Para encontrar la clave de bóveda de la acción macronista en África hay que retroceder hasta el 28 de noviembre de 2017

Macron se tropieza con la realpolitik

REUTERS/LUDOVIC MARIN - Fotografía de archivo, el presidente francés Emmanuel Macron participa en una sesión de trabajo con los líderes de los países del G5 Sahel de África occidental durante la cumbre del G5 Sahel en Nuakchot (Mauritania) el 30 de junio de 2020

Otra vez ganó el menos malo. Como ya ocurriera en 2017, el reciente duelo electoral entre Emmanuel Macron y Marine Le Pen se saldó con la victoria del primero y, una vez más, los medios y opinadores que escudriñan el complejo universo de las relaciones entre África y el Elíseo exhalaron un suspiro de alivio en las antípodas, eso sí, del entusiasmo. La diferencia más remarcable entre los dos momentos históricos es que el Macron de 2017 era un presidente novel con más incógnitas que certezas en su mochila, mientras que el Macron de ahora ya tiene un legado de cinco años como jefe de Estado y una ristra de palabras, gestos y decisiones que le retratan.

Para encontrar la clave de bóveda de la acción macronista en África hay que retroceder hasta el 28 de noviembre de 2017 y viajar hasta la Universidad de Uagadugú, en Burkina Faso, donde tuvo lugar la primera aparición estelar en el continente de aquel recién llegado. Al igual que todos sus antecesores después de De Gaulle, Macron prometió aquel día enterrar la Françafrique; como les pasó a todos ellos, el bicho se resiste a morir. En los cinco años siguientes, el inquilino del dormitorio principal del Elíseo tuvo tiempo suficiente para comprobar lo duro que puede resultar cambiar las cosas, pero también para enfrentarse al implacable deterioro de la imagen de la política exterior francesa que penetra a buena parte de esos jóvenes africanos a los que Macron tanto mienta.

Pero en ese proceso también hay que atribuirle algún mérito. El presidente francés supo olfatear el sino de los tiempos y darse cuenta de que no se podía seguir retrasando más dar, al menos, un paso en la restitución del patrimonio histórico africano que se encuentra en museos franceses, un melón que abrió en el citado discurso de Uagadugú y que ha provocado que Senegal y sobre todo Benín reciban las primeras piezas robadas durante la época colonial. Es cierto que el balance es aún escaso, pero también lo es que el tesoro de Abomey no es cosa menor por lo que tiene de simbólico. La mejor noticia es que el gesto francés ha tenido un efecto de contagio en países como Bélgica o Alemania. En España, por cierto, silencio radio.

Los esfuerzos de Macron por construir nuevas relaciones con dos de sus mayores espinas clavadas en África, Argelia y Ruanda han sido también dignos de mención, así como la traslación de esa nueva manera de entender su relación con el continente a la cumbre Francia-África que se celebró en Montpellier el 8 de octubre de 2021. Por primera vez en su larga historia, el encuentro no contó con los presidentes africanos como invitados de honor, sino que fue un selecto grupo de jóvenes activistas, blogueros, intelectuales y miembros de la sociedad civil quienes fueron invitados a debatir junto al propio Macron sobre la África del presente y del futuro.

Vale. Todo esto mola. Pero estaría mucho mejor si, al mismo tiempo que se fotografía junto a Cheij Fall y Achile Mbembe, deja de mostrar su apoyo a golpes de Estado y a presidentes que se eternizan en el poder más allá de lo permitido por sus constituciones. La imagen de Macron y Le Drian, el ministro de Asuntos Exteriores francés, junto a Mahamat Idris Déby en el funeral de su padre, dando todo su aval a una sucesión ilegalmente monárquica en la República de Chad es suficiente para enturbiar todos los buenos propósitos anteriores. El respaldo al tercer mandato de Alassane Ouattara en Costa de Marfil y la tibieza ante los derrapes de Alpha Condé en Guinea también abren algunas cuestiones interesantes. Políticas y éticas.

Sin embargo, el primer mandato de Macron en África será más bien recordado por la inefable espantada maliense, salpicada de errores. En la cadena de acontecimientos que han concluido, de momento, con la expulsión del embajador francés, la media retirada de Barkhane y la prohibición al Ejército galo de operar en suelo maliense, en todos esos actos de hostilidad diplomática, en todo el proceso, no se atisba ni un solo intento francés de asumir ninguna responsabilidad. Y el elefante en la habitación está ahí: casi diez años después de una de las operaciones militares más contundentes del Hexágono –forma común que utilizan los franceses para referirse a su país– fuera de sus fronteras, el yihadismo al que combaten no solo no está derrotado, sino que está más fuerte que nunca. Quizás asumir este fracaso y buscar las razones en lugar de esconderse tras la llegada de los rusos sería una maravillosa manera de echar algo de tierra sobre la Françafrique. Vamos, si esa es la idea.

Incluso a pesar de los exabruptos malienses, África no ha estado demasiado presente en la campaña electoral francesa, lo cual no es necesariamente anómalo ni un signo negativo. La mejor manera, por tanto, de descubrir qué espera a las relaciones entre el continente y Francia en los próximos cinco años es guiarse por el rastro de lo hecho hasta ahora y acudir al programa electoral de Macron. Ambos indicios apuntan en la dirección de la continuidad. Bonitas palabras, simbolismos varios, atípicas cumbres y mucha mucha realpolitik como herramienta para recorrer los caminos más trillados y, de paso, traicionar todos los buenos propósitos anteriores.

Pero cuando un convoy militar galo es detenido por manifestantes en Burkina Faso y Níger hace tan solo unos meses, cuando dos golpes de Estado triunfan al grito de “¡Fuera Francia!”, cuando la denuncia de la política exterior del Elíseo es uno de los pilares del éxito de grupos políticos emergentes, cuando los jóvenes ya no aceptan las paternalistas reglas del juego y expresan una franca hostilidad hacia los tejemanejes diplomáticos y empresariales que supuran de la antigua potencia colonial travestida de modernidad, cuando todas estas señales se acumulan, en fin, Macron debería entender que, efectivamente, los tiempos han cambiado. Pero no porque él lo decrete en una universidad africana, sino porque le están adelantando ruidosamente por la derecha.

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