Mikel Lejarza, alias El Lobo, el hombre que perforó la banda terrorista y fue clave en encarrilarla hacia su desaparición

Conocer a El Lobo, el vasco que puso en jaque a la banda terrorista ETA

PHOTO/EFE-Kiko Huesca - Mikel Lejarza, El Lobo, infiltrado en ETA, con barba postiza, peluca y gafas oscuras, con Fernando Rueda, coautores del libro “Secretos de Confesión”, en el que desgranan la vida personal del hombre que logró perforar la banda terrorista

Muchos, muchísimos españoles, principalmente por razones de edad, desconocen quién es Mikel Lejarza, El Lobo.

Vasco de los pies a la cabeza sin relación alguna con la milicia, la Policía ni la Guardia Civil, Mikel Lejarza fue y sigue siendo un valiente, que tuvo el arrojo de infiltrarse en 1973 en la banda terrorista ETA, escalar hasta las alturas de su infraestructura logística y engañar a los fanáticos cabecillas de la organización y a sus adláteres durante todo un largo, tenso y peligroso año.

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Un héroe anónimo de carne y hueso, un hombre sin rostro conocido, que arriesgó su vida un día tras otro metido en una auténtica jaula de fieras, para luchar a su manera contra el flagelo que suponía ETA para la convivencia nacional, la libertad y el afianzamiento de la recién nacida democracia española de mediados de los años 70.

Nacido en un caserío de Vizcaya, la actividad profesional del joven Mikel Lejarza era la decoración de interiores y se ganaba bien la vida. Pero todo cambió de la noche a la mañana. Con las ideas muy claras, con cuatro lecciones en las que aprendió el ABC de las técnicas de información y su alta capacidad de autodidacta, supo interiorizar el papel que le correspondía representar para convertirse en un supuesto fanático del independentismo vasco.

Una persona en apariencia como cualquier otra que, gracias a su arrolladora personalidad, seguridad en sí mismo y elevadas dosis de sangre fría, supo ganarse la confianza de los caciques de ETA para conseguir dinamitar gran parte de su oculta estructura de asesinos y evitar numerosas muertes de inocentes.

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El peón que tuvo en jaque a ETA

A Miquel Lejarza le impusieron el alias de El Lobo los jefes del Servicio Central de Documentación de la presidencia del Gobierno (SECED), antecedente remoto del actual Centro Nacional de Inteligencia (CNI). Fue el nombre que eligieron porque su labor de topo en el seno de ETA la debía cumplir en solitario para desbaratar los comandos asesinos de la banda.

Y lo consiguió. Por eso, desde hace medio siglo, es un ser humano condenado a muerte por ETA, que guarda una bala para cumplir su sentencia. Un comunicado de la organización terrorista fechado el 15 de diciembre de 1975 le responsabiliza de la muerte de tres etarras, de haber facilitado la captura de cinco asesinos y sus equipos de apoyo en Madrid y Barcelona y del fracaso de la fuga de presos de la cárcel de Segovia proyectada por la banda.

Ahora, cuando se cumplen 50 años del inicio de la más peligrosa de las operaciones de espionaje montadas por los servicios secretos españoles contra la banda asesina, el propio Mikel Lejarza se ha decidido a desgranar y ahondar en los secretos que guardaba en su mente bajo siete llaves.

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Lo ha hecho en “Secretos de Confesión”, un libro de Roca Editorial recién publicado, en cuya presentación él mismo ha estado presente bajo estrictas medidas de seguridad, a cara algo menos que descubierta, con barba postiza, peluca y gafas oscuras, respondiendo a todas las preguntas que le han formulado sobre su pasado y presente, como que ahora es directivo de Wolf Group, una compañía de ciberseguridad.

“Secretos de Confesión” atrapa desde las primeras líneas. Es el segundo volumen ‒el primero fue el superventas “Yo confieso”, Roca Editorial, 2019‒ del que también son coautores Mikel y Fernando Rueda, el principal periodista español especializado en temas de espionaje y servicios de inteligencia.

Es otro mano a mano en el que, por vez primera, Fernando Rueda ha conseguido recabar los recuerdos, testimonios y valoraciones de los antiguos jefes, exagentes de los servicios de inteligencia e información españoles, colaboradores, familiares directos y amigos más estrechos de El Lobo.

No ha vuelto a haber otro igual

Todos ellos, cada uno a su manera, ofrecen una visión personal o íntima del espía que surgió de modo espontáneo desde las entrañas de Vizcaya. Cuentan en primera persona las vivencias y situaciones de riesgo que compartieron durante el tiempo en que batallaron contra la lacra de la banda asesina.

Es el caso de Fernando San Agustín, un militar de los servicios secretos, que recalca que El Lobo “era el topo perfecto y no ha vuelto a haber otro igual”. Un personaje “digno de estudiar”, porque gente que se haya infiltrado en un organización terrorista “ha durado uno o dos meses y no los años que aguantó”.

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Durante su tiempo como infiltrado en ETA, Mikel Lejarza ha sido lo que en el ámbito de los servicios de inteligencia internacionales se denomina un “agente negro”. Un colaborador a tiempo completo, pero ajeno a la plantilla, excluido de la nómina de retribuciones y sin documento oficial que le permita identificarse como miembro de un servicio secreto.

En el plano familiar, “Yo confieso” cuenta cómo las hermanas de Mikel descubrieron con pavor cuando un día de 1975, al salir a la calle, se quedaron horrorizadas al ver el rostro de su hermano en numerosos carteles pegados en las paredes de las calles con el lacónico texto “Se busca”. Desconocían la muy arriesgada labor que cumplía su hermano.

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Hombre creyente y devoto, asegura que “siempre me he sentido amparado, protegido”. Uno de las personas con las que mantiene una relación de amistad, el obispo auxiliar de Valencia, Arturo Ros, destaca de Mikel que “tiene una profunda espiritualidad, que lo ha mantenido vivo y que en esa etapa de su vida aflora con espontaneidad”.

En las largas charlas de Fernando Rueda con Mikel Lejarza para aflorar lo que ya es “Secretos de Confesión”, haciendo balance de los éxitos que ha obtenido, de los errores que ha cometido, de las satisfacciones que ha recibido y de los sinsabores que ha padecido, le dice al periodista: “Si me preguntas si me he arrepentido, te diré que no”. 

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