El pequeño país árabe entrará en el 2023 marcado por la división política y por el vacío presidencial tras una decena de votaciones parlamentarias sin resultados

El Líbano: la parálisis política de un sistema confesional

AFP/ANWAR AMRO - El presidente del parlamento libanés, Nabih Berri, durante una sesión en la Cámara

Una, dos, tres, y hasta diez sesiones parlamentarias han reforzado, durante los últimos meses, la idea de que el Líbano se encamina –de nuevo– hacia la parálisis política. Hacia el vacío presidencial. Una senda que ya recorrió entre los años 2014 y 2016, y que no llegó a su fin hasta que, después de 29 meses, el 31 de octubre de 2016, Michel Aoun, líder del partido cristiano Movimiento Patriótico Libre, fue nombrado nuevo jefe de Estado. 

Ahora, 6 años más tarde, el pequeño país árabe parece volver a encontrarse ante un escenario similar –si no peor–, donde el gabinete Ejecutivo de Nayib Mikati, aún sin conformar desde las elecciones generales del pasado mes de mayo, ejerce –en funciones– las labores presidenciales. Y donde, para más inri, la acogida de grandes cantidades de refugiados palestinos y sirios, la caída de más de un 90% del valor de la lira libanesa, el colapso financiero de las entidades bancarias, las consecuencias aún sin superar de la explosión en el puerto de Beirut y de la Covid-19, y la interrupción de suministros energéticos y alimentarios por la guerra en Ucrania, mantienen al país ante una crisis multidimensional sin precedentes. Política, económica, humanitaria y social.

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Una República sin presidente 

La historia política del país de los cedros ha estado históricamente marcada por los bloqueos y las largas parálisis políticas. Y ahora, frente a una de las situaciones más complejas de las últimas décadas, esta tradición parece no dar indicios de cambiar. 

Las elecciones generales de mayo de 2022, consideradas clave en la arena política, culminaron con dos grandes ganadores: las Fuerzas Libanesas, enemigo acérrimo del otro gran partido parlamentario cristiano (el Movimiento Patriótico Libre que lideraba el ya expresidente, Michel Aoun), y los movimientos contestatarios a la crisis del país. Situación puso en jaque el –hasta entonces– dominio de los socios parlamentarios Movimiento Patriótico Libre, que perdía 11 escaños en la Cámara, y el brazo político del grupo Hizbulá. 

Este cambio en los equilibrios del Parlamento, que sí permitía en junio la cuarta reelección del multimillonario Nayib Mikati como primer ministro libanés; se ha convertido en el gran obstáculo para nombrar a un presidente de la República que suceda en el cargo al saliente Michel Aoun, cuyo mandato llegó a su fin el pasado 31 de octubre. 

Diez son, hasta el momento, las sesiones parlamentarias en las que los 128 miembros del Legislativo libanés han tratado de escoger a un nuevo presidente. Y en todas ellas han fracasado.

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“El problema que enfrenta el país, es un problema histórico”, afirma Pedro Brieger, escritor y periodista argentino, y catedrático de Sociología del Medio Oriente en la Universidad de Buenos Aires, para la revista Atalayar. “El Líbano es uno de los pocos países del mundo donde las votaciones no siguen el sistema de ‘una persona, un voto’. Es un sistema confesional. Se trata de un país diminuto con grupos religiosos de todas las tendencias habidas y por haber [a grandes rasgos se pueden establecer 18 confesiones religiosas principales], y en este escenario se ha configurado un sistema de reparto del poder de base confesional en el que cada grupo religioso maneja una determinada cuota de poder”, explica Brieger haciendo referencia al Pacto Nacional de Taif de 1989 que puso fin a la guerra civil libanesa y que establece que, tanto el Parlamento como los ministerios deben distribuirse a partes iguales entre musulmanes y cristianos. 

A esto se suma, según el periodista y catedrático, la inexistencia de un censo religioso actualizado (el último censo oficial data de 1932) que ajuste las cuotas de poder asignadas a cada grupo religioso con la presencia de cada una de las confesiones en el seno de la población civil. “La coyuntura de parálisis política actual no se puede entender sin el sistema político libanés. Y el sistema político es un sistema confesional”, subraya.

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Sin embargo, hace unos años, el cristiano Movimiento Patriótico Libre y el musulmán Hizbulá formaron una alianza parlamentaria que rompía por primera vez desde la firma del Pacto de Taif de 1989 “el clivaje político religioso” tan característico del Líbano. Algo que, lejos de impulsar el consenso en la toma de decisiones políticas clave –como podría esperarse–, parece estar consiguiendo lo contrario. Los diez intentos del Congreso libanés por conseguir un nuevo presidente se han saldado, hasta el momento, con el voto en blanco masivo de ambos socios y su posterior retirada de la Cámara, impidiendo así la segunda ronda de votaciones quórum insuficiente.

En un escenario como este, ni Michel Moawad (hijo de René Moawad y principal candidato a la presidencia de no ser por su manifiesta oposición a Hizbulá), ni Gebran Bassil (yerno del saliente Aoun, y su favorito en un primer momento), ni el académico Issam Khalifa, ni ningún otro aspirante a la presidencia, parecen tener por delante un camino fácil haca la jefatura del Estado. Y es que a las complicaciones de conseguir 86 votos parlamentarios (o más) en una primera ronda de votaciones, y 65 o más, en la segunda, se suma un clima político que parece cada vez más lejos de querer negociar, tal como parecen evidenciar las papeletas nulas en las votaciones –con nombres como el de Mahsa Amini, Nelson Mandela o Salvador Allende. 

¿Y el Gobierno?

Mientras tanto es la jefatura de Gobierno –actualmente bajo el poder un Nayib Mikati que todavía no ha logrado formar un gabinete Ejecutivo– quien se encuentra lidiando con las labores presidenciales más urgentes para evitar un descalabro político y económico –aún mayor– en el país. Ya que, sin un presidente, las leyes aprobadas en la Cámara no pueden entrar en vigor ni los gabinetes pueden ser aprobados antes de la ratificación parlamentaria. 

Sin embargo, valiéndose de la imperiosa necesidad de dar respuesta a cuestiones críticas, Mikati celebraba a comienzos de diciembre un Consejo de ministros que había de resolver la solicitud de 35 millones de dólares mensuales al Banco Mundial (para la compra de medicinas y material médico), la petición de suministros para el Ejército libanés y otras cuestiones relativas a la empresa estatal de telecomunicaciones Ogero. 

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El hartazgo político del pueblo libanés

Frente a esta situación, la población libanesa ha sido sacudida por lo que Pedro Brieger califica como “un símbolo más de la época en que vivimos: el descreimiento político y el hartazgo de las clases dirigentes”. Y es que asolados por gravísimos problemas económicos (como la pérdida de valor de su moneda o el colapso de cientos de bancos que no pueden hacer frente a las solicitudes de dinero en efectivo por parte de sus clientes) y sanitarios (debido a las complicadas condiciones de vida, el país ha registrado una importante epidemia de cólera en las últimas semanas; más de 3.600 personas han contraído la enfermedad y casi una veintena ha perdido la vida), y obligados a ser testigo de la imposibilidad negociadora de la clase política, los libaneses se encuentran cada vez más hastiados.  

La corrupción endémica institucionalizada y la incapacidad política de alcanzar acuerdos han terminado por llevar al pueblo libanés a dirigir su ira contra la totalidad del Gobierno y de los partidos políticos libaneses. Algo que quedó de manifiesto en la consigna “Todos significa todos” empleada en las manifestaciones masivas de 2019; así como en el crecimiento de los grupos políticos contrarios a la crisis, durante las elecciones generales de este mes de mayo. Y es que, sin ir más lejos, las negociaciones con el Banco Mundial para reestructurar la deuda del país son una de las principales cuestiones que necesitan del consenso político. Necesitan de un presidente. 

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