José María retorna a las librerías este verano pandémico con Tánger y Melilla confrontadas, otros sesgos simbólicos y literarios

De lecturas, lectores y escritores en el norte de África

photo_camera PHOTO - Tánger y Melilla confrontadas, otros sesgos simbólicos y literarios. Colección Ensayos Saharianos, 2020

España, como decenas de países, no se salvó de la pandemia del coronavirus y tampoco escapa de la emergente «cultura de la cancelación» que impulsa la censura y promueve el despropósito revestidos de progresismo. En este contexto reaparece José María Lizundia, un autor que se caracteriza por romper el molde de la corrección política. De origen vasco, liberal, cosmopolita, reside hace 40 años en una isla, frontal y políticamente incorrecto, José María retorna a las librerías este verano pandémico con Tánger y Melilla confrontadas, otros sesgos simbólicos y literarios.

José María Lizundia, Málaga, septiembre, 2019

Lizundia no es adicto a las arengas ni a las causas. Desposeído de aquella animadversión marroquí que a veces se antoja arraigada en el ADN español/españolizante, entró a Marruecos por el sur, pero no se quedó ahí. Aunque rehúye del exotismo y de las formalidades, de forma circunstancial se ha visto inmerso en ambos escenarios sorteándolos con humor. Conocido a través de sus ensayos críticos en relación con el activismo español simpatizante del Frente Polisario y la estructura totalitaria de ese movimiento separatista, no se instaló en el asunto del contencioso territorial. José María desarmó el relato de aquel proyecto inviable, fallido y extemporáneo. Y, con su desparpajo habitual, zanjó que no está interesado en proponer soluciones. Acto seguido, salió del Sahara. Bordeando el Atlántico atravesó Marruecos, sumergiéndose en su historia, en su diversidad y en su enorme riqueza cultural y literaria, en sus escritores más notables.

Tánger y Melilla confrontadas, otros sesgos simbólicos y literarios es el noveno libro de la Colección Ensayos Saharianos editada por Lizundia. En esta colección interdisciplinar, dedicada íntegramente a Marruecos, participan autores iberoamericanos y marroquíes. José María eligió a dos de sus amigos, situados en diferentes orillas del Atlántico, como los primeros lectores de su última creación, a saber: un escritor y crítico literario marroquí y una politóloga, analista y lectora colombiana. Las impresiones lectoras, probablemente, también estarán en orillas diferentes, de acuerdo con la circunstancia de cada lector y con la manera en que un lector se sitúa e interactúa con un texto y con su autor.

Apuntes de una lectora colombiana

La lectura me trasladó a Marruecos, pero esta vez de otra manera. Y también me llevó a Borges. A Marruecos, como país de escritores, no así de lectores. No conocí en otro lugar que no fuera aquel país magrebí a tantas personas casi obsesionadas por ser reconocidas como escritores. Incluso, el hecho de no serlo, en cierto modo pareció desmerecerme intelectualmente algunas veces frente a más de un interlocutor. Pasando a Borges, el escritor inmortal —cosmopolita para unos y universal para otros—, estimó que la grandeza ha de medirse en lo leído más que en lo escrito: «Uno llega a ser grande por lo que lee y no por lo que escribe». «Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído». No le falta razón al gran poeta porteño que llegó a pisar tierra marroquí, según parece, dos veces, primero en Tetuán, capital del protectorado español, en 1936 y, casi 50 años después, en Marrakech, en 1984. Y es que un escritor es, en primer lugar, un lector. Preguntarán algunos: ¿Qué relación guardan estos comentarios con José María y con su obra?

 José María Lizundia, diciembre, 2019

Tánger y Melilla confrontadas, otros sesgos simbólicos y literarios bien puede inscribirse en el subgénero de la literatura de viajes, pero es mucho más que la crónica de unos viajes a Tánger, Ceuta y Melilla. Es crítica y análisis literario, recorrido introspectivo del autor mientras transita algunas zonas del norte de África y recupera algunos de sus autores y referentes intelectuales, pero es también y especialmente la mirada de un lector que interactúa, debate, dialoga, cuestiona y critica a los autores leídos, autores que recorrieron y que escribieron bajo el influjo de sus experiencias enmarcadas en una dimensión espacio temporal específica.

En este recorrido literario emprendido por el lector y escritor José María Lizundia se aprecia la influencia de Mohamed Chukri, escritor y lector marroquí. Recuerdo ahora alguna conversación con Ibrahim El Khatib, quien por cierto tradujo al árabe a Borges y a muchos más, sobre aquel Chukri lector que se descubre en Tiempo de errores y en Rostros, amores, maldiciones, segundo y tercer libro de la trilogía autobiográfica iniciada con El pan a secas. El Khatib corroboró mis inferencias. Efectivamente, Chukri fue un gran lector e incluso pudo ser el mejor lector marroquí que recuerde El Khatib. Y este gran lector es ese mismo que le discute a Paul Bowles (véase Paul Bowles, el recluso de Tánger). Chukri confronta ese Tánger de algún modo artificial e inauténtico ensalzado por extranjeros que despreciaban el Tánger real y marroquí. 

En Lizundia sobresale la crítica punzante y mordaz a esa corriente españolizante de un Tánger idealizado y narrado por foráneos que todavía guarda dolientes y nostálgicos. El autor recupera, en cambio, el Tánger real, en su elemento marroquí (no sin él), con la cultura marroquí. Y es que no todos los españoles que han escrito y que escriben sobre Marruecos y, en particular, sobre Tánger y/o desde Tánger son Antonio Lozano (1956-2019). Lozano fue descubierto recientemente por Lizundia y al parecer quedó gratamente sorprendido por la calidad de su obra. Antonio Lozano fue un magnífico escritor tangerino, a quien leí hace unos años y contacté posteriormente para invitarlo a una actividad literaria en el sur de Marruecos, habría asistido si su salud no se lo hubiese impedido. Antonio me contó que nació y vivió en Marruecos durante 27 años. Él dijo de Marruecos, de forma cálida y amable: «Es, a partes iguales con España (aunque por desgracia no hablo la lengua), mi país». He aquí la enorme distancia entre Lozano y algunos de los autores españoles de los que se ocupa Lizundia en su lectura crítica.

Interculturalidad y diálogo de civilizaciones 

A José María Lizundia a veces se lo percibe distante y no será él quien se renombre como un apasionado de Marruecos, pero algo de eso ha de haber para que fungiera como mecenas y dedicara una colección diversa y plural a ese país en aras de acercar diferentes aspectos que no se tratan habitualmente en España o que son desconocidos para buena parte del mundo hispanohablante. La Colección Ensayos Saharianos es mucho más que una serie de publicaciones en español. Hubo, por parte del editor, una decisión consciente de incluir voces marroquíes. José María no es de aquellos personajes dados a los discursos grandilocuentes que agitan banderas y estimulan abrazos para las fotografías en nombre de la interculturalidad. Pero en los hechos y en su apuesta cultural propone y materializa el intercambio, invita al descubrimiento y plantea la disposición al diálogo, al conocimiento y al reconocimiento. Nótese aquí la resignificación y auténtico diálogo de civilizaciones, expresión que fue vaciándose de sentido en las bocas de sus promotores: Erdogan, convertido en autócrata turco y Zapatero, quien devino en valedor internacional de la dictadura venezolana.

José María Lizundia, Málaga, septiembre, 2019

Finalmente, Lizundia plantea los límites de la interculturalidad y aquí me permito introducir un matiz: De interculturalidad hablamos dos de sus amigos, lectores y autores de su colección, lo hicimos, en ese entonces de la misma orilla del Atlántico, siguiendo a Amin Maalouf. Observamos la interculturalidad como el estadio siguiente al multiculturalismo que ha evidenciado sobradamente sus límites. La interculturalidad no ha de transigir con la falta de sentido común, cuando no el sinsentido, la condescendencia y la corrección política del multiculturalismo. De hecho, está llamada a sustituirlo. La interculturalidad la vimos en relación con la integración de los inmigrantes en sus países de acogida, pero valdría la pena retomar aquí la cuestión central del planteamiento que hicimos y que apunta a la búsqueda de equilibrio para que el inmigrante, por un lado, mantenga los elementos propios de su cultura (lengua, gastronomía, arte, etc.,) y, por el otro, adhiera —sin excepciones amparadas en razones étnicas, culturales o religiosas— a la constitución y al cumplimiento del ordenamiento constitucional en su país de acogida. Lo resumo en una sentencia: Reconocimiento de alteridades en sociedades modernas. ¿Qué significa esto? Diferentes culturas pueden coexistir en un territorio como culturas en movimiento, dinámicas y con vocación de transformación para adoptar y adaptarse a los valores de la modernidad y a los principios cívicos y democráticos del país receptor. En ese sentido, las diferentes culturas y comunidades de inmigrantes asumen que las libertades individuales y la universalidad de los derechos humanos no son negociables ni están en discusión (Riveros, 2019, p. 36-37). Comparto en buena medida las preocupaciones e inquietudes finales esbozadas por José María, quizá con algunas diferencias en la forma y/o en los conceptos, pero en el fondo y en el contenido de sus observaciones críticas y reservas manifiestas no mantengo distancias insondables con el autor. En tiempos de confinamiento, pandemia y fronteras cerradas, viajemos con Lizundia al norte de África, al Magreb. Buena lectura.

Clara Riveros, analista política y directora de CPLATAM -Análisis Político en América Latina- ©
 

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