La escalada de combates entre grupos asociados a los dos gigantes del terrorismo en la región tiene un trasfondo ideológico que puede ser explotado para fines más concretos

Lo que hay detrás de la guerra entre Daesh y Al-Qaeda en el Sahel

REUTERS/TAGAZA DJIBO - El presidente de Francia Emmanuel Macron y el de Níger Mahamadou Issoufou, durante una ceremonia en la que rinden homenaje a los soldados nigerinos muertos en un ataque a un campamento militar por parte de Daesh

Daesh confirma oficialmente lo que algunos de sus líderes llevaban semanas admitiendo de forma oficiosa: el grupo terrorista se encuentra inmerso en una “guerra” -como los propios yihadistas la han descrito- contra la principal rama de Al-Qaeda en el Sahel. En el curso de los últimos meses, las zonas rurales del sur de Mali y el norte de Burkina Faso han sido el escenario de unos combates que se han recrudecido notablemente en los últimos días.

La confirmación ha llegado en una reciente edición de la publicación Al-Naba, una de las revistas que emite periódicamente Daesh como parte de su estrategia de comunicación. En uno de sus contenidos, la entidad culpa a la alta dirección de Al-Qaeda de haber “comenzado una guerra contra los hombres del Califato en medio de una violenta campaña de los Cruzados”.

Desde Al-Naba, denuncian que los dirigentes del Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM, por sus siglas en árabe), el mayor grupo de la zona asociado a la red global de Al-Qaeda, “nunca pierden una oportunidad para la traición”. Las acusaciones formuladas por los editores de la publicación -y, por ende, por la cúpula dirigente de Daesh-, son bastante gruesas, pues también critican a JNIM por haberse rebajado a “negociar con el Gobierno apóstata de Mali”.

¿Qué razones yacen en el fondo de esta escalada entre los dos gigantes del terrorismo yihadista global? Lo cierto es que la base de la disputa es doctrinal, aunque también puede ser observada desde un punto de vista más pragmático. Ambas vertientes están relacionadas con los últimos desarrollos de la situación securitaria en el Sahel.

Mapa que muestra los principales grupos yihadistas de la región del G5 en el Sahel
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Antes de abordar el debate ideológico en que se ampara Daesh para entrar en la batalla contra JNIM, es conveniente tener en cuenta algunos datos de contexto que permiten ver más clara la situación.

El Sahel occidental -en concreto, la zona de la frontera entre Mali, Níger y Burkina Faso, conocida como el Liptako-Gourma- es la región geopolítica del mundo donde la actividad terrorista yihadista ha registrado un mayor avance en los últimos años, según las conclusiones del último informe del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo (OIET). 

Este ascenso es achacable, en buena medida, a los dos grupos principales que operan en la región: el ya mencionado JNIM y Daesh en el Gran Sáhara (ISGS), situados en las órbitas de Al-Qaeda y Daesh, respectivamente. JNIM apareció a mediados de 2017 como una iniciativa que buscaba unificar bajo un mismo mando al mayor número posible de pequeñas entidades terroristas de la zona. A ella se adhirieron, entre otros, Al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), Al-Murabitun, el Frente de Liberación de Macina (FLM) y Ansar Dine. El líder de este último grupo, Iyad ag-Ghaly, pasó a ejercer como líder del nuevo conglomerado.

Una imagen graduada hecha el 25 de junio de 2016 de un video publicado por el jefe del grupo islamista Ansar Dine, Iyad ag-Ghaly, muestra a Ag Ghaly reiterando las amenazas contra Francia y la Minusma

ISGS, por su parte, se ha nutrido de combatientes que, anteriormente, habían militado en las organizaciones que hoy integran JNIM. Su líder es Adnan Abu Walid al-Sahrawi. A nivel taxonómico, se considera que JNIM es subsidiaria de una organización mayor, que es Daesh en la Provincia de África Occidental (ISWAP, por sus siglas en inglés). 

Tradicionalmente, las tensiones entre JNIM e ISGS no solían ir más allá de alguna disputa ocasional por el dominio territorial. En términos generales, ambas entidades terroristas tenían claro que había un enemigo común al que derrotar: las tropas internacionales desplegadas en la zona -y, principalmente, las francesas de las operaciones Barkhane y Takuba- y las instituciones de los diferentes gobiernos de la región.

¿Qué es lo que ha cambiado? A principios de año, Iyad ag-Ghaly admitió que no descartaba la posibilidad de aceptar la invitación del presidente maliense Ibrahim Boubacar Keita a participar en el llamado diálogo nacional inclusivo con el que el mandatario quiere restaurar la estabilidad en su país. El líder terrorista admitió que la actividad de su grupo había causado demasiados muertos. Eso sí, señaló como condición previa a su incorporación a las conversaciones que todas las tropas internacionales debían retirarse de territorio maliense.

A pesar de la polémica declaración, JNIM continuó desarrollando su actividad y perpetrando su campaña de atentados. La mayoría de analistas interpretaron el movimiento como la búsqueda de una salida negociada a una situación difícil, puesto que las misiones internacionales y la fuerza militar conjunta del Sahel cada vez presionan más los movimientos de los terroristas. Sin embargo, la dirección de Daesh ha preferido verlo como una concesión imperdonable al Ejecutivo maliense. 

El presidente de Mali Ibrahim Boubacar Keita
Cuestión de principios

¿Qué ha llevado a Daesh a censurar tan rápidamente la conducta de Ag-Ghaly y a enzarzarse en una guerra abierta contra su grupo? Una cuestión de principios. Al menos, de cara a la galería. 

La principal base doctrinal sobre la que se han asentado los grupos terroristas yihadistas para justificar sus actividades es una teoría que se conoce como takfirismo. Esta corriente de pensamiento, basada, en parte, en escritos de autores medievales con Ibn-Taymiyya, fue puesta por escrito por el pensador egipcio Sayyid Qutb en 1964 en un manifiesto titulado ‘Señales en el camino’.

En él, se realizaba una distinción muy simple entre la Umma, la comunidad de creyentes que vivía de acuerdo con la interpretación más restrictiva del Corán y el hadiz, y la ‘jahiliya’. Este término árabe, que puede traducirse como “ignorancia” o “arrogancia”, designa, en pocas palabras, todo aquello que no forme parte de la Umma. En ese cajón de sastre se encuentran, por supuesto, los no musulmanes.

Foto de archivo del fundador de Al-Qaeda Osama bin Laden en Afganistán. La doctrina takfirista estuvo en el seno de la organización desde sus comienzos

Sin embargo, también son incluidos en ese campo todos aquellos musulmanes que no comulgan con el islam ultraconservador reflejado en el salafismo. Se les considera impuros o ‘takfir’. Así, el takfirismo es la ideología que justifica que la yihad menor -aquella que se interpreta como una guerra santa- incluya entre sus blancos no solo a los no creyentes, sino también a los musulmanes que participen de un modelo de vida que no sea el dictado por el salafista. Esto incluye a los Estados del mundo árabe, así como a los ciudadanos que, por ejemplo, se sirven sus servicios públicos o participan en sus procesos electorales.

Esta doctrina ha estado presente en los grupos yihadistas desde la fundación de Al-Qaeda a finales de los años 80. Por tanto, lo que argumenta Daesh es que, en el caso actual de Mali, JNIM ha violado este principio teórico fundamental del yihadismo. El simple hecho de reconocer al estado de Mali como un interlocutor válido constituye, a ojos de los más extremistas, una traición sin paliativos.

La reciente publicación de Al-Naba incide en esta línea. Sus editores recuerdan que, en el pasado, grupos que actualmente conforman JNIM ya hicieron pactos con “apóstatas”, como los denominan desde Daesh. No se refieren a ninguna administración pública, sino a las organizaciones de origen tuareg con las que Al-Qaeda colaboró entre 2012 y 2013 en la región del Azawad, en el norte de Mali, en la campaña separatista que dio pie a la operación Serval francesa.

Soldados de la operación Barkhane y del Ejército maliense patrullando en una calle de Menaka, en la región de Liptako
Discurso instrumentalizado

Así, en resumidas palabras, puede decirse que Daesh, al menos en lo que se refiere a la zona occidental del Sahel, ha declarado ‘takfir’ al principal grupo terrorista asociado a Al-Qaeda, aunque pueda parecer contraintuitivo. No obstante, JNIM no es el primer grupo yihadista que contempla entrar en procesos de diálogo con actores estatales. Ahí está, por ejemplo, el caso de los talibanes, que han llegado a un acuerdo nada menos que con la Casa Blanca. La animadversión hacia los extremistas afganos, sin embargo, no llega a los mismos niveles.

Cabe preguntarse, entonces, si realmente la disputa del Sahel se basa solo en una cuestión ideológica o si el argumento del takfirismo es, simplemente, un pretexto del que Daesh se está valiendo para conseguir objetivos concretos de otra naturaleza. Probablemente, la realidad se encuentre en un punto medio: los principios tienen un cierto peso, pero la maniobra no está exenta de una cierta dosis de pragmatismo. 

Soldado del ejército de Mali es visto durante una patrulla en la carretera entre Mopti y Djenne, en el centro de Mali, el 28 de febrero de 2020

¿Por qué? Porque la base teórica takfirista puede ser explotada por Daesh a su favor. En el seno de los grupos islamistas más radicales -como las comunidades donde se difunden discursos salafistas-, la justificación aducida por ISGS puede tener buena acogida. En el contexto concreto del Sahel, en el que dos entidades similares se pelean entre sí, ¿cuál puede resultar más atractiva a un joven que esté pensando en alistarse en un grupo yihadista? ¿Una que se ha rebajado al nivel de un Gobierno tildado de apóstata u otra que denuncia esa traición y la combate sobre el terreno? 

En términos de imagen, no cabe duda de que Daesh, que siempre se ha caracterizado por desplegar unas campañas de comunicación destinadas a la captación muy exitosas, podría salir beneficiado en el corto y el medio plazo en el apartado del reclutamiento de nuevos combatientes. 

Soldados del ejército maliense patrullan la zona junto al río de Djenne en el centro de Mali el 28 de febrero de 2020

A largo plazo, la historia puede ser, sin embargo, distinta. Las opciones de apertura exploradas por Ag-Ghaly y JNIM tienen asimismo su propio componente pragmático y realista. Parece plantearse que exista un futuro más allá del combate continuo con las fuerzas de seguridad de los distintos países de la zona, aunque, por el momento, no sea más que un globo sonda. ISGS, por su parte, no parece dispuesto a transitar ese camino, al menos de momento.

En cualquier caso, bien esté impulsada por principios o por cuestiones más prosaicas, la campaña de combates que han emprendido los dos grandes grupos terroristas representa una sacudida más en una de las regiones más inestables del mundo. Aunque, a la larga, las luchas intestinas puedan debilitar a las dos organizaciones, la población local es la que ya está saliendo perjudicada en medio de la refriega. La situación de muchos civiles de la región continúa agravándose y el horizonte dista mucho de estar despejado.

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