¿Qué dificultades tendrá el Gobierno de Bagdad en su campaña contra el grupo terrorista?

Los desafíos de Irak en la lucha contra Daesh

photo_camera PHOTO/AMEER AL MOHAMMED - Un soldado del ejército iraquí hace guardia en la base aérea de Qayyarah

Este fin de semana, ha comenzado en Irak una campaña para debilitar la infraestructura de Daesh en el país. El grupo terrorista, que fue derrotado territorialmente en abril de 2019 tras su expulsión de Baguz (Siria), ha resurgido con fuerza en la región de Oriente Próximo. A pesar de haber perdido a su líder más carismático, el autoproclamado califa Abu Bakr al-Baghdadi, ha conseguido volver a asentarse con firmeza en las zonas rurales de Siria e Irak. Las acciones terroristas perpetradas por sus células cuentan con un grado de coordinación cada vez mayor y la amenaza se cierne sobre los grandes núcleos urbanos.

En esta tesitura, el nuevo Gobierno de Bagdad, encabezado por el antiguo director de los servicios de inteligencia Mustafa al-Kadhimi, se ha decidido a atajar el peligro antes de que sea demasiado tarde. Las Fuerzas Armadas iraquíes, en coordinación con sus milicias afines, lanzarán este domingo, 24 de mayo, una campaña para tratar de frenar la expansión de Daesh. 

Hay diversos factores que hacen que erradicar completamente la presencia del grupo terrorista sea una tarea sumamente difícil. Algunos se relacionan con la propia naturaleza de la organización yihadista, pero otros tienen que ver con el Estado iraquí y su idiosincrasia.

Un soldado iraquí lleva una máscara protectora mientras hace guardia en un punto de control
Menos apoyos internacionales

Una de las principales novedades de esta campaña radica en que el Gobierno de Bagdad deberá llevarla a cabo prácticamente en solitario. A principios de año, después de que Estados Unidos matase en un bombardeo sobre suelo iraquí al general iraní Qassem Soleimani, de las Fuerzas Quds de la Guardia Revolucionaria iraní, y a Abu Mahdi al-Muhandis, comandante de las Fuerzas de Movilización Popular (PMF, por sus siglas en inglés), el Parlamento votó a favor de la salida de las tropas internacionales. 

Soldados estadounidenses en la base aérea K-1

La moción incluye al contingente militar estadounidense estacionado en el país, precisamente, uno de los principales artífices de la derrota territorial de Daesh. Según lo acordado entre los altos mandos de Defensa de Washington y Bagdad, la retirada de las tropas del gigante americano comenzará a partir del mes de junio. 

Por el momento, la misión de entrenamiento de tropas de la OTAN en el país (NMI, por sus siglas en inglés) sigue en marcha con la participación de 500 soldados de la Alianza y países socios, como Australia, Suecia y Finlandia, pero, en el cómputo global, los apoyos de socios internacionales sobre el terreno son, quizá, los más débiles en la última década.

Soldados estadounidenses tomando posición alrededor de la embajada en Bagdad
Las milicias afines, divididas

En el plano interno, el Ejecutivo iraquí tampoco dispone de demasiados compañeros de armas. A lo largo de los últimos años, Bagdad se ha apoyado constantemente en una serie de milicias que han sido sus aliadas en la lucha contra Daesh. Las principales son las ya mencionadas PMF. Hasta las últimas semanas, habían luchado codo con codo con grupos armados chiíes bajo el mando del influyente ayatolá Ali al-Sistani -y, en la práctica, de Teherán-, pero esa sintonía se ha roto y parece difícil que se restaure.

¿Por qué? En pocas palabras, los grupos chiíes no aprueban la elección de Abdul Aziz al-Mohammedawi, nuevo jefe de las PMF, como sucesor de Al-Muhandis. Esta disputa ha acabado dinamitando los puentes incluso dentro del propio grupo, pues la Autoridad de Movilización Popular, el organismo que supervisa las actividades de los grupos, ha quedado dividida en un momento crítico.

Fuerzas de Movilización Popular iraquíes marchan mientras sostienen su bandera y carteles de los líderes espirituales chiítas iraquíes e iraníes durante ‘Al-Quds’ o el Día de Jerusalén, en Bagdad, Irak
¿Aguantará el Gobierno?

La división entre las milicias es un fiel reflejo del sectarismo que se extiende a la vida social y política en el país. De hecho, el simple hecho de que haya un Ejecutivo constituye una victoria importante para la democracia iraquí. La reciente investidura de Al-Kadhimi -y, con la suya, la de la mayor parte de su gabinete- representa un hito que ha permitido al país salir de una situación de interinidad que amenazaba con volverse crónica.

Desde la dimisión de Adel Abdul Mahdi el pasado otoño, otros dos candidatos habían optado al puesto de primer ministro, pero ambos fracasaron. Ni Adnan al-Zurfi ni Mohamed Tawfiq Allawi consiguieron ganarse la confianza de los diputados. El propio Al-Kadhimi admitió, antes de que se aprobase su llegada al poder, que diversos poderes fácticos no habían hecho otra cosa que ponerle palos en las ruedas.

Así, aunque haya podido asentarse en la Jefatura de Gobierno, el exdirector de inteligencia ya sabe que no debe confiarse. Las rencillas sectarias son muy comunes en las altas esferas del poder en Irak, de modo que estará sometido a una presión constante para contentar a unos y a otros -fundamentalmente, suníes y chiíes- para no ser apartado prematuramente.

Una vuelta al vacío de poder tendría consecuencias muy negativas en la campaña de lucha contra el terrorismo. Las organizaciones yihadistas -y, en particular, Daesh- han demostrado una gran habilidad para aprovechar la ausencia de un poder público firme. Oriente Próximo, precisamente, ha sido uno de los escenarios donde esta realidad ha sido más patente. En Siria e Irak, Daesh pudo florecer gracias a la situación de descontrol generada por la incapacidad de los Estados para controlar su territorio. Por eso, si Al-Kadhimi no consigue mantenerse en el Gobierno, será una muy buena noticia para los terroristas.

El primer ministro designado de Irak, Mustafa al-Kadhimi, pronuncia un discurso durante la votación del nuevo gobierno en la sede del parlamento en Bagdad, Irak, el 7 de mayo de 2020
Suplantar el papel del Estado

No obstante, incluso aunque el Ejecutivo siga en pie, Daesh puede explotar su incomparecencia de otros modos. Actualmente, las instituciones oficiales no están presentes en todo el territorio iraquí con la misma fuerza. El Estado no cuenta con el mismo grado de autoridad en los grandes núcleos urbanos que en las vastas zonas rurales. Esta falta de capilaridad ha provocado una dejación de funciones que, en muchas áreas, se ha traducido en una deficiente provisión de servicios públicos, desde la sanidad y la educación a la seguridad.

Lo que hizo Daesh durante su apogeo -y lo que trata de volver a hacer en la nueva fase de auge que está viviendo- fue, precisamente, llegar allí donde el Estado no podía llegar. Para ello, estableció unas estructuras públicas muy similares a las que presenta cualquier administración, pero siempre basadas en la versión más restrictiva del Corán y el hadiz.

Por este motivo, los integrantes de Daesh lograron despertar ciertas simpatías entre algunos sectores de la población. A pesar de que se trataba de un grupo yihadista, responsable de crímenes que dieron la vuelta al mundo por su crudeza, la organización supo llenar ciertos huecos que el Estado iraquí no había sido capaz de abarcar, gracias a lo cual algunas comunidades vieron resueltas o, al menos, aliviadas ciertas necesidades que habían quedado desatendidas.

Agente de policía iraquí, hace guardia en el toque de queda en Bagdad
Ganar los corazones y las mentes

Las campañas de Daesh son, ciertamente, “húmedas”, pues buscan no solo adueñarse del territorio, sino mantenerse en él. Para ello, los líderes de la entidad son conscientes de que no basta el poderío militar, sino que es necesario granjearse ciertos apoyos entre la población. Así ocurrió en 2015.

No se puede descartar que, en la actualidad, se esté produciendo un proceso similar. La dejación de funciones de los poderes públicos no ha sido corregida totalmente, de modo que Daesh puede ir recabando poco a poco bastantes apoyos en ciertos lugares. Por tanto, en una eventual confrontación entre ambas partes, no debe darse por sentado que las comunidades locales vayan a apoyar automáticamente a las Fuerzas Armadas de Bagdad.

De este modo, de cara a la campaña antiterrorista que se inicia este fin de semana, Daesh puede recoger algunos frutos concretos. Al modo tradicional de la guerra de guerrillas, es posible que algunos de sus integrantes traten de camuflarse entre la población local. Dependiendo del apoyo que tengan los terroristas en una determinada zona, ese lugar puede transformarse en un santuario para aquellos que quieran evitar la captura.

Miembros de las Fuerzas de Movilización Popular (PMF), predominantemente chiítas, participan en un desfile de la organización
El terreno: ¿un enemigo más?

Además, esta circunstancia puede acentuarse si se tienen en cuenta las circunstancias geográficas de Irak. Los territorios apartados de los grandes núcleos urbanos son, en general, poco accesibles. En concreto, el extremo occidental del país es una región que dificultades puede generar dificultades.

Se trata de una zona dominada casi totalmente por ecosistemas desérticos en los que es sumamente complicado mantener un control efectivo. De esta manera, Daesh puede usar a su favor las peculiaridades del terreno para que su campaña de insurgencia no se vea demasiado perjudicada.

Vehículos blindados de transporte de tropas (APC) de las fuerzas iraquíes y las PMF avanzan a través de la provincia de Anbar, a 20 kilómetros al este de la ciudad de Rawah en el desierto occidental que limita con Siria
Una frontera porosa

A esta circunstancia se añade que, en la práctica, la línea fronteriza que separa Siria de Irak a través del desierto es bastante permeable. Los diferentes grupos terroristas que operan en la región, Daesh entre ellos, han aprovechado a la perfección esta porosidad, de modo que su rango de influencia no se circunscribe a un solo país.

La habilidad de las organizaciones para tejer redes transnacionales ha sido una de las razones principales de su resiliencia; el hecho de disponer de aliados en otros lugares ha supuesto un colchón que ha permitido a los grupos yihadistas recomponerse una y otra vez tras las sucesivas operaciones antiterroristas llevadas a cabo a nivel gubernamental.

Actualmente, la situación que atraviesa Siria es notablemente peor que la de Irak. El país transita hacia su décimo año de guerra civil y aún no hay visos del final en el horizonte. El Ejército Árabe Sirio de Bachar al-Asad, apoyado por Rusia, está tratando de recuperar el control efectivo sobre la totalidad del territorio, pero los rebeldes han recibido renovado impulso gracias a la intervención de Turquía.

Un combatiente rebelde sirio dispara un cohete Grad hacia las fuerzas gubernamentales en el noroeste de Siria el 8 de febrero de 2020

Muchos de los grupúsculos que combaten al Gobierno de Damasco proceden de la órbita de organizaciones terroristas de etiología yihadista. ¿Qué supone esto? Básicamente, que los combatientes de Daesh en Irak cuentan con aliados al otro lado de la frontera. En las regiones desérticas de Siria, de hecho, se ha reportado recientemente un incremento de la actividad de células asociadas a la organización encabezada por Abu Ibrahim al-Qashimi al-Quraishi. 

Por esta razón, aunque se consiga capturar o expulsar a los elementos operativos de Daesh de Irak, eso no querría decir que la amenaza hubiese desparecido; sus correligionarios continuarían muy presentes a unos pocos kilómetros, luchando en la guerra de Siria.

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