Jens Stoltenberg anuncia el equipo que tratará de mejorar la coordinación de la Alianza

La OTAN debe reinventarse

photo_camera PHOTO/OTAN - El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, preside la reunión de los ministros de Asuntos Exteriores del Consejo del Atlántico Norte, celebrada por teleconferencia

Este pasado sábado 4 de abril, se cumplían 71 años de la firma del Tratado de Washington. Una firma que en los años siguientes daría paso a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la OTAN. Una docena de países sentaban las bases de una organización política que más tarde sería también una alianza militar, hasta alcanzar la treintena de miembros que acoge actualmente. Ese contexto político post Segunda Guerra Mundial, dio paso a una serie de estructuras internacionales de evidente corte y preeminencia Occidental, en la que la OTAN era una de ellas. 

Durante los últimos años se ha puesto de relevancia la falta de representatividad que tiene la situación internacional actual en algunas de estas instituciones y organismos, y la escasa utilidad de otras desarrolladas para contextos geopolíticos muy diferentes. Es por ello que las que pueden, deben replantear su rumbo, sus objetivos y sus estructuras. Renovarse o morir. Así empezará a hacerlo la OTAN, tal y como se indicó en la cumbre de Londres de diciembre del año pasado, tras unas declaraciones de Macron en noviembre en las que trataba el estado actual de la Alianza Atlántica de “muerte cerebral”. La frase no sentó bien en el seno de la organización, aunque los acontecimientos previos al comentario lo justificaban. Es por ello que se planteó el establecimiento de un equipo de diez expertos con el objetivo de hacer una serie de recomendaciones que mejoraran la coordinación entre los aliados y el ámbito político de la organización.

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, anunció el 31 de marzo los nombres de las diez personas encargadas de esta tarea. Indicaba, a su vez, la paridad en el género y la representatividad geográfica de la Alianza en este equipo. Los nombres y los países de origen son los siguientes: Thomas de Maizière (Alemania), Greta Bossenmaier (Canadá), Anja Dalgaard-Nielsen (Dinamarca), Wess Mitchell (Estados Unidos), Hubert Védrine (Francia), Marta Dassù (Italia), Herna Verhagen (Países Bajos), Anna Fotyga (Polonia), John Bew (Reino Unido) y Tacan Ildem (Turquía). Entre los perfiles escogidos, se encuentran políticos y diplomáticos que han desempeñado importantes posiciones en las instituciones tanto nacionales como internacionales, pero también hay representantes del mundo académico y empresarial. Este grupo trabajará bajo el liderazgo del estadounidense Mitchell y el alemán Maizière, además del propio Stoltenberg. Además, según reza el comunicado del Secretario General, trabajarán codo con codo con el Consejo de la Alianza, así como con los países aliados y otros actores de relevancia. 

Este periodo de reflexión, al igual que las palabras de Macron, llega en un momento de cierta inestabilidad dentro de la OTAN. Es cierto que la Administración Trump está lejos de ejercer el liderazgo que se le presupone. También es cierto que las decisiones que ha tomado el presidente estadounidense han sido en ocasiones de manera unilateral y por momentos erráticas. La retirada casi total de Siria o el asesinato de Soleimani en Irak son dos ejemplos de los últimos meses. Trump critica, pese a ello, aunque no sin razón, la escasa responsabilidad de algunos países europeos para con los compromisos adquiridos con la Organización en lo que a las partidas presupuestarias destinadas a Defensa se refiere, y que está fijada en el 2% del PIB. No obstante, la forma en la que se mide la contribución de los aliados no se debería hacer exclusivamente en los presupuestos de Defensa, pues muchas veces el presupuesto se encuentra fragmentado en otras partidas, como podría ser la de Industria. Aparte, debería ser tenida en cuenta la contribución a la Alianza en el ámbito de las misiones y operaciones, algo que en muchas ocasiones certifica, de mejor manera que la inversión económica, el compromiso de un Estado para con sus socios. En ambas acepciones entraría, por ejemplo, España, que, con un presupuesto de Defensa de los más bajos, pero con una partida nada desdeñable dentro del presupuesto de Industria, se encuentra entre los principales contribuyentes en personal y medios de la Alianza, incluyendo el primer despliegue en el exterior -en Letonia- de vehículos blindados. Aunque la inversión económica de un 2% del PIB no debería desaparecer de los objetivos a medio plazo, quizás una de las propuestas a plantear por el grupo de expertos, sería valorar también otra forma de atender a los compromisos adquiridos con la Alianza. 

Convoy militar turco cerca de la ciudad de Batabu por la carretera que une Idlib con el paso fronterizo sirio de Bab al-Hawa con Turquía

No solo las declaraciones de Macron o el unilateralismo de Trump han supuesto ataques a la línea de flotación de la OTAN recientemente. El comportamiento excesivamente intervencionista que está desarrollando Turquía desde el pasado otoño preocupa tanto al conjunto como a aliados particulares. La decisión de Erdogan de intervenir en el norte de Siria, algo que podía provocar enfrentamiento directo entre tropas turcas y rusas, también presentes en el país, hizo saltar las alarmas de la Alianza Atlántica. La respuesta dada por el régimen de Asad y por las milicias kurdas presentes en el norte del país le ha supuesto a Turquía la pérdida de varias decenas de efectivos. A finales de febrero, tras la muerte de una treintena de militares turcos, Ankara no dudó en invocar el Artículo 4 de la Alianza para convocar al Consejo de la OTAN de urgencia. De esta forma, Turquía trató de poner de su parte a sus socios, algo que sería muy mal visto por Moscú y cuyas consecuencias geopolíticas podrían haber ido más allá del conflicto sirio, donde el equilibrio entre los actores sirios y sus respectivos valedores internacionales -EEUU y Rusia- pende ya de un hilo. La decisión del Consejo se limitó no obstante a condenar la muerte de los militares turcos y a incidir en una solución pacífica con respeto al Derecho Internacional. Sin embargo, esta no ha sido la única opción que ha preocupado a los países aliados. El acuerdo al que llegó Ankara con Trípoli, con el Gobierno de Acuerdo Nacional libio (GNA, por sus siglas en inglés), sobre el reparto de las zonas económicas exclusivas, ZEE, que incluía aguas griegas, ha reavivado las tensiones históricas entre estos dos países (Turquía y Grecia) en la que potencias europeas no han dudado en posicionarse, como es el caso de Francia. 

La OTAN está, por tanto, obligada a reinventarse. Mientras que los países bálticos y del este de Europa siguen reclamando el apoyo de la Alianza ante la amenaza rusa, hay otros líderes europeos como Macron que proponen un viraje en la relación de la organización con Moscú. La Alianza debe también atender a su flanco sur, donde el Sahel se está volviendo cada vez más inestable, un requerimiento permanente de los aliados del sur de Europa. Tiene que gestionar también el creciente intervencionismo turco, y concentrar los esfuerzos que los países aliados realizan en la estabilización de Oriente Medio. Y ya, para terminar, en el ámbito político, la Organización debería encontrar mecanismos para impulsar la llamada “Europa de la defensa”, un elemento que lejos de ser suplementario de la OTAN, deberá ser complementario. El desarrollo de esto último permitirá relajar la obsesión estadounidense por el cumplimiento de los compromisos económicos, y fortalecerá las posibles respuestas de la Alianza que se puedan requerir en el entorno estratégico más inmediato.

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