La pandemia de coronavirus reactiva el ecosistema de desinformación ruso, secundado esta vez por Pekín. China añade un nuevo elemento a su potente estrategia de diplomacia pública

Desinformación: China emprende el camino abierto por Rusia

PHOTO/ALEXEI DRUZHININ - El presidente ruso Vladimir Putin brinda con su homólogo chino Xi Jinping antes de la Conferencia sobre Interacción y Medidas de Fomento de la Confianza en Asia (CICA) en Dushanbe, Tayikistán

“Desinformación” es una de las palabras que han protagonizado la geopolítica a lo largo de la última década. En ocasiones, es un concepto bastante voluble, puesto que no se define con claridad y, por tanto, se emplea para designar realidades de forma errónea. En pocas palabras, la desinformación como estrategia consiste en la distribución de mentiras disfrazadas de información veraz para crear confusión y desconfianza en amplios sectores de la población.

A pesar de que esta práctica es tan antigua como la misma guerra, la situación de hiperconectividad del mundo actual ha facilitado su puesta en práctica a través, sobre todo, de las redes sociales de internet. En la última década, Rusia ha sido el actor internacional que más se ha prodigado en el diseño y aplicación de este tipo de campañas, cuyos objetivos respectivos, en líneas generales, han radicado en socavar la confianza de los ciudadanos en los sistemas políticos de democracia representativa.

Los ejemplos son abundantes. Suele situarse como el primer caso la estrategia desplegada por el Kremlin en la invasión de Osetia del Sur de 2008. La guerra contra Georgia sirvió como campo de pruebas para ir implantando mecanismos de manipulación masiva de la opinión pública. Desde entonces, una mecánica similar volvió a verse en la guerra del Donbás de Ucrania, donde la acción militar sobre el terreno se combinó con el uso de medios tecnológicos y llamadas operaciones de información o ‘info-ops’. 

Miembros de la Milicia Popular de Crimea asisten a una ceremonia que marca el primer aniversario del referéndum de Crimea para separarse de Ucrania y unirse a Rusia, en Simferópol el 16 de marzo de 2015

Recientemente, los medios de desinformación al servicio del Kremlin, ya consolidados como una estructura funcional y bien organizada, pusieron en marcha operaciones para influir en varias citas con las urnas en Estados Unidos y países de Europa occidental.

La actual pandemia del coronavirus ha proporcionado una nueva ocasión para reactivar esa maquinaria de bulos, especulaciones, rumores y medias verdades creada en las esferas del poder de Rusia; una estructura tan bien engrasada que, en esta ocasión, ni siquiera ha requerido ser activada por instancias superiores del Kremlin, sino que, en opinión de la investigadora del Real Instituto Elcano Mira Milosevich, ha sabido adaptarse a las circunstancias y aprovechar el contexto.

Milosevich fue una de las participantes en un encuentro virtual auspiciado por el propio laboratorio de ideas español a finales de abril en el que se trataba, precisamente, el asunto de la desinformación en el marco de la crisis actual. La mesa redonda fue moderada por Charles Powell, director de Elcano, y también figuraron en ella como ponentes el investigador Mario Esteban; Ivana Karaskova, investigadora sobre China y coordinadora de proyectos de la Asociación de Estudios Internacionales de República Checa; y Alina Polyakova, presidenta del Centro de Análisis de Política Europea (CEPA) de Washington.

Unidades locales de autodefensa prorrusas en Crimea
China: ¿el aprendiz supera al maestro?

Como se podía esperar, Rusia fue uno de los dos actores centrales del debate. El otro gran nombre traído a colación fue el de China; un gigante geopolítico que, hasta la fecha, no se había prodigado en la ejecución de campañas de desinformación, pero que, en la situación actual, se está desmarcando como el alumno aventajado de Moscú.

“Muchos nos planteábamos el gran interrogante de cuándo China pondría sus enormes recursos y capacidades al servicio de la desinformación”, reflexiona Polyakova; “Sus acciones en este sentido son algo que no se había visto antes”.

En efecto, a lo largo de las últimas décadas, China ya había lanzado diversas campañas para relanzar su imagen en relación con la opinión pública internacional. Ivana Karaskova reconoce la amplia presencia de ese tipo de campañas de lo que se denomina “diplomacia pública”. Estas acciones no estaban destinadas a confundir a la opinión pública, sino, en cierto modo, a darle un lavado de cara al régimen de Pekín.

Marineros chinos en formación frente a las banderas nacionales de Rusia y China en el puerto de Shanghái, mientras se preparan para la ceremonia de bienvenida a los buques de la Armada rusa antes de unas maniobras conjuntas

Sí es cierto que, incluso en este campo, se ha producido un cambio de estrategia bastante notable a raíz de la pandemia, de una posición defensiva a una postura marcadamente ofensiva. Así ha sido, por ejemplo, en la región de Europa oriental, donde el ‘think-tank’ que encabeza Karaskova despliega sus investigaciones. Se ha registrado allí una penetración bastante mayor de los medios de comunicación financiados con capital chino desde que estalló el brote de coronavirus. 

La oleada de desinformación procedente de Pekín sí es una forma de actuar novedosa que ha venido de la mano de la pandemia originada en Wuhan. Uno de los ejemplos más sonados ha sido el bulo de que el virus, originalmente, había sido fabricado en laboratorios de Estados Unidos y liberado en territorio chino para debilitar al Gobierno del país asiático. Esta teoría -que la ciencia ha demostrado como falsa- fue impulsada desde altas instancias del poder chino y dio la vuelta al mundo. También llegó a España, donde la Embajada y el Consulado contribuyeron a difundirla, según ha documentado el sinólogo Esteban.

Vista aérea del Instituto de Virología de Wuhan en Wuhan, en la provincia central de Hubei, China, el 17 de abril de 2020

De este modo, inspirada por las experiencias rusas previas, China ha estado poniendo en práctica una estrategia que suma desinformación y diplomacia pública. Según Polyakova, los intentos de desinformar, como ocurrió con las campañas previas del Kremlin, se han utilizado para conseguir objetivos a corto plazo -capear el temporal durante la pandemia, en este caso-, mientras que la diplomacia pública está más orientada a moldear la imagen del país en el futuro.

China, por tanto, ha estado jugando con luces largas, y eso es algo que debería ser motivo de preocupación, según advierte la investigadora afincada en Washington. “Hasta ahora, [China] se había mostrado relativamente benigna. Sin embargo, su estrategia a largo plazo tiene un efecto mucho más corrosivo. Lo que en el pasado se ha visto como un simple mensaje positivo es algo más que ‘soft power’; existe una intención mucho mayor de censurar información a lo largo y ancho del planeta. La COVID-19 ha dejado a la vista este tipo de actividades”, sentencia Polyakova.

Policías paramilitares pasan junto a un retrato del difunto líder chino Mao Zedong en la entrada principal de la Ciudad Prohibida
Frente común ruso-chino

Polyakova señala que, a pesar de que es una realidad poco estudiada aún, resulta revelador observar la imagen que se proyecta de China en los medios rusos y viceversa. En ambos casos, predomina el elogio frente a la crítica, una sensación que es, posteriormente, amplificada por las redes sociales.

Por este motivo, al menos en lo que se refiere a la desinformación, cabe preguntarse si importa realmente distinguir entre Moscú y Pekín como fuentes de estas campañas. Los gobiernos de Vladimir Putin y Xi Jinping ya comparten buena parte de los contenidos maliciosos que impulsan, así como las tácticas para expandir su influencia, como apunta el director Powell. Los objetivos, al menos a corto plazo, son igualmente similares.

El Ministro de Defensa ruso Sergei Shoigu y su homólogo chino Wei Fenghe revisan una guardia de honor antes de sus conversaciones en Moscú

En el fondo, se trata de minar todo lo posible la percepción que los ciudadanos tienen acerca de los sistemas democráticos. Si la imagen que millones de personas guardan sobre este tipo de sistema político pasa de la aceptación al escepticismo o, directamente, al rechazo, es más probable que se genere un sentimiento colectivo a favor de modelos que, aunque sean formalmente democráticos, se basen en liderazgos fuertes y un mayor control social, como ocurre tanto en China como en Rusia; un cambio de cultura política que sería altamente beneficioso para que este tándem expandiera todavía más su dominio geopolítico.

De este modo, el fenómeno de la desinformación trasciende no solo la crisis del coronavirus, sino también los ejemplos de campañas anteriores. El hecho de que se recurra a ellas de forma repetida “cada vez que los otros tienen problemas”, según las palabras utilizadas por Powell, plantea la cuestión de que, más bien, se trata de un esfuerzo a largo plazo. En Moscú, se circunscribe más a la mera inducción a la confusión; en Pekín, se mezcla con una labor de diplomacia pública que, en conjunto, puede resultar todavía más poderosa.

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