El primer ministro pakistaní ejecuta una dudosa maniobra constitucional para perpetuarse en el poder ante las acusaciones de injerencia exterior

Imran Khan disuelve el Parlamento en Pakistán y convoca elecciones para sortear la moción de censura

photo_camera REUTERS/NASEER CHAUDARY - El primer ministro de Pakistán, Imran Khan, durante un mitin para expresar su solidaridad con el pueblo de Cachemira, en Muzaffarabad, Cachemira, administrada por Pakistán, el 13 de septiembre de 2019

“El primer ministro Imran Khan es un jugador que lucha hasta la última bola. No dimitirá”, tuiteó el ministro de información pakistaní, Fawad Ahmed Chaudhry, después de conocer la moción de censura que preparaba la oposición en la Asamblea Nacional para apear del poder a su jefe de Gobierno. Y así ha sido. El carismático ex jugador de críquet mantendrá el puesto, como mínimo, hasta dentro de dos semanas, fecha en que expira su mandato constitucional con el nombramiento de un primer ministro interino.

Lo ocurrido en Pakistán en las últimas horas no ha sido sino un episodio dantesco, digno de la tradición política local. El bloque opositor tejió una mayoría parlamentaria en contra del primer ministro, Imran Khan. Con el respaldo del Movimiento Nacional Unido, un partido de centroizquierda de tan solo siete diputados que formaba parte de la coalición de Gobierno, los grupos disidentes afianzaron una cuota de apoyo suficiente para expulsar del poder al primer ministro cuatro años después de asumir el poder.

Este apoyo de última hora hizo que el bloque opositor dejara de necesitar a los desertores del oficialista Movimiento por la Justicia de Pakistán (PTI, por sus siglas en urdu), el grupo parlamentario del primer ministro, de cuyas filas han salido perfiles decepcionados con el líder y fundador del partido. Irritado por este trasvase de apoyos, Imran Khan solicitó a la Corte Suprema la inhabilitación de por vida de sus antiguos compañeros, una inhabilitación sobre la que el Tribunal aún no se ha pronunciado. Pero antes tendrá que dar respuesta a otro requerimiento de mayor calado.

Políticamente acorralado por sus rivales, que confiaban en acabar con su mandato en un contexto marcado por la inflación de dos dígitos y el encarecimiento del coste de vida, Imran Khan dio el domingo un golpe de mano horas antes de la votación con la disolución del Parlamento y la convocatoria de elecciones anticipadas. Un movimiento orquestado de forma conjunta con el vicepresidente de la Cámara baja, Qasim Suri, miembro del PTI y estrecho aliado, quien esgrimió un argumento de inconstitucionalidad por una supuesta deslealtad contra el Estado.

Oposición Pakistán

Una vez levantada la sesión parlamentaria, el primer ministro hacía su flamante aparición televisiva para anunciar la convocatoria electoral, a la que presentará su candidatura, y para felicitar a la nación por haber “derrotado” a una conspiración extranjera. Las acusaciones de injerencia y de participación de terceros Estados en la moción de censura han sido una constante utilizada por Khan en las últimas semanas. Este leitmotiv le ha llevado a señalar a la CIA como principal promotor de “un golpe” contra su persona, sin aportar pruebas sólidas.

La agencia de inteligencia norteamericana y la Administración Biden han negado su implicación en cuestiones de política interna pakistaní, pero el primer ministro no ha cejado en sus señalamientos a Washington, una tendencia habitual en un mandatario caracterizado, en parte, por su antiamericanismo. La controversia responde al rol exterior que ha jugado Islamabad durante estos últimos cuatro años, mucho más alejado de Estados Unidos, otrora un estrecho aliado, para tender hacia Rusia y, en mayor medida, hacia la China de Xi Jinping, hoy su principal socio político y económico.

Atendiendo a la Carta Magna pakistaní, una vez disuelta la Asamblea Nacional el primer ministro deja de ocupar el cargo con efecto inmediato. Sin embargo, Khan podrá acogerse al artículo 224 de la Constitución, que permite al jefe del Ejecutivo seguir ejerciendo sus funciones durante los siguientes 15 días. Aunque el ministro de Información confirmó después que mantendría el poder hasta las elecciones, previstas en un plazo de 90 días. Una maniobra que pone en peligro la frágil democracia pakistaní.

Ninguno de los 22 primeros ministros en la historia del país asiático ha conseguido completar su mandato de cinco años. Imran Khan tamoco lo hará, aunque los analistas temen que pueda perpetuarse en el poder mediante la detención masiva de la disidencia, hasta que cuadren los números en el Parlamento, o vía golpe de Estado, un recurso harto habitual en Pakistán. Desde su independencia en 1947 se han sucedido con éxito hasta cuatro asonadas.

Enfervorecida ante el ardid de Khan, la oposición le acusó de traición y de haber violado la Constitución. Los líderes de los distintos grupos parlamentarios acudieron de urgencia a la Corte Suprema para exigir la reanudación de la sesión parlamentaria tal y como estaba previsto, pero el alto tribunal pospuso su decisión para este lunes. No está claro si la magistratura arropará la decisión del primer ministro, aunque parece complicado atendiendo al clima desfavorable para Khan que se ha instalado en Islamabad.

Oposición Pakistán

La independencia judicial pakistaní ha sido puesta en tela de juicio por su respaldo inequívoco al ‘establishment’. Khan cuenta con que la Corte Suprema valide la maniobra, sin embargo, los expertos señalan que es probable que falle en su contra. Eso significaría que tendría que hacer frente a la moción de censura. De lo contrario, el procedimiento electoral seguiría su curso. Un escenario que la oposición ha querido denunciar con una sentada en el Parlamento, donde los legisladores de la oposición permanecieron debatiendo con las luces apagadas.

Los herederos de las dos principales dinastías políticas rivales de Pakistán, Bilawal Bhutto Zardari y Shahbaz Sharif, acusados de delitos financieros por los que se encuentran en libertad bajo fianza como resultado de la persecución judicial de Imran Khan, unieron sus fuerzas junto a las del resto de formaciones políticas en contra del primer ministro y de su formación, el Movimiento por la Justicia de Pakistán. Al frente respectivamente del Partido Popular de Pakistán (PPP) y de la Liga Musulmana de Pakistán (N), ambos han exigido declarar culpable de traición a Khan.

El papel del Ejército

El estamento más poderoso e influyente de Pakistán, el Ejército, ha rechazado de plano su implicación en la tormenta política que ha azotado a Pakistán. Así lo aseguró el general de división Babar Iftikhar, principal portavoz militar, durante una entrevista televisiva emitida el domingo: “El Ejército no tiene nada que ver con lo ocurrido hoy. Lo que ha ocurrido hoy ha sido un puro proceso político”. En palabras del general Iftikhar, las Fuerzas Armadas Pakistaníes “están con la ley y la Constitución”.

La versión oficial es cuestionable si se tiene en cuenta la constante participación castrense en la política nacional. Y aún lo es más atendiendo a la reciente ruptura entre el Ejército y el primer ministro Imran Khan, sucedida el pasado mes de octubre. Tras haber dado su beneplácito al candidato ‘outsider’ en las elecciones de 2018, comicios ensombrecidos por las probadas sospechas de amaño, el estamento militar echó un pulso al actual mandatario, y lo ganó.

Khan impugnó ante el jefe del Ejército, el general Qamar Bajwa, la destitución del entonces jefe de los servicios de espionaje –el todopoderoso ISI–, Faiz Hamid, quien fuera fotografiado en Kabul días después de la caída de la capital afgana en manos de los talibán. Hamid mantuvo entonces un encuentro con la cúpula fundamentalista, previa formación de Gobierno, donde les trasladó el respaldo político de Pakistán en una cooperación orientada a cuestiones de seguridad.

Imran Khan

Pero el general Bajwa hizo caso omiso a las peticiones del primer ministro en un inaudito enfrentamiento público. El jefe de las Fuerzas Armadas sustituyó en octubre al mencionado Faiz Hamid, después de un retraso de su nombramiento provocado por Khan, para poner en su lugar al comandante Nadeem Anjum, huidizo de las cámaras. Un gesto que pone de manifiesto el distanciamiento entre el jefe de Gobierno y la cúpula militar. Un distanciamiento al que el propio Khan ha querido restar importancia defendiendo al Ejército como “el gran enemigo del mal y el principal defensor de la democracia y de la nación”.

Caída libre

El ex playboy internacional de 69 años que saltó a la fama por su relación sentimental con la periodista británica Jemima Goldsmith y que se hizo popular a nivel nacional por su exitosa carrera en el mundo del críquet, deporte rey de Pakistán, alcanzó la cima del poder hace cuatro años a bordo del Movimiento por la Justicia de Pakistán, formación que se encargó de fundar y que hoy se encarga de liderar, con un perfil independiente y una retórica populista.

Educado en Oxford, el de Lahore se transformó y pasó a ser un devoto musulmán que cargaba contra los excesos de Occidente. Mezclando las recetas de liberalismo económico y Estado islámico de bienestar, Khan se presentó como la alternativa para desbancar al oficialismo, encarnado en Pakistán por el duopolio del Partido Popular y la Liga Musulmana, asfixiados por el nepotismo y la corrupción sistémica. Pero sus ambiciosas promesas han quedado en papel mojado en un país golpeado por una fuerte crisis económica.

Khan convocó el domingo a sus todavía acólitos en un mitin en Islamabad. Miles de personas se reunieron en la capital para mostrar su respaldo a un líder que sustituyó al gobernador del Punjab, la segunda mayor provincia del país después de Baluchistán, para amarrar el respaldo de una formación política en su embate constitucional. Parece dispuesto a mantener el poder, pero se encuentra en una posición de debilidad ante la unión sin reservas del bloque opositor. Pakistán se juega su futuro en las próximas horas.

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