La polarización y la falta de mayorías pueden llevar a un bloqueo político en un contexto de grave crisis socioeconómica

La parálisis política amenaza al nuevo Parlamento libanés

PHOTO/REUTERS - Elecciones parlamentarias del Líbano

Las elecciones legislativas del pasado 15 de mayo han supuesto la pérdida de la mayoría absoluta del bloque liderado por Hizbulá, pero a cambio el Parlamento ha quedado dividido, dificultando la formación de Gobierno en un país necesitado de un Ejecutivo fuerte que afronte una dura crisis económica, política y social.
Hizbulá, un partido político/milicia chií creado y financiado por Irán durante la guerra civil libanesa (1975-1990), ha sido durante décadas uno de los actores más poderosos del país.

En las elecciones legislativas de 2018, el “Partido de Dios” y sus aliados se alzaron con 70 diputados, obteniendo la mayoría absoluta al superar holgadamente el umbral de los 65 escaños. Aunque en las pasadas elecciones la milicia y su principal aliado, el Movimiento Amal, repitieron resultado, obteniendo los 27 asientos reservados a los musulmanes chiíes en el Parlamento libanés, varios de sus socios de otras confesiones han sufrido notorias derrotas, haciendo que el bloque haya caído hasta los 61 diputados. 

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La sectarización está institucionalizada dentro del sistema político libanés desde el Pacto Nacional de 1943, por el que tanto el Parlamento como los principales cargos están divididos por cuotas en torno a las religiones más importantes del país. De esta forma, la gobernabilidad en el Líbano depende de alianzas entre agrupaciones de distinto credo, y precisamente los socios no chiíes de Hizbulá han sido los que han salido peor parados de las elecciones.

Aquí, el Movimiento Patriótico Libre (MPL), el Partido del presidente Michel Aoun, de congregación cristiana maronita y cercano a Hizbulá, ha sido uno de los grandes perdedores, pasando de los 24 escaños obtenidos en 2018 a solamente 17.

Estos resultados han ido de la mano del ascenso de Fuerzas Libanesas, igualmente maronita, que con 19 escaños se ha convertido en la principal formación cristiana del país, y la gran alternativa a Hizbulá.

Desde la campaña electoral, su líder, Samir Geagea, convirtió los comicios en un plebiscito contra el armamento de la milicia chií. “Toda decisión estratégica debe regresar al Estado, y los asuntos securitarios y militares deben ser gestionados exclusivamente por el Ejército libanés”, declaró Geagea en una entrevista con la AFP. Hizbulá fue el único grupo paramilitar en conservar su arsenal tras la guerra civil libanesa, habiéndose convertido en la principal fuerza militar del país, por delante de las Fuerzas Armadas estatales, pero el líder cristiano busca combatir lo que define como “un Estado dentro de otro Estado”.

Geagea apuesta por la construcción de un frente anti-Hizbulá en el país, oponiéndose a un Gobierno de unidad nacional. Para ello, el líder maronita tratará de llegar a acuerdos con otros partidos tradicionales contrarios a la milicia, como el cristiano Falanges Libanesas o el druso Walid Joumblatt, aunque, pese a ello, tampoco contaría con una mayoría clara. 

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La otra gran sorpresa de la noche ha sido la llegada al Parlamento de 13 diputados reformistas, surgidos al calor de los movimientos contestatarios de octubre de 2019 contra una clase política dominada por las mismas figuras durante décadas, que han llevado al Líbano a una crisis socioeconómica sin precedentes. “La opinión pública se ha pronunciado en favor de un cambio radical en el país. Es el momento de pasar página y comenzar una nueva fase política, lejos de la guerra civil y del reparto del pastel [entre los partidos tradicionales]”, declaró Marc Daou, uno de estos nuevos diputados, al medio libanés L’Orient-Le Jour. 

Geagea ha prometido trabajar con ellos para lograr la formación de un Gobierno, afirmando estar de acuerdo, al menos, sobre la necesidad de crear un Estado de verdad, “lejos de la corrupción, del clientelismo, de las cuotas y de los intereses privados”.

Por su parte, Mohammad Raad, uno de los principales líderes de Hizbulá, ha afirmado que el partido está abierto a la participación en un nuevo Gobierno, pero sin, de momento, querer precipitarse. A su vez, ha retado a Fuerzas Libanesas, afirmando que “si poseen verdaderamente la mayoría parlamentaria, entonces esperaremos, sin prisa […] ya veremos cuáles son sus prioridades y como van a utilizar esta mayoría. Actuaremos en función”. Anteriormente, Raad había encomendado a Fuerzas Libanesas a prestar atención a su discurso y su comportamiento. “No aviven las llamas de la guerra civil”, amenazó el político chií. 

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Pese al varapalo electoral, esto no parece indicar una pérdida significativa de influencia interna por parte de Hizbulá. Así lo afirma Francisco Javier Lion Bustillo, Doctor en Historia por la Universidad de Cádiz, para quien los factores clave del poder interno de Hizbulá, como el apoyo de su base social, el mantenimiento de alianzas políticas, la preservación de su fuerza militar y el apoyo iraní, no se habrían visto socavados. Pero, de acuerdo con Lion Bustillo, “su alianza con el MPL podría resentirse si este último considera que su excesiva colaboración con Hizbulá le ha pasado factura y optara por un mayor distanciamiento”.

En medio de una profunda crisis económica, política y social, empeorada por la explosión del puerto de Beirut de 2020, el nuevo Parlamento deberá elegir un primer ministro y un Gobierno que lleven a cabo las reformas estructurales exigidas por el FMI y los donantes internacionales. Pero la confrontación entre el bloque liderado por Hizbulá y el bloque liderado por Fuerzas Libanesas puede suponer el cóctel perfecto para un bloqueo parlamentario.

“Los resultados parecen indicar que se retornará a las situaciones vividas en el pasado, con Gobiernos provisionales a la espera de alcanzar una mayoría parlamentaria”, de acuerdo con Lion Bustillo, para quien los partidos tradicionales, en el mejor de los casos, “aceptarán el mínimo de reformas imprescindibles para asegurar la recepción de la ayuda del FMI, pero carecen de incentivos para modificar un sistema político, económico y social que les ha garantizado históricamente su control del país”. 

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La primera bola de juego será la elección del presidente del Parlamento, quien, por el sistema político libanés, tiene que ser musulmán chií. Este puesto ha sido ocupado desde 1992 por Nabih Berry, líder del Movimiento Amal y aliado de Hizbulá, quien despierta la animadversión de los partidos opositores por su cercanía a la milicia chií y por representar, para muchos, la corrupción y el clientelismo que ha protagonizado la política libanesa en las últimas décadas. No obstante, dado que todos los escaños chiís están en manos de Amal y de Hizbulá, difícilmente podrá surgir un candidato alternativo.

En unos meses, este Parlamento también tendrá que elegir a un nuevo presidente que suceda a Michel Aoun. En el Líbano, el jefe de Estado, que tiene que ser maronita, es elegido por el Parlamento a través de una mayoría cualificada de dos tercios de la Cámara en primera ronda. Si ningún candidato lo logra, el voto se produciría por mayoría absoluta.

No obstante, habida cuenta de la división parlamentaria y de la animadversión mutua entre Hizbulá y Fuerzas Libanesas, la elección de un nuevo presidente puede resultar tan difícil como la de un nuevo Gobierno. “Aoun tratará de que su sucesor sea su yerno, Gebran Bassil [el líder del MPL], pero Samir Geagea ambiciona también el puesto, lo que augura una compleja negociación. De ser así, no sería extraño un bloqueo del sistema político y el incumplimiento de los compromisos de reforma hechos al FMI”, estima Lion Bustillo, para quien este bloqueo “quizá podría ser superado mediante un Gobierno tecnocrático de amplio espectro que acometiera las mínimas reformas requeridas por la comunidad internacional”, que no permitirían dejar atrás los problemas estructurales que arrastra el Líbano desde hace décadas.

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