El último Mundial se disputó en Rusia, un país que había invadido Ucrania cuatro años antes y no generó problemas en los participantes

De Rusia a Qatar: la doble moral que intenta arruinar el fútbol

photo_camera PHOTO/FILE - Logo Mundial de Qatar

El 2 de diciembre de 2010 se eligieron las sedes para el Mundial de 2018 y para el de 2022. Fue la primera vez que la FIFA decidía tan a largo plazo y las dudas solo se generaron sobre Qatar. Apenas se habló de Rusia, un actor habitual en el deporte, la política o la economía mundial que no levantaba recelos. 

Al margen de qué influyó en la decisión de Platini y Blatter y las investigaciones sobre una presunta trama de corrupción para conseguir que Qatar fuera la sede de 2022, las quejas sobre este país afloraron. 

Es curioso que no hubiera ataques a Rusia como organizador del Mundial de 2018. Vladimir Putin ordenó al Ejército ruso que invadiera Crimea en febrero de 2014, cuatro años antes y con margen suficiente para una sanción ejemplar como las que sí han impuesto ahora a la selección y a sus equipos de fútbol.  

En abril de 2014 se inició la guerra del Dombás entre Rusia y Ucrania por estos territorios del este del país, en la frontera con Rusia. Las cifras de aquella guerra fueron 14.000 muertos, 30.000 heridos, 1,4 millones de deslazados y 3,4 millones de personas con necesidad de ayuda humanitaria, según la ONU. 

Esa guerra se mantuvo en segundo plano, nadie habló de ella ni se utilizó al fútbol para atacar a Rusia. Los años pasaron y el Mundial se celebró por todo lo alto del 14 de junio al 15 de julio. Fue allí donde Luis Rubiales avergonzó a España despidiendo a Lopetegui un día antes de que debutara España y poniendo en su lugar a un despistado Fernando Hierro. España se fue a casa en octavos ante Rusia, aunque ganó en posesión del balón y Francia se llevó la Copa del Mundo tras una entretenida final ante Croacia que se saldó con un 4-2 en el estadio moscovita de Luzhnikí.  

Con todos esos muertos a la espalda de Rusia, Niki Jam o Will Smith no se opusieron a cantar el tema oficial “Live It Up”. Tampoco faltó Robbie Williams, que aseguró que estaba “muy contento y emocionado por volver a Rusia para una actuación tan única”.  

Will Smith, Era Istrefi y Nicky Jam también estuvieron en la ceremonia de clausura antes del partido entre Francia y Croacia. Tampoco hubo boicot para que el sector privado aportase a las arcas rusas más de 2.000 millones de euros.  

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En febrero de 2022 todo cambió. La nueva invasión rusa de Ucrania sí que empujó a Europa y a Estados Unidos a aislar a Rusia y pedir para este país, selecciones nacionales, equipos de fútbol y empresarios un ramillete de sanciones que, en algunos casos como el de la confiscación de yates, son un problema para las arcas públicas y hasta podría suponer un delito.  

Qatar no ha invadido otro país, el problema es su forma de entender las libertades. Muy lejos de lo que son para los occidentales. La mujer o el colectivo homosexual están apartados de la sociedad y la ley condena prácticas que en otras partes del mundo están superadas.  

La RFEF de Luis Rubiales jugó con la doble moral intentando blanquear a Arabia Saudí antes de celebrar allí diferentes Supercopas. Ir de salvapatrias no coló, el fútbol no le iba a devolver derechos a las mujeres, pero España decidió acudir a la llamada del dinero.  

Son sus costumbres como dirían algunos políticos en España sobre los extranjeros cuando infringen la ley. En Qatar también hay unas costumbres que, si no gustan a la Inglaterra más LGTBI o a la marca deportiva de Dinamarca, pueden optar por no disputar el torneo en lugar de provocar enfrentamientos con sus lamentos.  

Blatter ha confesado 12 años después que elegir Qatar fue un error. Han tenido tiempo para corregirlo, no lo han hecho y ahora muchas selecciones deciden sacar la doble vara de medir para disputar el Mundial, pero atacar al país que les acoge. 

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