Los grupos terroristas orientan ahora su estrategia a la conquista de las costas del golfo de Guinea

Los yihadistas sueñan con el mar

photo_camera AFP/MICHELE CATTANI - Imagen de soldado patrullando

Parece que los grupos terroristas que desangran el Sahel están cansados de tanta arena y sequedad. En los últimos años, su estrategia se orienta a la conquista de las costas del golfo de Guinea. Benín, Costa de Marfil y Togo son claramente sus próximos objetivos.

En la frontera norte de esos tres países se han sucedido ataques contra puestos de policías y del Ejército, principalmente. Pero también contra poblaciones civiles que han dado como resultado masacres de decenas de personas. Benín y Costa de Marfil han reforzado la seguridad en esas zonas. Togo también, pero allí los habitantes de las áreas en peligro han decidido abandonarlas y buscar refugio más al sur, donde, en teoría, la seguridad es mayor.

Burkina Faso, que tiene frontera con los tres países, es la base de operaciones desde donde parten las personas que ejecutan esos ataques. La nación está fuera de control por culpa de las organizaciones yihadistas. Una de las promesas de los militares que lideraron el golpe de Estado en este país, en enero de 2022, fue terminar con el terrorismo. Justificaron su acción afirmando que “los soldados ponían fin a la presidencia de Roch Marc Christian Kaboré debido al deterioro de la situación de seguridad en medio de la profundización de la insurgencia islámica y la incapacidad del presidente para manejar la crisis”, según informaba AP News. Pero el Gobierno de Paul-Henri Sandaogo Damiba está lejos de conseguir ese objetivo. Prácticamente, todo el país ha caído en manos de los grupos yihadistas. Solo la capital, Uagadugú, y un par de grandes ciudades más están a salvo de su presencia por el momento. Una situación que los terroristas amenazan con revertir próximamente.

El caos reinante en Burkina Faso ayuda a los yihadistas a seguir avanzando hacia el sur y merma los esfuerzos de los países limítrofes por detenerlos.

No se trata solo de una estrategia militar. Esta viene precedida de otra más silenciosa y profunda que desde hace años los yihadistas financian en el norte de Benín, Costa de Marfil y Togo. La construcción de mezquitas, que han surgido por docenas en aldeas, pueblos y ciudades de estos países, sea quizás la cara más visible de este fenómeno. Pero detrás de ellas llegan los misioneros que proclaman una visión muy radical del islam y distinta a la que hasta ahora se vivía en esos territorios.

Estos predicadores incitan a los padres a sacar a sus hijos de las escuelas occidentales y llevarlos a las coránicas, donde solo se estudia el libro sagrado. Imponen una vestimenta que nada tiene que ver con la tradicional de la zona. Largas barbas, hiyab e incluso burkas empiezan a asomar por todas partes. Tras ellos aparecen oenegés que únicamente socorren a los musulmanes. En paralelo surgen las promesas de regreso a una sociedad islámica donde todos serán felices.

Son muchos los jóvenes que se sienten atraídos por esos augurios. Viven en tierras bastante inhóspitas donde cuesta mucho ganarse la vida, con muy pocas oportunidades a su alcance, acuciados por la escasez de trabajos disponibles. Sin poder mantenerse gracias a la ganadería o la agricultura, como hicieron sus antepasados durante generaciones. Acosados por el cambio climático que origina que cada año la tierra sea menos productiva y los pastos más escasos. Condenados a migrar a las grandes ciudades o fuera de sus países donde, luego, difícilmente encuentran un trabajo que les permita mantenerse de forma digna. Finalmente, se sienten abandonados desde hace décadas por los gobiernos nacionales. Por eso, ven en estas nuevas doctrinas una oportunidad única para cambiar su situación.

Son esas maniobras, y no solo las militares, las que allanan el camino de los yihadistas que cada vez cuentan con más apoyo entre las poblaciones desilusionadas con la suerte que les ha tocado vivir.

En medio de esta situación, Francia ha decidido cambiar el guion de su intervención en la zona. Quizás espoleada por su expulsión de Mali, ahora quiere hacer menos visible su estrategia militar. En estos momentos busca acuerdos bilaterales con los distintos países que puedan necesitar ayuda en su lucha contraterrorista. Ha encontrado en Benín y Costa de Marfil dos firmes aliados. En este nuevo escenario, París quiere que sea el socio el que decida qué pasos seguir. Además, en teoría, le da el control de las operaciones de apoyo francés.

El objetivo, claro está, es evitar que los yihadistas lleguen a las costas del golfo de Guinea, pero no se sabe por cuánto tiempo podrán detenerlos.

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