La zona controlada por la oposición siria sólo habría recibido una ayuda mínima de la ONU por el único paso en Bab Al-Hawa, asistiendo a tan sólo un 5% de los afectados por el terremoto

Siria abrirá cruces fronterizos para facilitar la ayuda humanitaria

AFP/RAMI AL SAYED - Cruce de Bab al-Salame en la ciudad fronteriza de Azaz en el norte de la provincia de Alepo, controlada por los rebeldes

Siete días después del seísmo, el Gobierno de Bashar al-Assad aceptar abrir temporalmente dos cruces fronterizos adicionales entre Turquía y la zona del noroeste del país bajo control de la oposición. Un tiempo de espera que se ha saldado con más de 4.500 muertos y decenas de miles de heridos. Llega la ayuda humanitaria al noroeste de Siria, pero no la ofrecida por los socios de al-Assad. 

La apertura de los puntos de cruce de Bab Al-Salam y Al Ra’cee desde Turquía le ha costado a la ONU intensos llamados internacionales para hacerlo y una reunión desesperada con el presidente sirio para hacer llegar la ayuda a millones de víctimas del terremoto. El jefe humanitario de la ONU, Martin Griffiths, comunicó la apertura por tres meses de los dos cruces fronterizos después de una cita a puerta cerrada con al-Assad en Damasco. Un triunfo que fue celebrado por la comunidad internacional y por el propio Consejo de Seguridad de la organización: “A medida que el número de víctimas del terremoto del 6 de febrero sigue aumentando, la entrega de suministros alimentarios, de salud, nutrición, protección, refugio para el invierno y otros productos vitales a los millones de afectados es de máxima urgencia”, defendió Antonio Guterres, secretario general de la ONU.

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Sin embargo, la ayuda llega tarde y se cobra con vidas. Griffiths ya se lamentó de ello al decir que le ha fallado a la gente del noroeste de Siria que “busca ayuda internacional que no ha llegado”. A pesar de que la ONU sólo estaba autorizada a usar el único paso de Bab al Hawa, los Cascos Blancos, el grupo de rescatistas voluntarios de esta región opositora, ha denunciado que no ha recibido la ayuda de Naciones Unidas y que la poca que ha llegado sólo ha cubierto las necesidades de un 5% de la población afectada en la región y no incluía material necesario para el rescate de las víctimas. “La burocracia de la ONU participó en la matanza del pueblo sirio”, sentenciaba el líder del grupo de rescatistas, Raed Saleh. 

Pero la situación es complicada, y más para un país y una región que lleva sufriendo los estragos de una guerra civil durante doce años. En la zona hay más de cuatro millones de desplazados – que ya dependían de la ayuda humanitaria antes del seísmo – y más de un millón estaban hacinados en campos de refugiados, según los datos de la ONU. Las estructuras de muchas viviendas ya estaban dañadas por los continuos bombardeos de la guerra y el seísmo de 7,8 grados en la escala Ritcher terminaron por derribarlos del todo.

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Doce años de conflicto en los que precisamente esta ayuda humanitaria ha sido un arma de guerra importante para Bashar al-Assad al impedir que llegase al noroeste del país. Una situación que obligó a la ONU a establecer en 2014 el cruce directo de Bab al Hawa para la entrega directa de la ayuda sin contar con el beneplácito del Ejecutivo sirio, y aunque la organización ha reclamado más accesos desde hace años, al-Assad se los ha negado todos hasta ahora. 

A pesar del tiempo transcurrido, esta ayuda humanitaria sigue siendo un arma más para al Assad. En sus primeras declaraciones tras el terremoto, el presidente sirio pidió a Occidente que levante las sanciones impuestas desde 2011 para poder así hacer frente a la catástrofe. Sin embargo, ni la Unión Europea ni Estados Unidos han cedido al chantaje y afirmaron que las sanciones impuestas no entorpecerían el envío de ayuda.

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Mientras tanto, a la zona controlada por el Gobierno sirio sí llegan ayudas, aunque no comparable con las que ha recibido Turquía desde que el seísmo sacudió la zona oriental del país. Rusia, China, Irán y varios países árabes, socios todos de Damasco, han acudido a participar en labores de rescate en Latakia, Alepo y Hama. Las vidas, para Bashar al Assad, si son opositoras no valen nada. 

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