “un gran líder espiritual y se comprometió con todo su corazón a la reconciliación histórica entre la Iglesia Católica y el mundo judío”.

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El hecho de que Netanyahu hable de un alemán y teológicamente ortodoxo como “un verdadero amigo del Estado de Israel y el pueblo judío”, demuestra la importante labor que desarrolló Benedicto XVI durante sus ocho años al frente de la Iglesia. Y cobra aún más importancia cuando se analiza teniendo en cuenta su pasado en la Segunda Guerra Mundial, donde fue ayudante en las baterías antiaéreas del Ejército nazi. No obstante, en multitud de ocasiones se ha publicado que formó parte de las Juventudes Hitlerianas, algo que nunca ocurrió.

Joseph Ratzinger puso fin a su trayectoria como Sumo Pontífice antes de tiempo porque consideraba que las fuerzas, debido a su avanzada edad “ya no eran aptas”. Dejó su pontificado en el momento que consideró que ya no era apto para representar a la Iglesia como máximo exponente de esta. Su trabajo como obispo de Roma había llegado a su fin, pero sus enseñanzas, voluntad por expandir la religión y llevar a cabo un diálogo interreligioso fraterno quedarán para siempre.

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