La Guerra etíope se expande amenazando la seguridad de la región

Guerra de Etiopía y terrorismo, dos pesadillas que quitaron el sueño a África

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La guerra civil en Etiopía, que dura ya más de un año y amenaza la seguridad del Cuerno de África, y el terrorismo yihadista, que siguió azotando a varios países africanos, fueron dos pesadillas que quitaron el sueño al continente en 2021.

El conflicto etíope estalló el 4 de noviembre de 2020, cuando el primer ministro, Abiy Ahmed, lanzó una ofensiva militar contra el Frente Popular de Liberación de Tigray (FPLT), partido gobernante entonces en esa región septentrional fronteriza con Sudán y Eritrea.

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El dirigente ordenó la embestida tras acusar al FPLT de atacar una base del Ejército y soportar el desafío a su autoridad por parte de esa formación, hegemónica en la coalición étnica que dirigió el país con puño de hierro desde 1991 hasta la llegada al poder en 2018 del mandatario, cuyas reformas toparon con el rechazo tigriano.

Abiy, ganador del Premio Nobel de la Paz de 2019 por el histórico acuerdo de paz con la otrora enemiga Eritrea, deseaba una guerra relámpago que evitase al país una larga y devastadora agonía.

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Nada más lejos de la tozuda realidad: los rebeldes se zafaron del acoso inicial del Ejército etíope, recuperaron este año el control de Tigray e invadieron las regiones vecinas de Amhara y Afar, leales al Ejecutivo etíope.

El saldo es desolador para el segundo país más poblado de África (más de 110 millones de habitantes): miles de muertos, más de dos millones de desplazados internos sólo en Tigray, unos 9,4 millones de personas que requieren asistencia humanitaria en el norte de Etiopía y una pujante economía asfixiada por el conflicto.

El péndulo de la contienda pareció inclinarse a favor del FPLT a finales de octubre pasado, cuando los rebeldes conquistaron ciudades a menos de 400 kilómetros de Adís Abeba, sede de la Unión Africana.

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La amenaza de una toma insurgente de la capital desató un pánico internacional y países como EEUU, el Reino Unido o Francia urgieron a sus nacionales a salir de Etiopía, toda vez que se intensificaron los esfuerzos diplomáticos para forzar un cese de las hostilidades y una solución negociada, sin éxito alguno.

La caída de Adís Abeba habría ejercido "un efecto negativo en las estrategias de seguridad para el Cuerno de África" de potencias internacionales, advierte a Efe Saruni Lemargeroi, analista político de la vecina Kenia.

El avance rebelde empujó al propio Abiy a enfundarse en noviembre pasado el uniforme y marchar al frente para dirigir al Ejército etíope, que ha cosechado importantes triunfos desde entonces al reconquistar urbes estratégicas en Amhara y Afar, aparentemente con ayuda de drones suministrados por China, Irán y Turquía.

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"Parecía haber una posibilidad de que el Gobierno federal hiciera algunas concesiones por la amenaza de que la guerra llegara a Adís Abeba, pero ahora parece que ha habido un cambio de impulso en el conflicto", declara a Efe el analista del laboratorio de ideas International Crisis Group (ICG) para Etiopía, William Davison.

Ese giro bélico antecede al anuncio del FPLT, este 20 de diciembre, del repliegue a Tigray de sus fuerzas en Amhara y Afar, una de las condiciones del Ejecutivo central para iniciar un diálogo.

"Si bien hay muchos obstáculos, esta retirada a Tigray, después de los reveses en el campo de batalla, es una oportunidad para detener la lucha, por lo que todos deben aprovecharla", concluye Davison en su cuenta de Twitter.

El flagelo del terrorismo yihadista

Más allá de la enquistada guerra de Etiopía, el estruendo de las armas también resonó en 2021 en otros países africanos debido al flagelo de terrorismo yihadista.

Como apunta a la agencia EFE el experto keniano en seguridad Kiyo Nganga, uno de los hechos más destacados fue "el ascenso y metamorfosis" del grupo Al-Shabab -sin relación con su homónimo somalí- en la provincia de Cabo Delgado, en el norte de Mozambique.

Al-Shabab, activo desde 2017 y ligado al Estado Islámico (EI), atacó en marzo y tomó durante dos semanas la ciudad costera de Palma, que acoge millonarios proyectos gasísticos, en un atentado que causó decenas de muertos y miles de desplazados y provocó el envío de una misión militar de la Comunidad para el Desarrollo de África Meridional (SADC) para combatir a los fundamentalistas.

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Los yihadistas -que han causado más de 3.500 muertos (incluidos más de 1.500 civiles) y casi 800.000 desplazados desde 2017- sorprendieron como un "grupo terrorista bien organizado (...) al que, si se dejaba fuera de control, podía sembrar el caos con un efecto dominó hasta Sudáfrica y el Cuerno de África", según Nganga.

Otro punto caliente resultó la región del Sahel, donde grupos vinculados al EI y la red Al-Qaeda continuaron su campaña sangrienta en países como Mali, Níger o Burkina Faso, nación ésta que en junio sufrió la peor matanza de su historia reciente en la localidad de Solham (norte), donde murieron al menos 160 personas.

Asimismo, el terror sacudió un año más Nigeria, donde el grupo Boko Haram, que desde 2009 busca imponer por la fuerza un Estado de corte islámico en ese país, no sólo atacó objetivos en suelo nigeriano, sino que atentó en los vecinos Camerún, Chad y Níger. Más de 35.000 personas han muerto y la cifra de desplazados ronda los dos millones por la violencia de Boko Haram, que compite desde hace años con su facción disidente, el Estado Islámico de la Provincia de África Occidental (ISWAP, en sus siglas inglesas).

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Somalia tampoco escapó en 2021 a las atrocidades de Al-Shabab, organización afiliada a Al-Qaeda desde 2012 y que domina áreas rurales del centro y sur del país, donde busca instaurar un Estado islámico de corte wahabí (ultraconservador).

Al-Shabab segó la vida de cientos de personas en ataques perpetrados en Somalia, especialmente en Mogadiscio, en un año en el que los desacuerdos políticos impidieron la celebración de unas elecciones presidenciales que rechazan los yihadistas. 

Cabe mencionar, por último, los numerosos ataques contra civiles atribuidos a las Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF), grupo de origen ugandés y lazos difusos con el EI, en el noreste de la República Democrática del Congo (RDC), donde tiene su base de operaciones.

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El pasado 30 de noviembre, los Ejércitos de la RDC y Uganda empezaron una operación conjunta en suelo congoleño para derrotar a las ADF, a las que las autoridades ugandesas acusan de organizar ese mes tres atentados suicidas en su territorio.
Nada augura un declive de la violencia yihadista en 2022, según Nganga, que vaticina más "ataques de estos afiliados al Daesh en países de África del Este para intentar atraer atención mediática mientras tratan de proclamar su expansión".
 

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