Atalayar accede al interior de las centrales bombardeadas por el Kremlin para ver cómo reparan contra reloj la infraestructura eléctrica de Ucrania antes de que lleguen las temperaturas bajo cero

Un ejército de operarios eléctricos lucha contra Putin en la ciudad de Járkiv

ATALAYAR/MARÍA SENOVILLA - Un trabajador de una central térmica de Járkiv bombardeada por el Ejército ruso

La sierra eléctrica no para de lanzar motas incandescentes alrededor del operario que está reparando un sistema de tuberías. Con el sonido agudo de la sierra taladrando los oídos, otro trabajador se ocupa de ajustar las juntas. Dos más suben las escaleras que conducen a la planta superior, y otro, más mayor, les va dando instrucciones. Están terminando de ensamblar el circuito que pondrá en marcha las nuevas calderas de una central térmica que fue bombardeada por Putin a las afueras de Járkiv.

En dos semanas, Rusia ha destruido más del 30 por ciento de la infraestructura que suministra electricidad y calefacción a todo el país. Y los ataques continúan mientras se escriben estas líneas. Sin embargo, la respuesta de los irreductibles ucranianos ha sido –una vez más– sacar pecho y luchar.

Pero la lucha esta vez no es en el campo de batalla, con soldados pertrechados con kaláshnikov y lanzacohetes; esta vez es un combate a pie de calle, con operarios armados con kilómetros de cables, sierras eléctricas y máquinas de soldar.

En ciudades como Járkiv, han logrado reunir un auténtico ejército de obreros y técnicos que trabajan de lunes a lunes. No hay descanso. Reparan todo lo reparable a contra reloj, y a la vez buscan soluciones para evitar que un nuevo misil les devuelva a la casilla de salida. Y las están encontrando.

María Senovilla
A 20 grados bajo cero

Viacheslav Valentinovich es el director regional del suministro de agua y calefacción de Járkiv. Además, lleva la dirección de tres de las 20 centrales térmicas que hay en la ciudad. "Putin ha bombardeado dos de las tres plantas que dirijo –cuenta–, pero ya las hemos reparado. Aquí estamos ultimando la instalación de las nuevas calderas y podremos empezar a suministrar calefacción en unos días", añade mientras muestra para Atalayar las entrañas de una de las centrales térmicas.

Cada una de las calderas que están poniendo en marcha tiene dos megavatios de potencia. En total, 18 megavatios para dar calor a 7.500 casas y a 46 escuelas, universidades, ambulatorios y centros públicos. La mayoría de los hogares de Járkiv capital se abastecen de este tipo de calefacción comunal, y en una ciudad que puede alcanzar los 20 grados bajo cero en los momentos más crudos del invierno, estas plantas son vitales para la supervivencia de la población.

El Kremlin también lo sabe. Y por eso está dirigiendo toda su maquinaria bélica contra ellas. Las ventanas de la central en la que nos encontramos son nuevas. También hay varios muros donde se ve el cemento recién echado. Y quedan grietas en el suelo aún por rellenar. "La bomba levantó el suelo, e hizo saltar las calderas, por eso hemos tenido que cambiarlas", matiza Valentinovich.

Para esta planta trabajan 84 personas en estos momentos. Un 20 por ciento del personal se fue de la ciudad cuando comenzó la guerra. "Es complicado sustituirlos, porque la gente joven no quiere hacer estos trabajos", sentencia el director. Lo cierto es que mucha de esa gente joven está ahora en el frente, combatiendo en el Dombás o en Jersón. Encargándose de la defensa antiaérea o manteniendo las posiciones a lo largo de la frontera con Rusia.

María Senovilla

Aún así, los trabajos de reparación se han realizado con una rapidez sorprendente teniendo en cuenta que estamos en mitad de una guerra, con las sirenas antiaéreas interrumpiendo varias veces al día, y un toque de queda que impide trabajar por la noche.

Salvados por la campana

En las grandes centrales eléctricas también han tenido que dejar de trabajar por la noche, pero han multiplicado el número de operarios que acometen las obras de reparación tras los ataques masivos. En muchos casos, estas cuadrillas han comenzado a trabajar sin formalizar los contratos de concesión y sin cobrar. Los trámites burocráticos habrían retrasado el trabajo, y Ucrania no tiene tiempo. El invierno está a la vuelta de la esquina.

En Járkiv –la segunda ciudad más importante de Ucrania– había tres centrales eléctricas. Sólo queda una en buen estado. Otra ha sido completamente destruida por Rusia, y la otra está parcialmente bombardeada, aunque continúa funcionando. Accedemos también a su interior, y la sorpresa es mayúscula: donde estaba la caldera principal –de una altura equivalente a un edificio de nueve pisos–, sólo hay un gran socavón. Un misil ha pulverizado las 200 toneladas de metal de las que estaba formada. Pero la planta sigue suministrando energía.

“No volamos por los aires porque los servicios de inteligencia nos avisaron a tiempo, y pudimos desconectar todo y vaciar las calderas”, explica el Director Técnico de la central, Evgeny Kaurkin, mientras caminamos por el lugar donde recibieron el primer impacto. Ha sido necesario demoler un edificio entero, y ahora cientos de personas trabajan al 200 por cien para reconstruir el resto.

A los 160 operarios que la central tiene en plantilla, se han sumado trece compañías (de hasta cuarenta hombres cada una) para acometer las diferentes reparaciones. “En Járkiv han sido destruidos 103 objetos de importancia para la red eléctrica”, explica Kaurkin. “Ahora, a la vez que reconstruimos, pensamos en alternativas para evitar que tumben la red con cada nuevo ataque”.

María Senovilla
Sistemas de control bajo tierra

Los monitores de control son los puntos neurálgicos de la red eléctrica. Suelen estar junto a las calderas o las turbinas. Pero en esta central los han duplicado. Mientras instalan nuevos paneles en la sala de calderas, han reacondicionado el búnker de la época soviética que había bajo tierra y han instalado ahí otra sala de control.

“Aquí abajo tenemos wifi, hemos contratado formalmente el sistema Starlink, y hemos asegurado las comunicaciones en caso de ataque”, precisa el director técnico mientras nos muestra el búnker. “Además, hemos implementado otro sistema de emergencias secundario que está escondido, también bajo tierra, en otro punto de la ciudad, y que es imposible de destruir con un ataque con misiles”, añade.

No es la única medida para evitar el temido apagón. “También estamos instalando calderas móviles, autónomas, en distintos puntos de la ciudad”, revela Kaurkin, mientras nos muestra imágenes de estas calderas en la pantalla de su teléfono. Cada una de ellas es capaz de suministrar energía a cuatro o cinco fincas. Vienen prefabricadas y la instalación y conexión se hace en un día. Ya han instalado 17 y tienen 11 de reserva para responder a potenciales bombardeos.

Además, el Banco Mundial está financiando la instalación de una nueva turbina para suplir los daños causados por los bombardeos en esta planta de energía, de ciclo combinado, que genera electricidad y calefacción al 30 por ciento de la población de Járkiv.

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Todos estos esfuerzos, con el 30 por ciento de las estructuras eléctricas de Ucrania destruidas, no son suficientes para suministrar la potencia habitual que requiere el país para funcionar. Para evitar una sobrecarga del sistema, el presidente Zelenski ha pedido a la nación que reduzca al máximo el consumo. Y los ciudadanos parecen haber entendido el mensaje porque, desde la central eléctrica de Járkiv, aseguran que está siendo suficiente con generar algo más del 50 por ciento de su capacidad ante la nueva demanda.

El último recurso: la evacuación

“Tenemos preparado un protocolo de actuación en caso de que se produzca un apagón masivo, y no podamos restablecer la red de suministros en varios días”, explica el director de Vivienda y Servicios comunales de la provincia de Járkiv, Sergey Magdysyuk. “En ese caso, drenaremos el agua de todos los edificios, para evitar que se congele dentro de las tuberías y las haga estallar, y aislaremos ventanas y superficies para que conserven mejor el calor”.

“Mientras se realizan esos trabajos, se trasladaría a los residentes a refugios con calefacción y electricidad. Hemos comprado carpas, estufas para que las personas puedan cocinar alimentos, generadores diesel para que puedan cargar teléfonos, y la idea es acondicionar lugares comunes donde la población pueda sobrevivir durante un período de tiempo. Pero si la situación se prolonga durante muchos días, la única vía será la evacuación”, concluye Magdysyuk.

María Senovilla

En el caso de los hospitales, todos han sido dotados de generadores lo suficientemente potentes, y se les ha asegurado un suministro de agua independiente de la red general. Si se cortara el agua en estos lugares, podrían extraer agua técnica que les permitiera trabajar, aunque no es apta para el consumo humano. “Pero si el apagón es global, de nuevo la única solución es evacuar”, insiste el director de Vivienda de la región.

Más ayudas desde Europa

Por su parte, la Unión Europea se ha comprometido a enviar a Ucrania albergues móviles que sirvan como refugios temporales en invierno. Son estructuras diseñadas para desplegarse rápidamente en lugares donde han sufrido catástrofes naturales. Están equipados con camas y sistemas de calefacción autónomos, y están valorados en unos 150 millones de euros.

Además, es necesaria más ayuda humanitaria –comida, medicamentos, ropa y productos de higiene– para que la gente pueda vivir en estos refugios. Y para poder suministrar todo antes del invierno, la UE ha implementado un programa de emergencia que agilice el proceso. Hasta la fecha, han entregado unas 70.000 toneladas de ayuda humanitaria procedente de 31 países.

También se han desplegado ya 500 refugios temporales en la región de Rivne, 550 en Buchansk, y otros 600 en la región de Járkiv. Cada uno puede acomodar hasta cinco personas y está completamente equipado con camas y calentadores. Contarán también con módulos de vivienda temporal que incluyen duchas, baños y áreas compartidas como comedores. Estos albergues formaban parte de las existencias de emergencia que la Unión Europea tenía almacenadas en Suecia, pero ya se ha encargado una compra masiva que incluye también miles de camas.

María Senovilla

Cuesta imaginar cómo va a ser sobrevivir al invierno en estas latitudes –Járkiv se encuentra a escasos 40 kilómetros de la fría Rusia– sin calefacción, y en muchos casos sin casa, porque el 35% de los edificios de la ciudad han sido bombardeados.

Millones de ucranianos continúan desplazados en otras provincias o refugiados en otros países de Europa, sobre todo mujeres y niños. Pero los que se han quedado en sus hogares, especialmente la gente mayor, tremendamente reacia a abandonar su casa en la recta final de sus vidas, son especialmente vulnerables. Y el frío se va a cebar con ellos.

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