Era la ciudad dormitorio más grande de Ucrania antes de que comenzara la guerra, ahora tan sólo quedan allí el 5 por ciento de sus residentes, que sobreviven bajo los incesantes bombardeos sin electricidad ni agua

Saltivka, el distrito fantasma de Járkiv

PHOTO/María Senovilla - El distrito de Saltivka (Járkiv) reducido a escombros por los bombardeos diarios de las tropas rusas que asedian la ciudad desde que empezó la guerra de Ucrania

María Senovilla desde Saltivka,(Ucrania)

El eco de los cristales, que crujen al caminar sobre ellos, y el zumbido de las moscas que sale del interior de los portales sólo dejan de escucharse cuando un nuevo bombardeo sacude las calles. Es el sonido de una ciudad fantasma. Cristales rotos, moscas y explosiones. La misma banda sonora una calle tras otra, todas reducidas a escombros por los cohetes rusos que no dejan de caer sobre la ciudad dormitorio más grande de Ucrania.

De las casi 800.000 personas que vivían en Saltivka, quedan menos del 5 por ciento. En su mayoría son personas mayores, y se niegan a ser evacuadas. Sobreviven sin electricidad, ni agua corriente, ni gas, ni supermercados, ni farmacias, ni ningún otro servicio. 

Para cocinar, parten leña de los árboles que antes daban sombra en las calles y jardines. El agua la recogen de una fuente. Y dependen de los pocos voluntarios que se atreven a entrar en el distrito –pertrechados con cascos y chalecos antibalas– para llevar comida y medicamentos. Ya ni siquiera entran los bomberos a sofocar las llamas tras los bombardeos, que siguen engullendo un edificio tras otro desde que empezó la guerra.

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EL MERCADO MÁS GRANDE DE EUROPA

No hay ni una sola fachada intacta en Saltivka. En todas ellas pueden verse socavones y boquetes, y la mayoría están quemadas por los incendios que provocan los bombardeos. A través de los cristales rotos de los bajos se ven incluso mesas con los platos puestos, y tendederos con la ropa aún colgada. Como si el reloj se hubiera detenido cuando las familias que vivían ahí salieron corriendo.

En este distrito vivía un tercio de la población de Járkiv. Se concibió en los años 60 como un barrio residencial al estilo soviético, con viviendas modestas de varias plantas y buena comunicación hasta las zonas industriales de la ciudad. Pero en las últimas décadas, los modernos rascacielos y edificios de más de quince plantas se fueron intercalando con centros comerciales, zonas ajardinadas, colegios e institutos de enseñanza secundaria. 

Aquí se encuentra también el mercado más grande de Europa. O mejor dicho, se encontraba. Porque durante la tercera semana de la guerra fue reducido a cenizas por el Ejército de Vladimir Putin.  

El mercado de Barabashov era uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad. Llevaba el nombre del también emblemático astrónomo Nikolai Barabashov, rector de la Universidad de Járkiv y director del Observatorio desde los años treinta, y célebre por publicar las primeras imágenes de la cara oculta de la Luna en 1961.

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Este mercado tenía una superficie de 300.000 metros cuadrados, en los que se podía comprar casi cualquier cosa, hasta que los cohetes acabaron con todo. Fue un doble ataque. Cuando los bomberos estaban apagando el inmenso incendio que se desató tras el primer bombardeo, las tropas rusas volvieron a disparar. Murieron 21 personas y otras 25 resultaron heridas. Fue uno de los ataques más sangrientos que se han registrado en la región.

Después de ese día, cerraron todos los supermercados y farmacias que quedaban abiertos en Saltivka. Y el éxodo de residentes fue casi total. La ciudad dormitorio más grande de Ucrania se convirtió en una enorme ciudad fantasma. 

LA RESISTENCIA 

Las pocas personas que asoman de vez en cuando entre los edificios –sobre todo ancianos– preguntan a todos los que ven si tienen ayuda humanitaria para ellos. Es desgarrador. Los víveres que consiguen llevar las asociaciones de voluntarios no son suficientes. 

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Además, hay días en los que el ejército no les permite acceder a determinados barrios del distrito por la intensidad de los bombardeos. Y no pueden repartir ni las medicinas ni la comida. Ni siquiera los paramédicos entran con regularidad.

Tatiana y Leonid son parte de ese 5 por ciento de residentes que no han  querido irse. Tienen 64 y 72 años, y viven en Saltivka desde 1988. A la pregunta de “¿por qué no se han marchado?”, responden a Atalayar que no dejan su casa simplemente porque “no tenemos otro sitio a dónde ir; este es nuestro único hogar”.

Lograron mandar a sus hijos al extranjero cuando comenzó la invasión, pero ellos decidieron no acompañarles porque “somos demasiado viejos para eso, no pintamos nada y nadie nos necesita allí”. Leonid habla del tema con una sonrisa cercana en los labios, pero tiene los ojos vidriosos mientras las palabras salen de su boca.

Cada noche duermen en el sótano de su edificio, un edificio en el que sólo quedan cuatro personas. Es un sótano húmedo, de techos extremadamente bajos, lo que obliga a moverse por el espacio agachado. En una parte, que usan a modo de cocina, tienen un hornillo; en el otro lado, tres camastros. 

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Antes de despedirse de Atalayar, el matrimonio nos muestra un cubo lleno de fragmentos de proyectiles rusos que han recogido de su barrio. Lo tienen junto a los bidones de agua que apilan en la entrada del sótano/refugio, y que utilizan para cocinar y para asearse. 

UN COMBATE SIN TREGUA

En la zona norte de Saltivka la situación es aún peor. La lluvia constante de cohetes hace impracticable la vida allí. En una hora se pueden escuchar cuatro o cinco detonaciones. Ni siquiera las tropas ucranianas luchan en esta parte de Járkiv; ellos han instalado sus trincheras varios kilómetros por detrás, dejando el norte del distrito entre el fuego cruzado de unos y otros.

Hay varios accesos cortados por la presencia de minas, y hay que dar un rodeo hasta encontrar una vía de acceso transitable. Y es que, durante los primeros días de la guerra, aquí también se produjeron combates terrestres. Una unidad de las fuerzas especiales rusa logró traspasar Saltivka y llegar hasta la zona centro de Járkiv.

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Allí se atrincheraron en la Escuela 134, donde fueron abatidos por las Fuerzas Armadas Ucranianas. En las tres horas que duró el combate, el colegio fue prácticamente pulverizado. Sólo quedó el esqueleto de la fachada y un montón de cenizas. Y los veinte soldados rusos de las fuerzas especiales murieron.

Pero las cicatrices que va dejando esta guerra en Járkiv siguen vivas. Tras el intento fallido de tomar la ciudad el pasado 24 de febrero, el asedio ha continuado sin dar tregua. Se registran nuevos bombardeos todos los días, varias veces al día. Y no sólo en Saltivka, también en la zona centro de la capital.

Allí, en la zona centro, aún se ve a sus residentes intentando hacer algo de vida. Aunque las calles están extrañamente vacías y el escaso tráfico es impropio de una gran ciudad. La mayoría de los que se han quedado no puede trabajar, porque todo está cerrado a excepción de los supermercados y farmacias. Y la sombra de Saltivka está muy presente, igual que el goteo de muertos que se siguen produciendo a consecuencia de los bombardeos rusos.

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