Doha mantiene sus objetivos en la región, pero apuesta por el pragmatismo tras limar asperezas con sus vecinos del Golfo

Qatar pone a prueba en Túnez su nueva estrategia para el norte de África

photo_camera PHOTO/TUNISIAN PRESIDENCY - El presidente de Túnez, Kais Saied, recibe al viceministro catarí de Exteriores para Asuntos Regionales, Mohammed Al Khulaifi

La Primavera Árabe puso a competir a los países del Golfo por ganar peso e influencia a escala regional. El embate revolucionario que sometió en cuestión de semanas al Túnez de Ben Ali, a la Libia de Gadafi o al Egipto de Mubarak no tardó en sufrir las interferencias provenientes de Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos o Qatar, que buscaban fortalecer a sus aliados internos aprovechando el caos reinante en un área estratégica por sus recursos energéticos y sus interminables conexiones con el África subsahariana, Europa y el Mediterráneo. 

Mientras Riad y Abu Dabi centraron su acción exterior en detener el avance político de los movimientos islamistas, que pronto se hicieron fuertes en países como Túnez o Egipto, con el argumento de alejar la amenaza terrorista de sus regímenes, Doha tomó el camino opuesto y decidió respaldar en su ascenso al poder a las diversas franquicias locales de los Hermanos Musulmanes, con los que mantenía vínculos anteriores a la revolución. La estrategia le enemistó con sus vecinos del Golfo. En 2017, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Egipto y Bahréin impusieron a Qatar un bloqueo por tierra, mar y aire entre acusaciones por promocionar el terrorismo. 

La firma en enero de 2021 de la Declaración de Al-Ula puso fin a la crisis entre Doha y el cuarteto del bloqueo. Una década después del estallido de la Primavera Árabe, las tensiones en el Golfo comenzaban a remitir en vista de la ineficacia del cerco sobre la pujante economía catarí y gracias, en parte, a las continuadas presiones diplomáticas de Estados Unidos a Arabia Saudí, que lideraba de facto el bloqueo contra su vecino y principal competidor. Sin embargo, la rivalidad en el Golfo sigue latente. Y es que, a diferencia de Abu Dabi o El Cairo, Riad no ha rehabilitado por completo sus relaciones Doha

Kais Saied Qatar

El acercamiento, eso sí, ha acabado moldeando la política exterior de los países del Golfo, en especial la de Qatar, una realidad que ha quedado expuesta en el norte de África. En esta región, Doha ha dejado de mostrar interés en reavivar las tensiones ideológicas previas con Riad y Abu Dabi acerca del islam político. Es cierto que la caída de los movimientos islamistas en Egipto y Túnez ha influido en su nueva hoja de ruta, pero, de un tiempo a esta parte, los planes de las autoridades cataríes se centran en convertir a Doha en una plataforma regional para el diálogo y la resolución de conflictos. Sirven como precedente las negociaciones entre la Administración Trump y los talibanes afganos o las del régimen chadiano de Mahamat Kaka Déby con la oposición, ambas celebradas en la capital qatarí. 

Pero esta nueva posición no es incompatible con la adopción de una nueva estrategia exterior. De hecho, Qatar traza a marchas forzadas un nuevo plan para mantener y ampliar su influencia en el Norte de África, esta vez sin el apoyo desde el poder de actores próximos en términos ideológicos. En lugar de apoyarse en las organizaciones habituales de corte salafista, el Emirato busca adaptar su acción a la realidad política que atraviesa cada país de la región, desde Marruecos hasta Egipto, pasando por Argelia y Túnez. Es decir, apostar por la realpolitik

Apaciguar a Saied 

El emir de Qatar, Tamim bin Hamad Al Thani, llamó el lunes al presidente tunecino Kais Saied en mitad de las protestas contra su Gobierno. La UGTT, el sindicato mayoritario del país, había tomado las calles el domingo ante la incapacidad de Saied de frenar la acuciante crisis económica y el visible retroceso de los derechos civiles. La manifestación coincidió con una campaña de detenciones contra figuras de la oposición al presidente, en la que están implicados especialmente activistas y antiguos políticos de la órbita del partido islamista Ennahda, un movimiento inspirado en los Hermanos Musulmanes y vinculado a los intereses de Turquía y Qatar. 

El Amiri Diwan, la oficina administrativa del emir de Qatar, recogió en un escueto comunicado que ambos dirigentes “hablaron de los lazos bilaterales y de la evolución de la región”, sin aportar más detalles. Horas antes de la conversación telefónica, Saied había recibido en el Palacio Presidencial al viceministro catarí de Exteriores para Asuntos Regionales, Mohammed Al Khulaifi. Doha no se ha posicionado abiertamente sobre la crisis política en Túnez tras el autogolpe de Saied en julio de 2021, sino que se ha limitado a llamar al diálogo a las partes. 

Al Thani, sin embargo, se ha comprometido personalmente con Saied a inyectar fondos en las empobrecidas arcas del Estado tunecino. “Nuestro país está dispuesto a dar un nuevo impulso a las relaciones de intercambio, inversión y asociación con Qatar, especialmente a través de la implementación de acuerdos bilaterales, así como la finalización de proyectos de inversión y desarrollo en Túnez en sectores de interés mutuo”, respondió la Presidencia tunecina. Y es que, después de Francia, Qatar es el segundo inversor en el país, concretamente en el sector inmobiliario, las infraestructuras, el turismo, los medios de comunicación o el sector petroquímico, entre otros. 

Qatar parece haberse olvidado de Ennahda. La reciente oleada de detenciones de Saied contra varios antiguos cuadros de la formación islamista ni siquiera ha motivado una condena en firme por parte de Doha, sino todo lo contrario. Más prebendas para un líder de corte autoritario que ha enfocado su acción política en la persecución de la corrupción y el islamismo político en el país, que históricamente ha representado el llamado partido del Renacimiento. Aunque la prensa catarí echa en cara al presidente el allanamiento de las oficinas de la emisora Al Jazeera, propiedad de la familia Al Thani, por parte de sus fuerzas de seguridad tunecinas en julio de 2021, días después del golpe de mano de Saied. 

Kais Saied Qatar

Qatar parece estar reproduciendo en Túnez el mismo modus operandi que ha seguido en Egipto, donde no ha mostrado ninguna intención de resolver la delicada situación de los Hermanos Musulmanes tras la reconciliación diplomática con El Cairo. La técnica de apaciguamiento de Doha sobre el presidente Abdel Fattah El Sisi no ha forzado ningún avance en esta línea. Es más, los Hermanos Musulmanes atraviesan su momento de mayor debilidad en décadas. Y las inversiones cataríes no han dejado de aumentar en los últimos meses. 

El expediente del Sáhara Occidental 

El dosier del Sáhara condiciona las relaciones de Qatar con Marruecos y Argelia. El embajador de Doha ante las Naciones Unidas, Abdulrahman bin Abdulaziz Al Thani, matizó en octubre su respaldo a la propuesta de autonomía bajo soberanía marroquí presentada por Rabat, la cual describió como “una base objetiva para cualquier solución realista y sostenible a este problema”. Por eso, a pesar del retroceso del islamismo político en Marruecos tras las elecciones de septiembre de 2021, en las que el Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD) perdió más de un centenar de escaños y el liderazgo del Gobierno, Qatar ha mantenido el volumen de inversiones en el país. 

Aunque el punto álgido de la influencia catarí coincidió con el dominio político del PJD, este “se reflejó quizá más claramente cuando en 2017 Marruecos adoptó una posición neutral frente al bloqueo de Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí contra Qatar e incluso envió a Doha cargamentos de alimentos por vía aérea”, recuerdan los analistas Karim Mezran y Sabina Henneberg en Newlines Institute. Sin embargo, la diplomacia marroquí no está conforme con el posicionamiento de Doha sobre el expediente del Sáhara. Rabat no lo considera tan explícito como le gustaría. 

Nasser Bourita

A diferencia de Marruecos, Argelia nunca ha estrechado relaciones con las monarquías del Golfo. La política exterior argelina ha tendido históricamente hacia el no alineamiento, pero la aparente cercanía entre Doha y Argel genera desconfianza en Rabat. Al Thani y el presidente argelino, Abdelmadjid Tebboune, mantienen contactos de forma regular, y el país del Golfo ha anunciado recientemente una serie de proyectos de inversión en Argelia, enfocados en el sector turístico. De forma simultánea, Qatar cuida las relaciones con el jefe del Estado Mayor del Ejército, Saïd Chengriha, el hombre fuerte del país y el encargado de tensionar las relaciones con Marruecos. De hecho, su homólogo catarí, el teniente general Salem Salem bin Hamad bin Aqeel Al Nabit, se ha reunido con él esta semana en Argel. 

Libia, caso aparte 

“Los países del Golfo desempeñaron un papel importante en la caída de Gadafi. A diferencia de las movilizaciones en Egipto o Túnez, en Libia hubo una convergencia casi total. La animadversión hacia Gadafi fue una de las pocas cosas en las que coincidieron todas las capitales árabes del Golfo”, destaca el analista Eduard Soler i Lecha en las páginas del Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMed). Doha remó en la misma dirección que Abu Dabi en este escenario, pero pronto empezaron a emerger las diferencias. Los países del Golfo formaron, equiparon y armaron a distintos grupos rebeldes, lo que les condujo a respaldar a facciones enfrentadas. Este suceso sentó las bases de su dilatada rivalidad en 2014. 

“Varios países árabes han acusado a Qatar de financiar grupos incluidos en listas de organizaciones terroristas, como Ansar al-Sharia y las Brigadas de Defensa de Bengasi. Doha ha negado las acusaciones. En cambio, su apoyo al Gobierno de Trípoli y a grupos vinculados a los Hermanos Musulmanes es un hecho probado”, subraya Soler i Lecha. “En 2014 se produjo el descarrilamiento de la transición y el inicio de la segunda fase del conflicto Tras las elecciones del 25 de junio, surgieron dos centros de poder: Trípoli y Tobruk, apoyados por Qatar y Emiratos, respectivamente. No fueron los únicos actores regionales que tomaron partido, pero sí de los más influyentes”. A partir de ese momento, la intervención de Qatar empieza a reducirse de forma considerable.  

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“Aunque ni los objetivos de Qatar ni los de Emiratos Árabes Unidos han cambiado en el Magreb, desde 2011 ambos han transformado sus compromisos en una diplomacia más pragmática”, condensan los analistas Karim Mezran y Sabina Henneberg. “Pretenden impulsar su influencia regional al tiempo que protegen sus propios regímenes. Las formas y los niveles de intervención del Golfo en el Magreb varían a lo largo del tiempo, pero siempre son en interés de los Estados del Golfo, no del Magreb”.