El ascenso de los talibanes continúa cambiando la configuración de Oriente Medio y las luchas de poder entre los grupos radicales

Los talibanes paquistaníes, reforzados tras la victoria de los talibanes afganos

AP/MUHAMMAD SAJJAD - Un soldado paramilitar paquistaní, a la derecha, y combatientes talibanes hacen guardia en sus respectivos lados en un puesto fronterizo entre Pakistán y Afganistán, en Torkham, en el distrito de Khyber, Pakistán

Apenas tres meses después de la toma de Kabul por parte de los talibanes, Afganistán se ha convertido en un escenario inseguro e incierto. Los ataques terroristas perpetrados por el ISIS-K, filial terrorista del Daesh en Afganistán, no han dejado de sucederse, evidenciando así que los talibanes no tienen bajo su control el país, además de sumir a la población en un régimen que viola sistemáticamente los derechos fundamentales, especialmente los de las mujeres y las niñas. 

Sin embargo, la victoria de los talibanes ha supuesto el fortalecimiento de estos grupos en la vecina Pakistán. Allí, en las abruptas regiones habitadas por diferentes tribus ha habido un despertar de los Tehrik-e-Taliban o TTP, los talibanes pakistanís, una organización separada de los talibanes afganos que comparten su misma estricta línea ideológica. 

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El TTP, fundado por Baitullá Mehsud a principio de la década de los 2000, abarca un movimiento insurgente que se configuró como una forma de protesta contra el gobierno pakistaní. Tras su surgimiento, los radicales prometieron derrocar al gobierno de Islamabad y tomar el control a través de la violencia. Aun así, sus amenazas consiguieron ser ahogadas después de ser duramente reprimidos por el Ejército durante la última década. 

Ahora, con la nueva etapa de los talibanes, el TTP ha vuelto a resurgir tras intensificar sus ataques en los últimos meses. Desde enero de este año, más de 300 pakistaníes han muerto en ataques terroristas, entre los que se encuentran 144 militares, según informa el Instituto de Estudios de Conflictos y Seguridad de Pakistán. 

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Junto a esto, el actual escenario afgano ha inspirado y reforzado a decenas de grupos religiosos que se agrupan en Pakistán. Estas congregaciones rechazan abiertamente a los musulmanes chiitas, a los cuales considera herejes, y mantienen férreas medidas para tratar de defender su radical interpretación del islam. 

Azotada ya por la fuerte presencia religiosa, la sociedad paquistaní corre el riesgo de transformarse en una sociedad similar a la afgana. En una encuesta impulsada por Gallup Pakistán se publicó que el 55% de los afganos apoyarían un “gobierno islámico” como el de Afganistán, según apunta AP. Sin embargo, en esta encuesta solo participaron 2.170 paquistaníes de una población de más de 220 millones, por lo que no es representativa, pero da indicios de lo que la población del país estaría dispuesta a apoyar. 

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En este aspecto, Pakistán ha evitado reconocer “al gobierno de todos los talibanes” en Afganistán, pero ha presionado a que las potencias internacionales se comprometan con el nuevo gobierno afgano. De esta forma, Pakistán ha instado a que Estados Unidos entregue fondos y recursos a los talibanes a la vez que ha pedido a los mismos reconocer y aceptar las minorías religiosas, ejerciendo así un papel de mediador. 

Como es más que notorio, las relaciones entre Pakistán y Afganistán no son nada novedosas. Los vínculos de Pakistán con los talibanes afganos comenzaron en la década de los 80 cuando Pakistán escenificó la lucha librada entre Estados Unidos contras las fuerzas soviéticas establecidas en Afganistán. Concretamente, el grupo Haqqani, considerado como terrorista por parte de Washington y acusado de estar detrás de los ataques más violentos librados en Afganistán, cuenta con una larga trayectoria con la agencia de inteligencia pakistaní (ISI). En este contexto, el gobierno de Pakistán liderado por Arif Alvi, ha recurrido al nuevo ministro de interior afgano, Sirajuddin Haqqani, con el fin de buscar ayuda para iniciar conversaciones con los TTP, según indica el experto del Instituto de Paz de Estados Unidos, Asfandyar Mir a AP. Según la misma fuente, filas pertenecientes al TTP en Waziristán del Norte están listas para negociar. Aun así, apunta a que las facciones más violentas, bajo el mandato de Noor Wali Mehsud, no tendrían ninguna intención de entablar conversaciones. 

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En el marco de un posible acercamiento de ciertas facciones de los TTP con Islamabad, los talibanes exigen controlar partes de las regiones habitadas por las tribus y gobernarlas imponiendo su estricta interpretación del Corán, así como el derecho a conservar sus armas. En el caso de efectuarse, una de las tribus más afectadas por sus medidas sería los Kalash, la tribu animista que ha conseguido mantener sus únicas costumbres por más de 2.300 años en un país en el que la población musulmana conforma el 96.8% de la población total.

La victoria de los talibanes supone la vuelta de un mandato regido por estrictas leyes que restringen de manera considerable los derechos sociales y humanos de la población afgana. Con la toma de Kabul y la salida del Asraf Ghani del país, los talibanes se hicieron con el control del país volviendo a instaurar un sistema político restrictivo y radical. Sin embargo, los insurgentes han querido que la comunidad internacional no les relacione con el mismo mandato que llevaron a cabo durante la década de los 90. Por ello han tratado de mantener relaciones diplomáticas con las principales potencias internacionales para, por una parte, seguir ganando poder y por otra para tratar de contar con cierta validación internacional que les avale. Sin embargo, Afganistán atraviesa un periodo oscuro en su historia, periodo en el que la violencia está a la orden del día y en el que la inseguridad ha obligado a desplazarse a más de medio millón de personas dentro del país, mientras que miles siguen tratando de huir de su país natal para tratar de construir una vida alejada del terror. 

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