No es previsible que Pekín y Moscú vayan a ceder frente a las presiones de Washington y sus aliados y sí lo es que la fortaleza de la entente autocrática se mantenga firme, generando cada vez mayor antagonismo

La asociación estratégica chino-rusa sigue gozando de buena salud

PHOTO/FILE - Xi Jinping y Vladimir Putin

Este documento es copia del original que ha sido publicado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos en el siguiente enlace.

La asociación estratégica chino-rusa, que nació en 1996, no ha dejado de estrecharse a raíz de los sucesivos desencuentros entre EE. UU. y las potencias revisionistas.

En la actualidad, se está redefiniendo un enfrentamiento de bloques en el que las partes rivales aspiran a alinear al resto del mundo según sus propios designios estratégicos.

No es previsible que Pekín y Moscú vayan a ceder frente a las presiones de Washington y sus aliados y sí lo es que la fortaleza de la entente autocrática se mantenga firme, generando cada vez mayor antagonismo.

Como consecuencia de ello, el sistema internacional se está resquebrajando, la economía se deteriora y la paz global está más amenazada que nunca.

Resulta urgente encontrar un sistema de relación entre las grandes potencias que combine la inevitable rivalidad estratégica con un concepto y una práctica de coexistencia.

Introducción

Hay buenas razones y algunos oscuros nubarrones que invitan a pensar que vivimos una nueva era estratégica. Así, en el prólogo de la recién publicada Estrategia de Seguridad Nacional (ENS) de EE. UU. (octubre de 2022) el presidente Biden afirma que «nuestro mundo está en un punto de inflexión», vivimos una «década decisiva» y «nos encontramos en medio de una competición estratégica para dar forma al futuro del orden internacional»1.

En ningún momento en los últimos 100 años, EE. UU. se ha enfrentado a una sola gran potencia con un PIB igual o superior al 40 % del suyo. Sin embargo, hoy en día, la economía china representa al menos el 70 % del PIB de EE. UU., una cifra que probablemente crezca. Ambos son Estados con armas nucleares capaces de proyectar poder político, económico y militar a escala global. Además, China y Rusia están colaborando estrechamente. Aunque claramente existen límites para la cuasi alianza «sin límites» de ambas potencias, cada una parece empeñada en revisar lo que consideran un orden global dominado por Occidente2.

Además, la citada ENS reconoce que el principal desafío estratégico proviene de
«poderes que superponen un gobierno autoritario con una política exterior revisionista», refiriéndose a Pekín y Moscú. De la República Popular China dice, en concreto, que es el único competidor con la intención y, «cada vez más», la capacidad de reformar el orden internacional. Esto último da una idea de que el tiempo juega a favor de Pekín y que el poder de China tiende a igualarse —incluso podría llegar a superar— «cada vez más» con el de EE. UU. Esto induce un sentido de premura, llama a la acción y hace que muchos piensen tanto en Washington como en Pekín, como afirma Kevin Rudd3, ¡que la guerra es inevitable!

Así, hoy parece claro que la Casa Blanca ha optado, quizás por defecto, por competir
—y, si es necesario, confrontar— tanto con Rusia como con China de forma simultánea e indefinida4.

Este designio estratégico norteamericano, que encuentra su simetría en la determinación de la asociación estratégica chino-rusa para oponerse a un sistema internacional unipolar presidido por EE. UU., es el factor principal que, en nuestros días, caracteriza el sistema internacional. Esta intensa rivalidad no ha dejado de profundizarse en los últimos años y hay pocas perspectivas de cualquier cambio a corto plazo de esta ecuación estratégica básica5.

Con el debilitamiento de la Federación Rusa a causa de la guerra en Ucrania y la creciente asimetría de poder entre Moscú y Pekín a favor de China, la preocupación primordial de Washington va dirigida contra el dragón asiático. Rusia, no obstante, juega un papel esencial por las sinergias que genera, por su poderosa posición tanto energética como diplomática, por su tamaño y presencia en Asia y Europa, así como por el mutuo respaldo que ambos vecinos se aportan.

En muchos sentidos, la confrontación entre EE. UU. y China es solo eso: una rivalidad entre dos países poderosos. Pero es mucho más que eso, es una competición no solo entre dos Estados rivales sino también entre dos jerarquías rivales. A medida que EE. UU. y China se enfrentan, también compiten por la lealtad de países de todo el mundo, lo que aumenta el número de posibles puntos de fricción y la probabilidad de que los países que deseen permanecer fuera de la competición se vean arrastrados a ella6.

Mientras Washington intenta crear una gran coalición que presione a las potencias revisionistas y las aísle del resto del mundo, estas últimas cifran su estrategia en fracturar el sistema internacional, especialmente en el ámbito económico, para reducir la influencia de EE. UU. y hacerse más resilientes frente a sus sanciones. Así, el Sur global se ha convertido en uno de los principales campos de batalla entre ambos bloques en lo que cada vez se parece más a una Guerra Fría 2.0.

En el fondo de este desencuentro entre colosos reside el hecho, como indica Kissinger en su reciente libro, de que China espera que su antigua civilización y su reciente avance económico merezcan deferencia, mientras que EE. UU. asume que sus propios valores son universales y deben adoptarse en todas partes. Cada uno está incidiendo «en parte por impulso, en gran medida por diseño» en lo que el otro considera sus intereses esenciales. Dadas estas colisiones y visiones del mundo incompatibles, Kissinger llega a la conclusión de que las dos potencias tendrán que aprender a «combinar la inevitable rivalidad estratégica con un concepto y una práctica de coexistencia»7.

Desgraciadamente, la partida estratégica al más alto nivel ya está en juego, la relación entre las grandes potencias sigue deteriorándose, el sistema internacional se resquebraja, la economía sufre sus consecuencias y la paz global está más amenazada que nunca.

De ese modo, la salud de la asociación estratégica chino-rusa, que fue inicialmente firmada en 1996, es una cuestión clave pare entender el momento geopolítico en el que nos encontramos. Sin duda, había numerosos motivos de fricción entre ambos Estados, pero la exigencia de estrechar las relaciones de Moscú con Pekín en oposición a Washington ha hecho de la necesidad virtud y ha empujado a ambos asociados a resolverlos o al menos a no ahondar en ellos.

Este documento pretende poner de relieve la fortaleza y relevancia del vínculo estratégico que une a las potencias revisionistas y aboga por la necesidad de crear mecanismos para contener las tensiones entre las grandes potencias y reducir el peligro de un conflicto de grandes proporciones en el que todos saldríamos derrotados.

Antecedentes

La intensa rivalidad histórica entre Pekín y Moscú tiene su origen en la vecindad de ambos imperios y, muy en concreto, en la expansión territorial del ruso a costa del chino. En los tratados de Aigún (1858) y de Pekín (1860), el imperio zarista, aprovechando la debilidad de la dinastía Qing durante la segunda guerra del Opio, adquirió un millón y medio de kilómetros cuadrados en la región del río Amur (figura 1), así como amplios territorios en Asia Central. Posteriormente, cuando Mao intentó recuperar Mongolia
—como sí hizo con el Tíbet y Sinkiang—, el Kremlin fue el garante de la independencia de dicho territorio.

Tras la Segunda Guerra Mundial, la República Popular China y la Unión Soviética se unieron en lo que parecía una sólida alianza ideológica. No obstante, después de la sintonía entre Mao y Stalin, la relación chino-soviética se fue deteriorando rápidamente, llegando en 1969 a un breve enfrentamiento fronterizo armado.

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A principios de los 70 del siglo pasado, este profundo desencuentro fue visto por Nixon como una oportunidad para el acercamiento a Pekín. El deshielo entre las dos potencias comunistas no comenzó hasta principios de los 80 y las relaciones no se normalizaron hasta mayo de 1989.

En abril de 1996, con la Guerra Fría superada y en pleno auge del orden hegemónico estadounidense, Pekín y Moscú establecieron una «asociación estratégica», a la que los líderes chinos y rusos ahora se refieren como una «asociación estratégica integral de coordinación».

Hasta la doctrina Primakov de aquel mismo año, la Federación Rusa había cifrado su prioridad en abrazar el modelo liberal y dejar atrás las rémoras del periodo soviético. A partir de entonces, Moscú recobró su ambición geopolítica, aunque la relación Este- Oeste no se resintiera en lo esencial porque Rusia necesitaba a Europa y tenía confianza en poder gestionar sus principales intereses estratégicos. En China tuvo especial influencia la recién ocurrida tercera crisis del estrecho de Taiwán (julio del 1995-marzo de 1996) que intensificó la percepción de EE. UU. como serio rival para sus designios estratégicos a medio y largo plazo.

El objetivo de la asociación estratégica era oponerse tanto al orden internacional hegemónico presidido por Washington como a la injerencia en asuntos internos. Si el rechazo de un orden unipolar respondía a la lógica geopolítica tradicional, ambos Estados interpretaban la injerencia en asuntos internos como una amenaza a su integridad territorial y a la legitimidad de los respectivos regímenes políticos.

Por entonces, todavía prevalecía la desconfianza entre ambos vecinos fruto de la enconada rivalidad histórica. No obstante, se realizó una intensa actividad diplomática que dio lugar al Tratado de Buena Vecindad y Cooperación Amistosa de 2001 y culminó con la firma en 2004 del acuerdo fronterizo que eliminó el mayor motivo de fricción entre ambos vecinos.

En 2008, convergieron razones en ambas partes para estrechar la entente. Tras considerar la OTAN en la cumbre de Bucarest la incorporación de Ucrania y Georgia, Rusia respondió con la intervención militar en Georgia y el giro a Asia. El Kremlin necesitaba cubrir sus espaldas si la Alianza continuaba con su política de expansión hacia el Este. Por su parte, China había superado mejor que Occidente la crisis financiera de aquel año, lo que reafirmó su confianza en el futuro y le permitió pensar en la posibilidad de alcanzar pronto a EE. UU. como potencia dominante. Para ese trayecto, que intensificaría la rivalidad entre ambas potencias, le convenía cerrar filas con Rusia. Así, la asociación estratégica chino-rusa se reforzó con relevantes avances en los ámbitos energético y armamentístico. No obstante, la rápida distensión en las relaciones de Moscú con las capitales occidentales hizo que la asociación estratégica chino-rusa todavía no diera el salto definitivo.

La entente chino-rusa alcanza gran relevancia geopolítica

La crisis de Crimea y Dombás de 2014 hizo que el entendimiento estratégico chino-ruso adquiriera un carácter de primer orden. China que, en 2013, había lanzado su proyecto de la Nueva Ruta de la Seda, ya no disimulaba su ambición y necesitaba a Rusia para evitar un cerco de Estados que se opusiera a su ascenso a la primacía mundial. El Kremlin, en franca oposición a Washington y sus aliados, necesitaba un socio fuerte para resistir las presiones occidentales y diversificar sus vínculos estratégicos, económicos y diplomáticos. A partir de entonces, ambas potencias se sintieron suficientemente respaldadas para retar abiertamente el orden internacional vigente.

Así, decidieron cooperar estrechamente en varios campos, alcanzando cotas de colaboración hasta entonces poco previsibles. En 2016, Rusia se convirtió en el principal proveedor de petróleo de China. Sus fuerzas armadas se asociaron en ejercicios militares en el Mediterráneo y el mar de China Meridional, así como en algunos proyectos conjuntos de desarrollo tecnológico, reviviendo también su comercio de armamento. En 2015, Pekín acordó comprar a Moscú aviones de combate Su-35 y el sistema de misiles tierra-aire S-400. Ambos países se embarcaron, también, en una serie de proyectos simbólicos de pueblo a pueblo, como el comienzo de la construcción —largamente demorada— de un puente sobre el río Amur y, en junio de 2016, los presidentes Xi y Putin acordaron trabajar juntos para aumentar su control sobre el ciberespacio y las tecnologías de la comunicación8.

Los vínculos bilaterales entre ambos países han adquirido, además, un carácter muy personalizado gracias al buen entendimiento de sus presidentes, Vladimir Putin y Xi Jinping, que se implican directamente en la resolución de problemas financieros y comerciales de amplio calado e interés mutuo9. Ambos mandatarios comparten la interpretación histórica del destino de sus naciones, la visión realista de las relaciones internacionales y una estrategia a corto y medio plazo de intereses compartidos para sus respectivos países.

Con una China, cuyo ascenso parecía imparable, en Washington se empezó a reconocer la importancia geopolítica de la asociación estratégica chino-rusa; más aún, cuando se hacía cada vez más evidente que Pekín evolucionaba hacia posiciones más autoritarias, lejos de la pretendida inevitable liberalización y democratización del gigante asiático según este se fuera haciendo más próspero.

El presidente Trump llegó al poder buscando el acercamiento a Moscú para separar a Rusia del abrazo chino10, lo que abrió entonces un gran debate en EE. UU., como reflejaba este artículo de Stokes:

Varios comentaristas, entre ellos Doug Bandow del Cato Institute y Edward Luttwak del Center for Strategic and International Studies, han sugerido que el presidente de los EE. UU., Donald Trump, debería hacer todo lo posible para mejorar un paso más allá las relaciones con Rusia y tratar de conseguir la ayuda de Moscú para equilibrar a una China en ascenso. Trump ve a China y al extremismo islamista como los dos principales desafíos para la seguridad de los EE. UU., y ve a Rusia como un socio potencial para combatir a ambos. Así, se piensa que Trump debería llevar a cabo una versión de la jugada diplomática que siguieron el expresidente estadounidense Richard Nixon y el asesor de seguridad nacional Henry Kissinger a principios de la década de 1970 cuando descongelaron las relaciones con Pekín para contrarrestar a la Unión Soviética. Esta vez, sin embargo, Trump se asociaría con Rusia para equilibrar a China11.

No obstante, dicho presidente encontró una enorme resistencia en el «establishment», se vio envuelto en una serie de escándalos relacionados con Rusia y terminó cediendo. Así, en su ESN de diciembre de 2017 presentó la rivalidad entre las grandes potencias como la principal prioridad estratégica de Washington —desplazando al terrorismo yihadista—, afirmando que «China y Rusia desafían el poder, la influencia y los intereses estadounidenses, y tratan de erosionar la seguridad y la prosperidad de EE. UU. […] y son poderes revisionistas que quieren configurar un mundo antitético a los valores e intereses de los EE. UU.».

La guerra arancelaria contra China, iniciada en 2018, llevó a un fortalecimiento aun mayor de los lazos chino-rusos, lo que hizo que muchos en Washington, París y otras capitales europeas, se preguntaran si Moscú y Pekín ya estaban de facto en una alianza militar contra EE. UU., o pronto pudieran estarlo, lo que, sin duda, tendría un impacto significativo en el cambiante orden global12. Así, se afirmaba:

Los lazos entre China y Rusia han crecido en prácticamente todas las dimensiones de su relación, desde el ámbito diplomático hasta el de defensa y desde el económico hasta el informativo […]. Quizás el aspecto más preocupante y menos entendido de la asociación chino-rusa sea la sinergia que generan sus acciones […]. Se ha pensado poco en cómo se combinarán sus acciones, amplificando el impacto de ambos actores. Es probable que el efecto de la alineación de Rusia con China sea mucho mayor que la suma de sus partes, lo que pone en riesgo los intereses de EE. UU. a nivel mundial13.

Pekín colaboraba con Moscú para llenar los vacíos en sus capacidades militares y acelerar su innovación tecnológica. Rusia proporcionaba a China sistemas de armas avanzados que mejoraban sus capacidades de defensa aérea, antibuques y submarinas. Además, emprendieron una cooperación tecnológica más amplia, incluso en telecomunicaciones de quinta generación, inteligencia artificial, biotecnología y economía digital, reconociendo que las sinergias potenciales de unir fuerzas en el desarrollo de estas tecnologías de doble uso tienen una clara importancia militar y comercial14.

Ambas potencias se alinearon, igualmente, en sus esfuerzos para debilitar la cohesión entre los aliados y socios de Washington y diluir su influencia con países e instituciones internacionales, esforzándose especialmente para reducir la centralidad de los EE. UU. en el sistema económico global.

Un aspecto importante fue la desdolarización de sus economías. Esta había surgido como una prioridad para Rusia en 2014 en respuesta a la imposición de sanciones occidentales tras la anexión de Crimea. Moscú había encontrado entonces el apoyo de Pekín para dicho propósito. El primer ministro chino, Li Keqiang, había firmado 38 acuerdos en una visita a Moscú en 2014 profundizando la cooperación en materia de energía y estableciendo un acuerdo de canje de divisas de tres años por valor de 150.000 millones de yuanes (unos 24.500 millones de dólares), acuerdo que fue renovado por otros tres años en 201715.

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La desdolarización comenzó a ganar también valor para China en 2018 tras el inicio de la guerra comercial con EE. UU. En 2019, Rusia y China firmaron un acuerdo para reemplazar el dólar con monedas nacionales en las liquidaciones internacionales entre ellos. Tal coordinación financiera ayudó a Rusia a reducir su dependencia del dólar en el comercio, que pasó del 80 % de las exportaciones totales de Rusia en 2013 a solo un poco más de la mitad antes del inicio de la guerra. La mayor parte de dicha disminución fue absorbida por su comercio con China (figura 2).

La guerra de Ucrania lo ha empeorado todo

La invasión rusa de Ucrania, en febrero de 2022, junto con la acumulación militar china y las amenazas contra Taiwán presagian el surgimiento de un nuevo orden mundial tripolar y un cambio de paradigma de la competición entre las grandes potencias a la confrontación entre ellas. Es un momento peligroso y ha aumentado la preocupación, no solo por la posibilidad de que se intensifique el conflicto militar, sino también por la seguridad energética y los altos precios de los suministros energéticos16.

Si la relación de Rusia con Occidente ha quedado dañada irremisiblemente, en Asia el asunto de Taiwán ocupa el centro del debate estratégico. Tanto en Washington como en Pekín las opciones de respuesta se estrechan y ambas partes parecen decididas a imponer su voluntad a la otra.

Durante 70 años, China y EE. UU. han logrado evitar el desastre en Taiwán. Pero se está formando un consenso en los círculos políticos estadounidenses de que esta paz puede no durar mucho más. Muchos analistas y legisladores ahora argumentan que EE. UU. debe usar todo su poder militar para prepararse para la guerra con China en el estrecho de Taiwán. En octubre de 2022, Mike Gilday, jefe de la Marina estadounidense, advirtió que China podría estar preparándose para invadir Taiwán antes de 2024. Algunos miembros del Congreso, incluido el representante demócrata Seth Moulton y el representante republicano Mike Gallagher, se hicieron eco del sentimiento de Gilday17.

Se trata en su conjunto de un enfrentamiento sistémico que, como afirma un reciente informe de la RAND Corporation, Washington pretende abordar junto con sus aliados igualmente de forma sistémica:

EE. UU. debe tratar de mantener una influencia predominante sobre el sistema internacional: sus instituciones, reglas, normas, procesos, redes y valores. EE. UU. y China compiten para establecer el paradigma global fundamental —las ideas, hábitos y expectativas esenciales que gobiernan la política internacional— y el sistema más amplio que produce ese paradigma. Ese sistema incluye actores o nodos que van desde Estados hasta industrias, instituciones y organizaciones no gubernamentales, así como las relaciones entre ellos, como acuerdos, reglas y formas de intercambio mutuo. Cada uno de los principales rivales busca moldear estos componentes del sistema internacional para producir un orden orientado a sus intereses, metas y valores18.

La gran clave reside en la respuesta del resto del mundo y cómo este se vaya a alinear o no con los bloques enfrentados. De momento, la India se resiste a dejarse arrastrar por esta dinámica y mantiene su buena relación con Moscú mientras se asocia con Washington frente a Pekín. Lo mismo estamos viendo en África y Oriente Medio, muy en particular en el caso de Arabia Saudí que ensordece al apremio de EE. UU. y se entiende con Rusia para reducir la producción de petróleo. No obstante, la principal partida se jugará en Asia, en torno al mar de la China Meridional, y allí va a ser más difícil escapar a las presiones para tomar partido en uno u otro sentido.

La hostilidad creciente entre las dos economías más grandes del mundo, China y EE. UU., al tratar de reducir su dependencia recíproca en bienes y servicios, se ha sumado a una tendencia desglobalizadora que se inició con la crisis financiera de 2008 —según el Banco Mundial, la inversión extranjera directa alcanzó su punto máximo en 2007 con el 5,3 % del PIB mundial y descendió al 1,3 % en 202019. El control de exportaciones y el friend shoring intensificarán aún más esta tendencia, afectando seriamente a la economía mundial. Así, el FMI ha anunciado que con la desaceleración simultánea de las tres grandes economías, EE. UU., la UE y China, 2023 —con un tercio de la economía mundial en recesión— será más duro para la economía mundial que el que hemos dejado atrás y prevé un crecimiento global del 2,7 % este año, respecto al 3,2 % en 202220.

A todo ello hay que sumar que la política de sanciones practicada por EE. UU., que se han multiplicado a raíz de la guerra de Ucrania, está creando el fenómeno de la resistencia a las sanciones. A medida que Washington ha llegado a depender cada vez más de ellas, muchos Estados «rebeldes» han comenzado a endurecer sus economías frente a tales medidas21.

Individualmente, los acuerdos de intercambio de divisas, los sistemas de pago alternativos y las monedas digitales no tendrían mucho impacto en la eficacia de las sanciones estadounidenses. Pero juntas, estas innovaciones están brindando cada vez más a los países la capacidad de realizar transacciones a través de canales a prueba de sanciones. Esta tendencia parece irreversible […]. Esto significa que, dentro de una década, las sanciones unilaterales de EE. UU. pueden haber perdido gran parte del impacto22.

Una preocupación añadida es que en este contexto de intensa rivalidad entre las grandes potencias resulta mucho más difícil abordar los grandes retos comunes, sean estos el cambio climático, la reconfiguración del sistema energético, la seguridad cibernética, las pandemias, el fenómeno migratorio… y nos va mucho en ello.

A pesar de las aparentes preocupaciones planteadas por el presidente Xi en su reunión con el presidente Putin en Uzbekistán sobre la guerra en Ucrania durante la 22 Cumbre de líderes de la Organización de Cooperación de Shanghái celebrada en septiembre de 2022, la reunión confirmó la continuidad de la entente de estos Estados autoritarios contra Washington y la OTAN23.

No cabe duda de que, por razones económicas, así como por temperamento y tradición, el liderazgo chino es reacio a la inestabilidad y las sorpresas y preferiría que la guerra se acabara lo antes posible, al tiempo que, por temor a verse contaminado, procura desvincularse en lo posible de la aventura militar rusa. Sin embargo, Pekín sale favorecido por el hecho de que la Casa Blanca tenga que dedicar tanta atención y recursos estratégicos a Rusia. Al menos que Moscú realice un cambio importante en su sistema político —algo que hoy parece poco probable—, tratar con dicho país, incluso si está en declive, requerirá una atención y recursos considerables de EE. UU. en los años venideros24.

Mientras Washington mantenga la intensa rivalidad o incluso abierta confrontación, Pekín y Moscú colaborarán estrechamente para hacer resistencia a las presiones de todo tipo y para evitar que el Sur global se alinee con EE. UU. y sus aliados. Para Rusia es una cuestión existencial, para China la firme decisión de que las potencias occidentales no volverán a condicionar su futuro y que, al precio que sea necesario, el gigante asiático retornará a ocupar el lugar que tradicionalmente le ha correspondido en la historia.

Parece difícil imaginar que ambas potencias revisionistas vayan a dar su brazo a torcer frente a la gran coalición que Washington pueda llegar a aunar. Esta dinámica, como teme Hugh White, podría arrastrar al mundo sonámbulo hacia la guerra25 y, sin llegar a tal extremo, dañar seriamente nuestra forma de vida. La prioridad, como Graham Allison lleva defendido desde hace ya algunos años, no debe ser ganar esta guerra sino, fundamentalmente, evitarla26. Para ello es necesario iniciar un gran proceso, similar al de Helsinki, que cree mecanismos y alcance acuerdos que busque algún tipo de distensión o al menos contenga las rivalidades y aleje los peligros y calamidades que se podrían derivar de una enconada confrontación.

Conclusiones

El creciente desencuentro de EE. UU. con China y Rusia ha acercado a ambas potencias revisionistas entre sí, superando una intensa rivalidad histórica y haciendo realidad los peores augurios de Kissinger.

En 1996, Pekín y Moscú firmaron una asociación estratégica que tenía por objetivo oponerse al orden internacional unipolar y a la injerencia en asuntos internos, desde entonces, no han dejado de estrechar sus lazos, alcanzando cotas de colaboración poco previsibles.

La guerra de Ucrania ha llevado la relación entre estas potencias y Washington a un grado de hostilidad muy preocupante, con una dialéctica de voluntades que tiende hacia una confrontación cada vez mayor.

En un gran enfrentamiento de carácter sistémico, cada una de las partes se esfuerza en alinear al resto del mundo según sus propios designios estratégicos.

No parece razonable pensar que una gran coalición liderada por Washington para intensificar la presión sobre las potencias autocráticas vaya a hacer que estas moderen su actitud, más bien, todo lo contrario.

La economía mundial está pagando un precio muy alto, los grandes retos comunes difícilmente se podrán abordar en tal estado de las cosas y la paz mundial se está viendo muy amenazada.

Cada vez se hace más urgente alcanzar acuerdos entre las grandes potencias que detengan el deterioro del sistema internacional, aseguren la paz y busquen algún modo de coexistencia, si bien los márgenes para intentarlo no dejan de estrecharse.

José Pardo de Santayana*
Coronel de Artillería DEM Coordinador de Investigación del IEEE

Referencias:

1 National Security Strategy. La Casa Blanca, Washington. Octubre de 2022. Disponible en: 8-November-Combined- PDF-for-Upload.pdf (whitehouse.gov)

2 FONTAINE, R. «Taking on China and Russia: To Compete, the United States Will Have to Pick Its Battle», Foreign Affairs. 18 de noviembre de 2022.

3 RUDD, K. «The Avoidable War: dangers of a Catastrophic Conflict between the US and Xi Jinping’s China». Public Affairs. Marzo de 2022.

4 FONTAINE, R. Op. cit.

5 Ibídem.

6 COLGAN, J. y MILLER, N. «The Rewards of Rivalry: U.S.-Chinese Competition can Spur Climate Progress», Foreign Affairs. Noviembre /diciembre de 2022.

7 MATHEWS, J. «Profiles in Power: The World According to Kissinger», Foreign Affairs, Review Essay. Enero/febrero, 2023.

8 STOKES, J. «Russia and China’s Enduring Alliance: A Reverse “Nixon Strategy” Won’t Work for Trump», Foreign Affairs. 22 de febrero de 2017.

9 STRONSKI, Paul y HG, Nicole. Cooperation and Competition. Russia and China in Central Asia, the Russian Far East and the Arctic. Carnegie Endowment for International Peace. Febrero de 2018, p. 3.

10 CARLSON, Brian. G. «Room for Maneuver: China and Russia Strengthen Their Relation», Strategic Trends 2018. Center for Security Studies. Marzo de 2018, p. 30.

11 STOKES, J. Op. cit.

12 SARADZHYAN, S. «Why Russia’s alliance with China is improbable, but not impossible», Recherches & Documents N°13/2020. Fondation pour la Recherche Stratégique. Septiembre de 2020.

13 KENDALL-TAYLOR, A. y SHULLMAN, D. «Navigating the Deepening Russia-China Partnershi», CNAS. Enero de 2021. Disponible en: Navigating the Deepening Russia-China Partnership.pdf

14 BENDETT, S. y KANIA, E. «A new Sino-Russian high-tech partnership», ASPI. 29 de octubre de 2019. Disponible en: https://www.aspi.org.au/report/new-sino-russian-high-tech-partnership

15 BHUSARI, M. y NIKOLADZE, M. «Russia and China: Partners in Dedollarization», Atlántic Council. 18 de febrero de 2022. Disponible en: Russia and China: Partners in Dedollarization - Atlantic Council

16 ICHORD, R. «Nuclear energy and global energy security in the new tripolar world order», Atlantic Council. 12 de octubre de 2022. Disponible en: Nuclear energy and global energy security in the new tripolar world order - Atlantic Council

17 BLANCHETTE, J. y HASS, R. «The Taiwan Long Game: Why the Best Solution Is No Solution», Foreign Affairs. Enero/febrero de 2023

18 MAZARR, M. y MCDONALD, T. «Competing for the System: The Essence of Emerging Strategic Rivalries», RAND Corporation. Noviembre de 2022. Disponible en: Competing for the System: The Essence of Emerging Strategic Rivalries | RAND

19 DEMARAIS, A. «The End of the Age of Sanctions? How America’s Adversaries Shielded Themselves», Foreign Affairs. 27 de diciembre de 2022.

20 «El FMI advierte de la “desaceleración simultánea” en EE. UU., la Unión Europea y China», Reuters. 1 de enero de 2023.

21 DEMARAIS, A. Op. cit.

22 Ibídem.

23 FONTAINE, R. Op. cit

24 Ibídem.

25 WHITE, H. «Sleepwalk to War: Australia’s Unthinking Alliance with America», Quarterly Essay #86. Junio de 2022.

26 ALLISON, G. «The Thucydides Trap: Are the U.S. and China Headed for War?», The Atlantic. 24 de septiembre de 2015. Disponible en: Allison, 2015.09.24 The Atlantic - Thucydides Trap.pdf (harvard.edu). Graham T. Allison acuñó el término en un artículo titulado «Year in a Word: Thucydides's Trap» que escribió en Financial Times en 2012

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