La condena del feminismo islámico

The condemnation of islamic feminism

@noor.alamarty 

Imágenes de ISMAEL SOUIDI   Instagram: @whos_selected


Nacida y educada en una sociedad musulmana, que se reconoce como árabe, pese a la distinción de mis orígenes (amazigh también), debo decir que desde una edad muy pronta manifesté síntomas del feminismo. Ese que descubrí a través de una biblioteca con vitrinas una tarde tranquila de verano, con 11 años de edad. Aquel libro se llamaba “Princesas del Islam”, y fue una bocanada de aire fresco para lo que yo aún no sabía que iba a ser un antes y un después en mi vida.
Ese libro de Maria Dolores Masana, que albergaban mis tías en una interminable colección de libros sobre el tema de la mujer en el islam, escondía las historias de mujeres que habían tenido que vivir y reinventarse en ese patriarcado islámico hostil en tantos sentidos, pero que sin embargo creían en la renovación de sus sociedades, siempre lejos del establishment de la religión. Nawal Saadawi era la estrella, víctima de ablación de clítoris, (debo reconocer lo traumático que supuso leer la descripción del proceso), junto con muchas otras vivencias que todas las mujeres que provenimos de contextos islámicos hemos tenido que afrontar o al menos la mayoría de nosotras. Pronto leí toda su obra vigente hasta el momento.

La condena del feminismo islámico

Pero, sobre todo, leí a todas las feministas islámicas que coleccionaban mis tías y mi madre, estas últimas, intelectuales musulmanas, brillantes pero cautas, que se sentían y se sientes en consonancia con las primeras. 
Sin embargo, yo, de todas aquellas mujeres que me hablaban de islam y feminismo, jamás sustraía una conclusión clara. ¿Entonces? ¿Soy feminista o musulmana? ¿Puedo ser las dos? ¿Tengo que ser feminista islámica si soy musulmana?
Terminé de leer toda la obra de Fatema Mernissi, la admiraba por supuesto, había estudiado Ciencias Políticas, había sido censurada, era el sumum de la rebelión en materia de referente como mujer marroquí. 
 Sin embargo, sentía una rabia dolorosa ante tanta justificación del patriarcado, ante un feminismo islámico incapaz de reinventar el estatus quo de la mujer musulmana o la mujer en el islam, simplemente un feminismo perplejo por la propia identidad religiosa, incapaz de evolucionar naturalmente al margen de la creencia o de la fé. Fue entonces cuando entendí lo político del Islam, la vida regulada por el sistema religioso que obliga a sus conciudadanos a no desvincularse de esa politización, para mantenerla como un dispositivo de control que no es opcional y que corresponde por nacimiento. En el mundo musulmán como mujeres no hemos podido escoger ser musulmanas, y si bien dependiendo de la familia el grado de obligación es uno u otro, el sistema religioso ya no es sólo familiar sino comunitario, y a menudo, estatal y de carácter legislativo. 

La condena del feminismo islámico
Por eso, sí, tenemos la responsabilidad de decirlo, el establishment religioso en el que cabe la “Ley islámica”, es misógino, es machista, es patriarcal, nos coloca bajo la potestad y tutoría de no sólo un hombre, padre, hermano u esposo, sino también bajo la de la sociedad. Somos objeto de crítica, burla, y consternación social. Todo lo que hacemos con nuestras vidas se convierte en político, en algo sobre lo que implantar una ley, si esta ya no existe. Nos invisibiliza, y hace lo mismo con nuestras problemáticas, nos convierte en ciudadanos de segunda categoría aun cuando somos la mitad de nuestra sociedad, nos niega el derecho a quejarnos, a decir que no. 
Rebatir el feminismo islámico no precisa de entrar en debates sobre el carácter “progresista” del Profeta o no (en su contexto histórico por supuesto, porque poco tiene de progresista heredar 1 tercio que nuestros hermanos varones, o no poder tener tres esposos a diferencia de los hombres), tal y como nos lo han vendido a lo largo de estos años tantas feministas islámicas, refugiándose hipócritamente en que no queramos criticar el texto sagrado ( el Corán) , ni el profeta porque respetamos demasiado (como mujeres feministas en pos de la laicidad) la religión y la fé que pesa en la sociedad a la que pertenecemos y que profesan personas a las que queremos o incluso nosotras.
 Para rebatirlo basta con ir al estatus quo básico del que parte. 

​​​​La condena del feminismo islámico
El mismo por el cual, a nosotras las mujeres musulmanas de nacimiento o practicantes, el feminismo islámico nos considera inherentes a nuestra condición religiosa. El feminismo islámico no nos desvincula de nuestra fé (existente o no), nos mira a través de la aguja de lo que “supuestamente debemos creer”, nos analiza por la contingencia de que es una identidad y faceta que siempre irá por delante de nuestra persona, porque el sistema religioso politizado nos obliga a exponernos y a manifestarnos constantemente como “validas o no” en él . 
El feminismo islámico no nos ve como mujeres de pleno derecho que pueden profesar la fé musulmana o no, y de diversas maneras, sino que nos ve como musulmanas irremediables que afrontan su vida con el único prisma que nos supone ese adjetivo, por eso nos vende un velo liberador, un burka que no debe cuestionarse de más, y un largo etcétera de herramientas falsas para que tropecemos con nosotras mismas. Jamás antes un velo fue liberador, fue empoderador, fue feminista. Fue lo que todos sabemos que es, una manera de proteger a las mujeres, primero de ellas mismas, y luego de los demás.
Con ello no implica que condenemos a las mujeres veladas, todo lo contrario: nos necesitamos, pero desde la honestidad, desde la realidad que supone que todas hemos aceptado, por fé, por cultura o por otros motivos; elementos que no tienen un carácter feminista latente y que sin embargo no nos impiden ser feministas o al menos construir nuestras identidades como feministas sea la que sea la fé que profesemos, pero desde nosotras mismas como individuos de plena conciencia, derechos y poder de decisión.

La condena del feminismo islámico
 Aceptando cuántas mujeres por los motivos que se pueda defender una simbología por voluntad propia, están sufriendo a cambio por la obligación legal o social de llevarla.  
Todas aquellas que seamos capaces de analizar qué tanto no es la simbología, sino el uso politizado y sistemático que se ejerce sobre nuestros cuerpos, podemos convertir la sociedad, para que todas las mujeres tengan representatividad, para que existan referentes válidos para el sinfín de diferentes tipos de mujeres, y que nunca seamos suficientes en esta larga lucha de revindicar en qué creemos, pero también en quien somos, en qué sentimos o qué pensamos. 
Nos debemos a todas las que salientes de nuestros entornos y sociedades no son capaces de transgredir los límites, porque el precio a pagar es muy alto, a todas las niñas del hoy que mañana querrán ser nosotras o quizás no, pero que necesitan que velemos todos los días porque puedan decidir, no si ser feministas islámicas o no, no si llevar un velo o no, si no quienes son, a donde van y porqué.

La condena del feminismo islámico
Nos debemos a todas las mujeres de nuestros países de origen, que viven bajo el yugo de ordenamientos jurídicos impregnados de una “Ley islámica”, injusta, misógina y opresora hacia nosotras, y que por lo tanto enfrentarán rechazo social, penas de prisión o una vida condenada al sufrimiento. Les debemos a todas las que jamás podrán leernos porque ni siquiera les dieron el acceso a la alfabetización el hacer las cosas bien, honradamente, sabiéndonos privilegiadas en muchos aspectos.
Nos debemos a mejorar a crecer, a discutir, a aprender las unas de las otras, en sororidad, desde el sentido del saber que formamos parte de un todo que sólo podremos construir en común, porque si no se sostiene por ambos lados nuestra lucha, jamás prosperará. 

La condena del feminismo islámico
Nos debemos a no ser cómplices de lo que nos lleva siglos oprimiendo. Nos debemos a que no nos divida más un feminismo islámico o un feminismo racializado, alejándonos de mujeres que por más europeas de nacimiento o blancas que sean, tienen ancestras pionera en la libertad o ellas mismas lo son, y sean o no parecidas nuestras luchas, todas tenemos la responsabilidad de aprender las unas de las otras. 
Me quedo con la cita de mi escritora favorita, Joumana Haddad : «Soy lo que me dijeron que no pensara, que no dijera, no soñara, no me atreviera. Soy lo que me dijeron que no fuera»

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