La crisis generada por la actual pandemia ha demostrado cómo las naciones más avanzadas del continente asiático han sabido reaccionar más rápido y con mejores resultados que los viejos líderes occidentales

Mientras Asia se abre paso, Occidente se mira el ombligo

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A mediados de febrero, justo antes de que la COVID-19 se convirtiera en una preocupación global, la Conferencia de Seguridad de Múnich 2020 proclamaba la desoccidentalización del mundo1, lo que supone el reconocimiento del final de un largo periodo de cinco siglos en el que la comunidad internacional se ha ido occidentalizando al ritmo que el planeta se iba globalizando. En el último siglo este proceso se ha realizado además identificando el modelo democrático y liberal como referencia de modernidad.

La razón de ser de este proceso de desoccidentalización, aunque responda también a elementos de crisis interna de Occidente, se debe fundamentalmente al ascenso de Asia, el continente que alberga más de la mitad de la población mundial, y a la clara voluntad del Partido Comunista Chino de modernizar su país rechazando el modelo democrático-liberal. En la actualidad, Asia es la región que crece más deprisa del mundo y durante esta década su economía llegará a superar a todas las demás juntas2.

El centro de gravedad, no solo cuantitativo, de la actividad humana se está desplazando hacia el este y el océano Pacífico ha sustituido al Atlántico como vía principal de intercambio comercial, devolviendo a Asia al lugar que ha ocupado durante la mayor parte de la historia. Por otra parte, Occidente, en su conjunto, está envejeciendo y perdiendo porcentaje de la población global. Únicamente EE. UU. presenta una razonable salud demográfica. En un mundo globalizado, la demografía está ganando peso geopolítico a pasos agigantados3.

La profunda crisis producida por la actual pandemia ha puesto además de relieve cómo las naciones más avanzadas del continente asiático han sabido reaccionar más rápido y con mejores resultados que los viejos líderes de Occidente, tomando el testigo de la excelencia, hasta fechas recientes monopolio de las naciones de raíz europea y reafirmándose como modelos propios y no solo como buenas imitaciones de las naciones que, en su día, fueron las potencias coloniales.

Esta desigual actuación, tan favorable para los asiáticos, está llevando a muchos intelectuales occidentales a hacer juicios severos respecto a sus propios Estados. Así, el historiador británico, Niall Ferguson, que en 2011 en su famoso libro “The West and the Rest” auguraba el imparable resurgir de Asia, «está siendo extremadamente crítico con los Gobiernos occidentales por su respuesta tardía, y en muchos casos incluso estúpida (en palabras del historiador), frente a la pandemia»4 y suele recordar cómo, en enero de este año, en la reunión de Davos, se sorprendió por la escasa atención que se prestó al peligro de una pandemia que se derivaba del brote chino del coronavirus y cómo toda la atención se dirigió al cambio climático y a la joven Greta Thunberg.

En la actualidad, el creciente enfrentamiento entre Washington y Pekín es, sin duda, la principal preocupación estratégica y el gran elemento que está reacomodando el orden internacional. Pero esta circunstancia no tendría una naturaleza tan revolucionaria y transformadora del orden geopolítico si no viniera acompañada del auge de Asia en su conjunto. Dentro de dos o tres décadas las grandes decisiones globales se tomarán probablemente en las capitales de dicho continente y no en las de Occidente, como ocurría hasta hace fechas muy recientes.

Este documento defiende que el ascenso de Asia supone una transformación gradual, pero profunda del panorama global, el vector de cambio geopolítico más importante a largo plazo, que la Trampa de Tucídides está acaparando una atención desproporcionada, apantallando parcialmente la relevancia del fenómeno asiático global, y que Occidente ya no puede pretender que el mundo se siga acomodando a sus criterios y su liderazgo. Mantener viejos planteamientos estratégicos aumentará las tensiones entre las potencias y solo hará que vivamos en un mundo más peligroso y que probablemente «el batacazo» final sea mayor.

Asia alcanza la mayoría de edad

Hasta el siglo XVI, con la llegada de los navegantes europeos a las costas de Asia, este continente era el centro de gravedad del mundo y actuaba como un sistema internacional por medio de intercambios económicos y culturales5. A partir de entonces, las naciones europeas dominaron los océanos y la innovación en prácticamente todos los ámbitos6, hasta llegar a enseñorearse de todos los continentes por medio de sus imperios coloniales. Las regiones de Asia empezaron a comerciar y a recibir mayor influencia de Europa que lo que estas regiones interactuaban entre sí.

A finales del siglo XIX, una nación asiática, Japón, entró en el club de las naciones industriales más desarrolladas. En la Segunda Guerra Mundial, EE. UU. la borró del mapa, pero pronto volvió a resurgir de la mano de Washington; la amenaza de las potencias comunistas así lo exigía. El fin del colonialismo y de la Guerra Fría ha permitido que la dependencia de Asia en relación con las potencias occidentales se haya revertido y ahora las regiones asiáticas comercian y se relacionan entre sí más de lo que lo hacen con Occidente. Desde 2016, el volumen de comercio intraasiático supera al del continente con el resto del mundo7. La pandemia del coronavirus, al impulsar una globalización más regionalizada, está reforzando aún más el sistema económico del gran espacio Indo-Pacífico, haciendo que dicho continente vaya reduciendo aún más su dependencia del exterior, con la excepción de la importación de materias primas que, lógicamente, no deja de crecer.

Este proceso ha ocurrido por sucesivas olas de desarrollo económico. La primera la protagonizó Japón entre los años 50 y 70 del siglo XX. En solo tres décadas, Japón superó a Alemania y se posicionó como la segunda economía del mundo. Después, en los años 70 y 80, inspirada por el ejemplo de Japón, vino la ola de desarrollo de los denominados «tigres asiáticos» (Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur). En las dos últimas décadas del siglo pasado, la tercera ola de desarrollo asiático permitió que China diera el gran salto. Los países ya desarrollados en las dos olas anteriores lo facilitaron enormemente gracias a su enorme impulso inversor. Ahora, desde principios de este siglo, los Estados del sur y Sudeste Asiático, con sus 2 500 millones de habitantes —un tercio de los habitantes del mundo, la población más joven del continente y países con un crecimiento económico muy alto (Tabla 1)— están inmersos en la cuarta ola de desarrollo8. Progresivamente, estas últimas regiones de Asia irán ganando protagonismo global.

Tabla 1

Las dos primeras olas tuvieron un impacto menor en la economía global porque la población de todas aquellas naciones juntas equivalía a dos tercios de la de EE. UU., sin embargo, la tercera —la de China, con un sexto de la población mundial— terminó generando en la primera década de este siglo un periodo sostenido de crecimiento global, así como un alza en el precio de las materias primas que afectó muy positivamente a las economías de las regiones exportadoras de estas mercancías, como Iberoamérica, África y Oriente Medio. Otro fenómeno que ha sido determinante en la configuración del orden globalizado, al convertirse el gigante asiático en la fábrica del mundo, ha sido la expansión de las cadenas de valor a nivel planetario. La mayoría
de las corrientes comerciales están ahora vinculadas a complejos procesos de producción, en los que las mercancías pueden cruzar varias veces las fronteras internacionales antes de llegar a su destino final en el mercado. El Banco Mundial estima que más de dos tercios del comercio total se produce a través de estas cadenas de valor mundiales que apoyan la producción transfronteriza9.

Todo ello ha contribuido a que el comercio mundial de mercancías haya aumentado del 16,7% del PIB mundial en 1960 al 46,1% en 2018. Incluyendo los servicios, el valor del comercio total ascendió a casi el 60% del PIB mundial en 2018. A medida que el mundo se ha ido integrando, la actividad económica se ha concentrado menos en América del Norte y Europa, mientras que los países de Asia oriental y meridional, especialmente China, representan una proporción cada vez mayor de la producción mundial. El porcentaje de EE. UU. en el PIB mundial cayó del 40% en 1960 al 24 % en 2019, mientras que en el caso de China se cuadruplicó, pasando del 4% al 17% en el mismo periodo de tiempo10.

La cuarta ola de desarrollo económico de Asia puede llegar a tener un impacto aun mayor que la anterior. No es solo la cuestión demográfica ya citada, al albergar dicha región uno de cada tres habitantes del planeta, con una población joven y en expansión. El gran proyecto chino de la Nueva Ruta de la Seda está movilizando allí unos recursos de toda índole sin precedentes y tejiendo una red de conectividad extraordinariamente dinamizadora. Para la Cuarta Revolución Industrial, el subcontinente indio cuenta con la ventaja de la excelencia de su población en los ámbitos matemáticos e informáticos. A medida que sus Estados mejoren en porcentajes de educación de calidad, la relevancia de dicha singularidad será cada vez mayor. Además, en la transformación tecnológica del mundo, las naciones más avanzadas de Asia ya dominan muchos de sus vectores clave, ofreciendo a los países menos desarrollados del continente modelos de imitación y éxito, a modo de una gran ósmosis asiática que con la regionalización de la nueva globalización se ve aún más favorecida.

La combinación de este crecimiento económico, con la estabilidad geopolítica y el pragmatismo tecnocrático característico de los Gobiernos asiáticos ha dado lugar a una nueva ambición propiamente asiática en relación con el orden global. Las naciones asiáticas ven su regreso al liderazgo de la historia como un destino natural y ya no aceptan la tutela de Occidente. Al contrario, tienen plena confianza en el potencial de sus pueblos y desean que sus Estados se rijan cada vez más por sus propias referencias civilizacionales, tomando de Occidente aquello que les conviene. En 2014, el presidente chino, Xi Jinping, declaró ante una reunión de líderes asiáticos en Shanghái: «Corresponde al pueblo de Asia manejar los asuntos de Asia, resolver los problemas de Asia y defender la seguridad de Asia». Sus vecinos temen el ascenso meteórico y las ambiciones de China, pero comparten el sentimiento de Xi. Los asiáticos quieren tener también parte en unas reglas de juego que, hasta ahora, han sido dictadas por potencias foráneas11. Por otra parte, no se puede ignorar que el orden internacional liberal basado en normas que hasta fechas recientes servía de referencia al ordenamiento internacional es un constructo occidental en todos sus aspectos.

Una ventaja añadida de las naciones asiáticas es que tienen mayor paciencia estratégica y miran con prioridad al largo plazo, mientras que las occidentales parecen presas de la inmediatez12. En Asia, se habla además de valores propiamente asiáticos: ética del trabajo, primacía de lo colectivo sobre lo individual, confianza en el Estado, gobernanza tecnocrática, capitalismo mixto y conservadurismo social, todo ello con un cierto paternalismo confuciano. Los valores justificarían enfoques distintos de las relaciones internacionales y marcarían las pautas en la hora de Asia.

El éxito obtenido en el combate contra la COVID-19 parece confirmar dicho punto de vista. Ciertamente, las naciones asiáticas han contado con la experiencia adquirida en las anteriores pandemias de SARS en 2003 y MERS en 2015 que les afectaron en mucha mayor medida que a los países occidentales13. Sin embargo, la diferencia apabullante en los datos de los muertos por cada millón de habitante en la crisis actual entre las naciones más avanzadas de ambos grupos de Estados —en Occidente: Bélgica 868, Reino Unido 704, España 597, Italia 583, Suecia 568 y EE. UU. 516; en Asia: India 36, Indonesia 23, Japón 9, Corea del Sur 6, Singapur 5 y China 314—, aunque haya que tomarlos con cierto escepticismo, ha reforzado la confianza en sí misma de las naciones asiáticas. Sus economías también parece que vayan a salir mejor paradas del shock provocado por esta pandemia. Francis Fukuyama argumenta que la crisis del coronavirus puede hacer que los países que refuercen su influencia y prestigio sean aquellos que se perciban como eficaces en la lucha contra la COVID-19, el tipo de régimen (democracia liberal o autoritarismo) importaría menos que la velocidad con la que se adoptan soluciones15.

Mientras Asia mira de frente al porvenir, las naciones occidentales dan claros signos de cansancio civilizacional. La gran nación estadounidense se está fracturando en dos almas contrapuestas y en la UE el proyecto originario se ha estancado; además del brexit, proliferan los partidos antieuropeos y los de los extremos del arco político. Por otra parte, sus sociedades se consumen en debates estériles, derribando estatuas y cuestionando hasta el absurdo lo divino y lo humano, en un acto de extrema rebeldía contra la naturaleza humana, pasando por alto las valiosísimas aportaciones de toda índole de las naciones de raíz europea a la historia universal. Todo ello desvía la atención del gran proceso de evolución geopolítica que alterará muchas de las premisas sobre las que hasta ahora se construía el mundo que conocemos.

El mundo gira cada vez más deprisa

Si no se produce un cataclismo que detenga la transformación del mundo, en un par de décadas este apenas se parecerá al actual: China será la nación con la mayor economía, según todos los indicadores, Asia se habrá convertido en el centro de gravedad de la actividad humana en su conjunto, la transformación tecnológica se habrá hecho más patente en Asia que en ningún otro continente; en resumen: como en el imaginario de Cristóbal Colón, las tierras monzónicas se habrán convertido de nuevo en sinónimo de riqueza y exuberancia vital sin igual.

La convergencia de estos tres grandes agentes de cambio geopolítico, cada uno de ellos de naturaleza revolucionaria: sustitución de EE. UU. por China como primera potencia global, desplazamiento del centro de gravedad del mundo de Occidente a Asia y Cuarta Revolución Industrial, hace que vivamos en un orden internacional de inspiración heraclitiana, donde la transformación permanente es la propia esencia del orden16. Pero, a diferencia de las anteriores reconfiguraciones del orden global, las producidas por las guerras mundiales, la caída del Muro de Berlín o el 11-S, esta vez no se trata de un cambio brusco, sino de un proceso gradual que debilita los mecanismos de reacción.

La actitud de Pekín, que muestra una postura cada vez más determinada en la persecución de sus objetivos geopolíticos, así como su clara negativa a aceptar el orden internacional liberal basado en normas de inspiración norteamericano, centra la atención estratégica de las potencias occidentales y hace que no se preste suficiente atención a toda la complejidad del panorama estratégico y que este se siga interpretando con una perspectiva centrada en Occidente. Que una potencia ceda a otra la posición de primacía en el Olimpo del poder mundial no deja de responder a los ciclos de la historia y antes o después tendrá que ocurrir. Ciertamente, esta circunstancia genera fuertes tensiones y empuja al enfrentamiento entre las partes implicadas, como indica Graham Alison, al referirse a la Trampa de Tucídides17. Pero lo esencial, como también propone el politólogo norteamericano, es evitar que dicha trampa se consuma.

Por otra parte, el ascenso de China tiene sus límites y no es previsible que vayamos a pasar de un mundo hegemónico estadounidense a uno chino, ni que Washington vaya a dejar de ser un centro de decisión estratégico de primer orden. EE. UU. seguirá siendo una gran potencia estratégica y económica, ya que cuenta con algunas ventajas no desdeñables: está situado entre los dos grandes océanos, el Atlántico y el Pacífico, que le dan seguridad, le permiten elegir sus alianzas y le facilitan acceso libre a las grandes rutas del comercio mundial. Es, en la actualidad, la primera economía e industria del mundo. Cuenta con un sector científico-tecnológico superior; tiene las Fuerzas Armadas más avanzadas, con una red de bases militares global; dispone de un amplio territorio nacional y es rica en recursos naturales.

Probablemente el panorama global evolucione hacia un sistema multipolar complejo y variable. No solo el mundo avanza en esa dirección, Asia, en particular, también. En esta década, la India superará en población a China tanto en cantidad total como, sobre todo, en proporción de ciudadanos en edad laboral y, si en la actualidad China cuenta con la ventaja demográfica respecto a los EE. UU. de cuatro a uno, a finales de este siglo esta podría reducirse a solo dos y medio, con una población china mucho más envejecida18.

El papel de la potencia norteamericana seguirá siendo determinante en el continente asiático, porque sigue siendo el Estado con la fuerza militar más potente desplegada en el espacio Indo-Pacífico y porque es esencial en el sistema de equilibrios regionales. Además, su presencia militar sigue siendo vital. Sin ella, Japón y Corea del Sur se verían obligados a contemplar el desarrollo del arma nuclear19.

Sin embargo, desde la perspectiva de la mayoría de las élites políticas y académicas asiáticas, el compromiso de Washington con Asia durante el mandato de Trump se está limitando principalmente a la península de Corea y China, quedando todo lo demás en un segundo plano. Al dar la espalda a la construcción de alianzas, ha debilitado el marco de gestión requerido para inhibir la escalada militar en Asia en un momento de complejas interacciones entre los sistemas de armas de alta gama. La confianza mutua y los entendimientos implícitos que unieron a los EE. UU. con sus aliados en Asia se han diluido seriamente20.

Respuesta estratégica

En algunas instancias de Washington y de las capitales aliadas se propone un gran frente de las democracias para oponerse a China, la potencia autoritaria. El campo de batalla sería principalmente de naturaleza económico-tecnológica. Este designio estratégico pretende continuar con la complicidad y a costa de las potencias asiáticas más favorables el liderazgo estratégico anglosajón del mundo. Para ello, se necesitaría la participación decidida de las democracias asiáticas y no parece que estas sean muy favorables. La mayoría de los Estados asiáticos no quiere que EE. UU. les arrastre a su enfrentamiento con China. Su continente sería el principal teatro de la contienda y sufriría las consecuencias más graves, poniendo en peligro el resurgir de Asia.
Lee Hsien Loong, primer ministro de Singapur, lo expresa de la siguiente manera:

“Asia ha prosperado porque desde el final de la Segunda Guerra Mundial la Pax Americana proporcionó un contexto estratégico favorable. Pero ahora, la problemática relación entre EE. UU. y China plantea profundas preguntas sobre el futuro de Asia y la forma del orden internacional emergente. Los países del sudeste asiático están especialmente preocupados, ya que viven en la intersección de los intereses de varias potencias importantes y deben evitar ser atrapados en el medio o forzados a tomar decisiones odiosas”21.

Por otra parte, mientras en el mundo crecen las tensiones geopolíticas y se debilitan los mecanismos multilaterales, las grandes preocupaciones que atenazan a la humanidad, como el desarrollo sostenible, el cambio climático o la seguridad sanitaria, requieren enfoques de entendimiento y colaboración que un mundo dividido en frentes antagónicos haría muy difícil.

En el futuro habrá que desarrollar estrategias de seguridad imaginativas y distintas que se vayan adaptando al rápido cambio del panorama geopolítico, que incluyan los puntos de vista de las potencias asiáticas y que fíen la contención de China a la pluralidad de potencias que de forma natural se asocian para hacer resistencia al hegemón regional emergente, buscando a la vez espacios de acuerdo para abordar los grandes retos de la agenda común. Ello requeriría una Europa fuerte que ahondara de verdad en su dimensión exterior y de seguridad, pero que dejara holgura a sus viejas naciones en lo interior para no encender aún más las pasiones nacionalistas. La relación con Moscú también es clave, porque si su vínculo con Pekín se debilita, China se verá obligada a moderar sus expectativas estratégicas.

Conclusiones

El panorama geopolítico global se está transformando por la convergencia de tres grandes revoluciones —la emergencia tanto de Asia como de China, su principal potencia, y la Cuarta Revolución Industrial— que sitúan a dicho continente cada vez más en el centro del devenir internacional. En un par de décadas el proceso se habrá consumado, pero al ser gradual no está generando la percepción de profundo cambio que de ello se deriva. No se trata únicamente del paso de un modelo internacional a otro, la transformación es la propia esencia de un orden global heraclitiano donde «todo cambia y nada permanece».

Las viejas inercias hacen que desde Occidente se quiera continuar con unas lógicas estratégicas ya superadas. Además, la rivalidad entre Washington y Pekín está ocultando, en parte, la trascendencia de los otros dos vectores de alteración del orden mundial. Sin embargo, en el gran continente asiático, que alberga a más de la mitad de la población del mundo, se es plenamente consciente de que ya le ha llegado su hora—o simplemente que después de cinco siglos se ha vuelto a la normalidad—, los mejores resultados frente a la crisis del coronavirus han confirmado a sus naciones que es tiempo de sacudirse la tutela de Occidente. La percepción de crisis de las sociedades de raíz europea también lo facilita.

Progresivamente, los valores y modelos occidentales dejarán de ser las únicas referencias globales. En los ámbitos de seguridad estamos viendo la emergencia de múltiples polos de poder con ambiciones propias. EE. UU. pasará de ser el gran árbitro a un actor más, sin duda de primerísimo orden, pero con una autoridad moral muy reducida. Los principales designios estratégicos se focalizarán en el gran espacio Indo- Pacífico, pero en la pluralidad del orden internacional habrá mucho margen para defender valores e intereses legítimos y preservar en lo posible el gran legado de Occidente.

Europa no debe quedar al margen de todo ello. Apostar por un gran frente de las democracias contra China, líder de las potencias autoritarias, es una apuesta muy peligrosa, además de perdedora; las naciones asiáticas no van a aceptar dicho juego: serían las grandes perjudicadas y tampoco desean perpetuar unas jerarquías establecidas en la era colonial.

Si la UE no profundiza seriamente su integración en materia exterior y de seguridad puede convertirse en un cero a la izquierda o en un «parque temático», como indica el ministro Josep Piqué22. En cualquier caso, hay que aceptar y adaptarse al nuevo liderazgo asiático en un orden multipolar complejo y variable donde el porvenir de la humanidad dependerá de la capacidad para preservar la paz y abordar los grandes retos comunes.

José Pardo de Santayana
Coronel de Artillería DEM Coordinador de Investigación del IEEE

Bibliografías y notas al pie de página:
1 - Munich Security Report 2020, Westlessness. Disponible en https://securityconference.org/assets/user_upload/MunichSecurityReport2020.pdf
2 - LEE, Hsien Loong. “The Endangered Asian Century. America, China, and the Perils of Confrontation”,
Foreign Affairs, julio/agosto de 2020.
3 - EBERSTADT, Nicholas. “With Great Demographics Comes Great Power. Why Population Will Drive Geopolitics”, Foreign Affairs, julio/agosto de 2019.

4 - FERGUSON,    Niall. Entrevista     en El    País, 2 de agosto de 2020. Disponible en: https://elpais.com/ideas/2020-08-01/niall-ferguson-la-segunda-guerra-fria-ha-llegado-para-quedarse.html
5 - KHANNA, Parag. The Future is Asian: Commerce, Conflict and Culture in the 21st Century, Simon & Schuster, 2019.
6 - PARDO DE SANTAYANA, José. ¿Qué mundo es el que se acaba? Documento de Análisis IEEE 23/2019, 4 de septiembre de 2019. Disponible en: http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_analisis/2019/DIEEEA23_2019JOSPAR_mundo.pdf
7 - KHANNA, Parag. The Future is Asian: Commerce, Conflict and Culture in the 21st Century, Simon & Schuster, 2019.
8 - Ibidem.
9 - GERSTEL, Dylan, SEGAL, Stephanie. Allied Economic Forum, Lessons Learned. CSIS Brief, agosto de 2020, pp. 2. Disponible en: file:///C:/Users/Jose/Downloads/200805_Economics_AlliedForum_v5_FINAL.pdf
10 - Ibidem, pp. 2 y 3.
11 - PARDO DE SANTAYANA, José. Geopolítica de Asia, el nuevo centro de gravedad del mundo. Panorama Estratégico 2020, IEEE, marzo de 2020, p. 135. Disponible en http://www.ieee.es/Galerias/fichero/panoramas/Panorama_Estrategico_2020.pdf
12 - ROJAS, Enrique. Tener perspectiva. Tercera de ABC, 1 de agosto de 2020.
13 - What's Happening with South Korea's Pandemic Response. CSIS video. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=QW0Q8cSBpUA
14 - El País, La crisis del coronavirus, situación global. Consultado el 15 de agosto. Disponible en: https://elpais.com/sociedad/2020/06/29/actualidad/1593428011_709853.html?rel=friso-portada
 15 - FUKUYAMA, Francis. “The Thing That Determines a Country’s Resistance to the Coronavirus”, The Atlantic, 30 de marzo de 2020. Disponible en: https://www.theatlantic.com/ideas/archive/2020/03/thing- determines-how-well-countries-respond-coronavirus/609025
 16 - PARDO DE SANTAYANA, José. La revolución de Heráclito, todo fluye y nada permanece en el orden global multipolar. Documento de Análisis 05/2020 IEEE, 26 de febrero de 2020. Disponible en: http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_analisis/2020/DIEEEA05_2020JOSPAR_multipolar.pdf
17 - ALISON, Graham. “The Thucydides Trap: Are the U. S. and China Headed for War? The Altlantic, 24 de septiembre de 2015. Disponible en: https://www.theatlantic.com/international/archive/2015/09/united- states-china-war-thucydides-trap/406756
18 - EBERSTADT, Nicholas. “With Great Demographics Comes Great Power. Why Population Will Drive Geopolitics”, Foreign Affairs, julio/agosto de 2019.
19 - LEE, Hsien Loong. “The Endangered Asian Century. America, China, and the Perils of Confrontation”,
Foreign Affairs, julio/agosto de 2020.
20 - KAPLAN, Robert. “Asia’s Coming Era of Unpredictability”, Foreign Policy, 1 de septiembre de 2019. Disponible en: https://foreignpolicy.com/2019/09/01/asias-coming-era-of-unpredictability
21 - LEE, Hsien Loong. “The Endangered Asian Century. America, China, and the Perils of Confrontation”,
Foreign Affairs, julio/agosto de 2020.
 

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