Los problemas económicos tienen un papel clave en las actuales manifestaciones contra el régimen

La crítica situación económica de Irán eleva las tasas de suicidio y aviva las protestas

photo_camera PHOTO/AFP - Los iraníes continúan luchado por la democracia, la libertad y la justicia dentro y fuera de Irán mientras denuncian la violencia, censura y brutal represión del régimen

La desesperación y el grave panorama económico del país empuja a numerosos iraníes al suicidio

Las actuales protestas antigubernamentales están poniendo de manifiesto los graves problemas estructurales de Irán. La ira desatada tras la muerte de la joven kurda Mahsa Amini -detonante de las manifestaciones- ha desvelado un fuerte descontento por parte de la sociedad iraní. Lo que en un principio fueron protestas encabezadas por mujeres exigiendo el fin del hiyab obligatorio u otras medidas misóginas, rápidamente se convirtió en una autentica revolución que ha unido a iraníes de distintos estratos sociales, ideología, etnia o religión con un único objetivo: poner fin al régimen teocrático de Teherán.

Bajo el lema Jin, jiyan, azadî (mujer, vida, libertad) y con la imagen de Amini como símbolo de las protestas, los iraníes continúan luchado por la democracia, la libertad y la justicia dentro y fuera de Irán mientras denuncian la violencia, censura y brutal represión del régimen. Además del aspecto político y social, estas protestas han puesto el foco en la crítica situación económica del país. Pese a las promesas del presidente Ebrahim Raisi de mejorar el panorama financiero de Irán, la nación de Oriente Medio continúa sufriendo problemas económicos estructurales.

Irán, a pesar de poseer importantes reservas de petróleo y gas, sufre una fuerte crisis económica a consecuencia de la mala gestión del régimen, la corrupción y las sanciones occidentales. La retirada de Estados Unidos del acuerdo nuclear en 2018 y las posteriores sanciones impuestas por el expresidente Donald Trump supusieron un duro golpe para la maltrecha economía iraní pese a los esfuerzos de Teherán de acercarse a otras potencias como China o Turquía. De acuerdo con datos de Atlantic Council, la tasa de crecimiento del PIB disminuyó un 6% ese año y un 6,8% el año siguiente. En 2019 también aumentó la tasa de inflación a un 36,5% por ciento, dos puntos por encima del año anterior.

En 2021 la deuda pública iraní alcanzó el 48% del PIB, el desempleo superó el 12% y la inflación el 30%. No obstante, es posible que esta última cifra sea incluso más alta. De hecho, durante el verano, Raisi desveló por error que la inflación era de al menos el 60%.

Otro gran desafío económico es la depreciación de la divisa nacional, el rial iraní, que el pasado mes de diciembre alcanzó un nuevo mínimo histórico en medio de las protestas antigubernamentales. Desde que estas comenzaron, la moneda nacional ha perdido alrededor del 20% de su valor.

Todos estos problemas inciden en la ciudadanía, afectado especialmente a los más desfavorecidos. Se calcula que entre un 60% o 70% de la población iraní vive por debajo del umbral de la pobreza. De acuerdo con Middle East Institute (MEI), el año pasado, un 18,4% de los iraníes vivían en la pobreza absoluta.

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Falta de derechos laborales

Además de las dificultades económicas, los trabajadores iraníes deben hacer frente a injusticias y a la falta de derechos laborales. Anahita Nassir, analista política, y Nilufar Alafar, activista, recuerdan que alrededor del 60% del empleo en Irán es informal, con todo lo que ello supone en cuanto a vulneración de derechos y perpetuación de las desigualdades.

El salario mínimo en el país fue de alrededor de 560 euros al mes en 2022, una cifra que no ha variado respecto a años anteriores a pesar de la evolución de la economía nacional. “Los trabajadores han perdido poder adquisitivo, siendo el coste de vida cada vez más alto”, señalan a Atalayar.

Nassir y Alafar destacan que durante los 43 años de la República Islámica, los derechos laborales de los trabajadores “no han hecho más que ser pisoteados” mientras que todas las voces disidentes han sufrido represión, “la única baza que le queda al sistema para mantener el poder”. Asimismo, los trabajadores iraníes no cuentan con ningún tipo de apoyo gubernamental y carecen de sindicatos, prohibidos tras la victoria de la Revolución Islámica en 1979. El régimen de los ayatolás suprimió también los partidos políticos y toda forma de asociativismo.

“Las condiciones laborales no se respetan, sobre todo en el sector público, donde es sistemático el retraso de meses en el pago de los salarios y las reivindicaciones de los derechos de los trabajadores se reprimen con mano dura, incluso con la cárcel para sindicalistas y activistas y defensores”, explican.

Otro gran problema es la corrupción y la falta de transparencia y credibilidad. El régimen tiene un control absoluto sobre la economía, lo que da más ventajas a ciertos sectores en detrimento de otros creando un fuerte desequilibrio y contrastes entre las diferentes clases sociales, tal y como explica a Atalayar Daniel Bashandeh, analista iraní. En este punto cabe mencionar a la Guardia Revolucionaria Islámica, cuyo poder y control sobre sectores estratégicos de la economía iraní ha aumentado notablemente. Nassir y Alafar subrayan, por ejemplo, su papel en la construcción y en la industria armamentística.

Esta situación crea, por un lado, un fuerte descontento social que se traduce en protestas y, por otro, un sentimiento desesperación que puede llevar a tomar decisiones trágicas como el suicidio.

La falta de esperanza empuja a cientos de iraníes al suicidio

El crítico panorama económico -unido a la represión política- ha empujado a muchos iraníes a quitarse la vida. Según el diario iraní Etemad, al menos 23 trabajadores se han suicidado desde marzo de 2022 en Irán. Etemad señala algunos de los motivos de los suicidios: despidos, castigos o amenazas. El medio iraní también destaca que al menos cinco de los trabajadores se quitaron la vida por la pobreza y el bajo nivel de vida, mientras que cuatro lo hicieron por “problemas de subsistencia”.

Sin embargo, las cifras reales pueden ser mayores. Tal y como destaca Etemad, ha habido otros trabajadores que terminaron con sus vidas, “pero sus familias no revelaron la verdadera causa de su muerte debido a los tabúes sociales y culturales”. En este sentido, Nassir y Alafar hacen referencia a la “vergüenza”, “incomodidad” y “desdén” que causa el suicido en el entorno de la víctima. “En Irán, por religión y tradición cultural, el suicidio sigue siendo en la sociedad un tema tabú. Según las figuras religiosas, en el islam es un pecado cometer suicidio, pues es una muestra de desagradecimiento frente a Allah”, explican.

“A menudo las familias omiten este dato en el certificado de defunción por cuestiones de honor o bien para poder cobrar el seguro o la voluntad del difunto si ha hecho testamento. Si la causa de la muerte es suicidio, y la persona ha hecho testamento, ante la ley se considera nulo dicho testamento”, añade. El tabú que supone el suicidio también provoca que muchas personas consideren que no es apropiado pedir ayuda en cuestiones relacionadas con la salud mental.

Las regiones donde más suicidios se registran son en algunas de las provincias más pobres del país, como Kohgiluyeh y Boyer-Ahmad, Juzestán, Kermanshah o Fars, donde dos jóvenes de 20 años se suicidaron después de ser despedidos de una panadería. Tal y como informa Al-Monitor, antes de quitarse la vida difundieron un vídeo en el que aseguraban estar hartos de las dificultades económicas del país.

ONGs como Center for Human Rights in Iran (CHRI) o Iran Human Rights Monitor han hecho un seguimiento sobre los suicidios en los últimos años. Basándose en cifras de sociólogos y expertos, las estadísticas desvelan que desde 1982 hasta 2005 las tasas de suicidio en Irán se cuadruplicaron, mientras que los suicidios de mujeres se duplicaron. Iran HRM destaca que un factor importante que conduce a los suicidios es “la grave presión económica y pobreza”, mientras que en el caso de las mujeres hace referencia a los matrimonios forzados e infantiles.

CHRI recoge testimonios de trabajadores iraníes, como el de un antiguo siderúrgico de Ahvaz, suroeste de Irán, quien asegura que “en las condiciones económicas actuales, cuando un trabajador pierde su trabajo, es posible que no pueda sobrevivir ni una semana”. El hombre menciona los retrasos en el pago de los salarios, indicando que a veces “no es muy diferente a estar desempleado”. Aunque subraya que “es necesario seguir trabajando, ya que temen que también les quiten su trabajo”.

Respeto a las altas tasas de suicidios entre los trabajadores, el hombre indica que muchos “no pueden cumplir los deseos de sus hijos y no tienen esperanzas en el futuro”. Este es un punto importante ya que muchos son la única fuente de ingresos de la familia.

Además de los trabajadores, los niños, adolescentes y estudiantes también están sometidos a una brutal presión económica. Aunque las autoridades no publican datos oficiales sobre suicidios de menores, la Sociedad Iraní para la Protección de los Niños estima que entre 2011 y 2020, más de 250 niños se suicidaron. La pandemia del coronavirus supuso un trágico impacto para los menores iraníes, ya que los confinamientos y el cierre de los centros educativos obligó a muchas familias a comprar dispositivos digitales para participar en las clases virtuales. Aunque en los hogares más pobres no pudieron permitírselo, creando una gran desesperación entre los menores.

“Para muchas niñas de las zonas rurales, la escuela es el único lugar donde se sienten útiles y esperanzadas para el futuro”, explicó a CHRI un exdirector de un colegio de Irán. “Cuando le quitas eso a una niña de 14 o 15 años que no tiene control sobre su destino, su vida puede desmoronarse”, añade.

Por otro lado, Nassir y Alafar agregan que los motivos que llevan a los jóvenes iraníes a tomar esta trágica decisión pueden ser “los mismos motivos que se producen en el resto del mundo”, aunque se tienen que añadir problemas relacionados con el “honor”, con discordias amorosas, presión por la falta de salidas profesionales y laborales, la depresión por la falta de esperanza de un futuro mejor en un entorno asfixiante y con rígidas normas morales que coartan sus libertades o el miedo al fracaso social y económico.

Durante las actuales protestas, donde el factor económico tiene un papel relevante, también se ha alertado sobre el alto número de suicidios cometidos por personas que estuvieron detenidas por las fuerzas de seguridad y posteriormente fueron puestas en libertad. La joven Yalda Aghafazli de 19 años es uno de los muchos casos. Aghafazli fue arrestada durante 12 días por participar en las manifestaciones. Ella misma confesó a sus amigas que durante ese tiempo fue torturada cada día, pero nunca lloró, solo gritaba. Después de 5 días en libertad, se suicidó. “Las condiciones de las cárceles iraníes son terribles. Desde torturas, confesiones forzadas y aislamientos solitarios hasta abusos sexuales reiterados por parte de los funcionarios de las prisiones”, señalan Nassir y Alafar. "Es por ello por lo que seguiremos dando voz a esta situación, la comunidad internacional no puede permitir que estos crímenes queden impunes”, afirman.

Bashandeh, por su parte, alude al “estrés psicológico” que sufren los detenidos, incluso los que posteriormente obtienen la libertad. Igualmente destaca el nivel de represión en las prisiones, la deshumanización y la tortura que sufren los arrestados.

La economía y las protestas

La crisis económica que sufre el país tiene mucho que ver en las protestas iniciadas tras la muerte de Mahsa Amini, protestas que se han convertido en una auténtica revolución y que van más allá del uso del hiyab obligatorio. De hecho, la economía ha tenido un peso importante en manifestaciones del pasado, como en 2017 o 2019, cuando la sociedad iraní salió a las calles para protestar contra la subida de los precios y las dificultades económicas.

Además de la fuerte opresión y censura, los jóvenes iraníes denuncian la mala gestión del gobierno, así como la falta de oportunidades, esperanza y perspectivas de futuro. Bashandeh también destaca que incluso los sectores más desfavorecidos, personas que viven bajo el umbral de la pobreza, están saliendo a las calles a protestar. El analista pide prestar atención a la forma en la que esta parte de la sociedad iraní duramente castigada por las dificultades económicas se van a levantar contra el régimen.

La muerte de la joven Amini y las posteriores protestas han desvelado grandes desafíos a los que deben hacer frente la sociedad iraní, como la crisis económica, la fuerte corrupción y desigualdades, la falta de derechos laborales o las altas tasas de suicidio. Esta revolución no es solo por el hiyab, busca cambiar radicalmente el sistema y hacer de Irán un país democrático, próspero y lleno de oportunidades

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