Hollande frenó ‘in extremis’ la caída del Estado maliense en manos de los insurgentes. Una década después la crisis en Bamako se ha extendido al resto de capitales del Sahel

Se cumplen 10 años de la intervención militar de Francia en Mali

photo_camera AFP/ETAT MAJOR DES ARMEES - Soldados de la misión militar francesa en el Sahel conocida como "Barkhane" doblando una bandera francesa en una instalación militar no revelada, en medio de la retirada militar francesa con tropas que abandonan las últimas bases en Malí

Un día como hoy hace 10 años, las tropas francesas irrumpían en Mali. El entonces inquilino del Elíseo, François Hollande, se dirigía a la nación y la comunidad internacional para notificar que, a petición del presidente interino de Mali, Diocunda Traoré, y “en cumplimiento de la Carta de las Naciones Unidas”, Francia se había comprometido a apoyar a las Fuerzas Armadas malienses “frente a la agresión terrorista que amenaza a toda África Occidental”. Una década después, aquella operación militar in extremis, que fue recibida con vítores y una extendida sensación de alivio, ha acabado agudizando la crisis de un país y, por extensión, de una región que sigue sin levantar cabeza. 

En todo este tiempo, Mali ha vivido una revolución separatista tuareg, la expansión y consolidación del yihadismo, el estallido continuo de brotes de violencia comunitaria y, como resultado, hasta tres golpes de Estado, el más reciente en mayo de 2021. El general Assimi Goïta, protagonista de la asonada previa, ejecutada nueve meses antes, volvía a dirigir el putsch, en esta ocasión contra el Gobierno de transición que había encarrilado precisamente la junta militar encabezada por él. Hoy, una década después de la intervención, la misma cuestión sobrevuela el ambiente: ¿cuál ha sido la responsabilidad de Francia en todo esto? 

Hollande actúa 

“Malí se enfrenta a un asalto de elementos terroristas procedentes del norte, cuya brutalidad y fanatismo son conocidos en todo el mundo”, declaró el siempre indeciso Hollande. El expresidente esperó hasta el último momento para mover ficha. Las constantes presiones del estamento de Defensa no hicieron mella en el líder socialista, que pospuso todo lo posible la decisión. No respondió ante el avance vertiginoso de los separatistas tuareg y los insurgentes islamistas por el norte de Mali; tampoco cuando tomaron dos tercios del país ni cuando impusieron una estricta interpretación de la sharía en las zonas bajo su control. Reaccionó a destiempo, después la caída de la ciudad de Konna, un enclave estratégico en el centro de Mali.

Francois Hollande

El oleaje de las Primaveras Árabes y el derrocamiento de Gadafi en Libia habían traído consigo el mayor reto secesionista en la historia del Estado maliense. La descomposición de la Yamahiriya propició el regreso de centenares de rebeldes tuareg que habían servido como guardia del excéntrico dictador, provistos de grandes cantidades de armamento saqueado. Alistados al Movimiento Nacional de Liberación del Azawad (MNLA) y en alianza con grupos yihadistas como Ansar al-Din y Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), declararon la independencia y lanzaron una campaña de insurgencia contra el frágil Ejército maliense. 

Desde la declaración de intenciones de los rebeldes hasta la intervención militar francesa transcurrió casi un año. Hollande argumentó que la existencia de Mali como Estado estaba amenazada, expresó la necesidad de proteger a su propia población y a los 6.000 ciudadanos franceses que residían en el país. Desde el principio, el expresidente francés pretendía desplegar una intervención rápida y quirúrgica que orillase a los insurgentes y “recuperase la integridad territorial” de Mali. Estabilizar el país y ganar tiempo para facilitar la llegada de ayuda internacional. 

El prestigioso escritor maliense Manthia Diawara sintió la intervención “como una dosis de realismo que había que tomar con mucha humillación, incluso vergüenza, porque creía que mi país era diferente de los que yo consideraba repúblicas bananeras, donde Occidente siempre tiene que venir a ayudar, donde el pueblo, al ver llegar a los soldados blancos, se regodea como niños al ver a Papá Noel”. Precisamente así recibieron sus compatriotas a los primeros soldados franceses, a los que percibían como libertadores después de las atrocidades de los insurgentes. 

Emmanuel Macron

Pero el plan de Hollande se truncó. La denominada operación Serval acabó ramificándose y dando pie a Barkhane, una misión a escala regional que se extiende aún en la actualidad por varios países del Sahel e involucraba a sus aliados. París gastó en esta última una cantidad de 2.000 millones de euros, cuatro veces más que la cantidad anual de ayuda humanitaria destinada a los países de la zona. Más de 600 millones anuales, según fuentes oficiales. Eso sin tener en cuenta los gastos civiles o de mantenimiento de las bases permanentes. 

La falta de avances concretos en la lucha antiterrorista provocó que Mali se convirtiera para Francia en una versión desértica de lo que para Estados Unidos supuso Vietnam o Afganistán. Un atolladero del que es imposible salir ileso. Miles de soldados malienses y 60 franceses han perdido la vida. Lejos de detenerse, la insurgencia yihadista se ha extendido no solo por Mali, sino también por sus vecinos regionales. Los grupos islamistas siguen engrosando sus filas con jóvenes de las zonas rurales. En las áreas marginadas por el Estado encuentran su caladero. El proceso ha ido adquiriendo complejidades. No es fácil distinguir entre un rebelde, un yihadista o un simple aldeano. 

Inseguridad latente y ruptura diplomática 

La creciente inseguridad y la ineficacia de las tropas francesas, alejadas de la población civil y recluidas en sus búnkeres, espolearon el descontento entre la población local. Finalmente, las protestas multitudinarias contra el impopular Gobierno de Ibrahim Boubacar Keïta, alias IBK, considerado como un estrecho aliado de Francia, desembocaron en el primer golpe de Estado del general Goïta. Los militares que tomaron el poder se volvieron rápidamente contra Francia, señalada además por su historial colonial, y, en concreto, con el presidente en ejercicio, Emmanuel Macron, incapaz de gestionar una crisis diplomática que se saldó con la expulsión de su embajador y la posterior ruptura de las relaciones bilaterales. 

Francia Mali

En febrero de 2022, el Elíseo anunció la retirada definitiva de las tropas de Mali ante la escalada de tensiones con Bamako, una decisión que se haría efectiva a mediados de agosto. Un lunes por la tarde, la última unidad de la Operación Barkhane establecida en la base de Gao dejaba atrás el país en dirección Níger, desde donde dirige ahora su misión antiterrorista. El recinto militar era rápidamente traspasado al Grupo Wagner, la compañía militar privada vinculada a los intereses del Kremlin. Meses antes, Rusia había hecho efectiva su irrupción militar en el Sahel a través de los mercenarios dirigidos por el oligarca Yevgeny Prigozhin. 

Los analistas coinciden casi por unanimidad en que el principal error fue intentar resolver una crisis poliédrica, causada por múltiples factores que habían echado raíces en las distintas sociedades sahelianas, por la vía militar. Algo en lo que, por cierto, los uniformados de Bamako están insistiendo de la mano de los efectivos de Wagner, implicados en numerosas violaciones de los derechos humanos en Mali y en otras latitudes de África. 

“Si Barkhane hubiera sido un fracaso, los yihadistas se habrían apoderado de varias ciudades del norte y finalmente de Bamako”, sostuvo el exembajador de Francia en Mali, Nicolas Normand, en una entrevista con Atalayar. “Se evitó la derrota, pero la victoria es imposible sin que las autoridades malienses actúen para ocupar y administrar los territorios liberados de los yihadistas, que luego pueden volver, y sin que se aborden las causas del mal: regiones y poblaciones abandonadas por el poder en Bamako, jóvenes en ascenso sin formación y con un futuro bloqueado en relación con la explosión demográfica. En este contexto, la radicalización de una parte de la juventud es inevitable”. 

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