Los hutíes intensifican sus ataques contra el Gobierno yemení y dinamitan un acuerdo de paz para el país tras la distensión entre Irán y Arabia Saudí

¿Fin a la guerra en Yemen?

PHOTO/REUTERS - Militantes hutíes cerca de la ciudad de Hodeidah, Yemen

Se cuentan ocho años de conflicto en Yemen. Ocho largos años desde que la milicia de Ansar Allah, los autoproclamados “partidarios de Dios”, se levantó contra el Gobierno de Abd Rabbuh Mansur al-Hadi, arrastrando al país a una guerra civil que protagoniza la mayor crisis humanitaria del mundo y con casi medio millón de muertos a sus espaldas. Una situación que este mes no ha contado sólo con su aniversario, sino con el primer intento de paz para el país tras los acuerdos de Irán y Arabia Saudí. Truncado, por el momento, por la escalada del conflicto de los hutíes.

La milicia rebelde ha atacado en los últimos días a las Fuerzas de Defensa yemeníes en la provincia sureña de Shabwa y en la de Marib, rica en petróleo, que se han saldado con la vida de 10 soldados y varias víctimas civiles. Pero el mayor momento de tensión lo ha vivido el ministro de Defensa de Yemen, Mohsen al Daari, que ha sobrevivido a un atentado contra su convoy en el sur del país, después de participar en una reunión con una delegación de Arabia Saudí, la gran aliada del Gobierno yemení.

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Los hutíes no han reivindicado todavía el ataque, pero el ministro de Información yemení, Muamar al Eryani, ha señalado directamente a los insurgentes como autores. En todo caso, el dron que propició el asalto, y que marca el modus operandi propio de la milicia rebelde, abala las acusaciones.

Una nueva escalada de tensión que hace saltar todas las alarmas en el Gobierno de Yemen reconocido internacionalmente. El propio ministro al Eyani ya ha advertido sobre un posible regreso a un conflicto militar total. Un escenario que no se repite desde hace un año, tras el alto el fuego acordado en abril del año pasado. Las mismas exigencias hutíes que tumbaron la renovación de la tregua en octubre amenazan ahora con reactivar el conflicto a pesar de los esfuerzos diplomáticos hacia la paz.

Y es que las divisiones en el seno de la milicia son patentes. Gran parte de los militantes de Ansar Allah se ha distanciado de los acuerdos entre Riad y Teherán y siguen poniendo requisitos para un posible pacto de paz. Tal y como ha señalado el líder del grupo, Muhammad Ali al-Houti, las negociaciones pasan por “el cese de la agresión, el levantamiento del sitio, el fin de la ocupación, una compensación económica, y el fin de la cuestión de los prisioneros”. Al-Houthi restó importancia a las repercusiones del acercamiento entre Irán y Arabia Suadí en cuanto a la cuestión yemení y consideró que el acuerdo auspiciado por China es asunto de ambas partes, pero que su grupo mantiene una decisión independiente.

En Pekín, Irán se comprometió a detener el envío de armas a los hutíes como parte de las condiciones para restablecer los lazos diplomáticos con Arabia Saudí, e incluso podría “presionar al grupo militante para llegar a un acuerdo para poner fin al conflicto”, según anunciaba The Wall Street Journal. Pero la escalada de tensión de los hutíes alejan del horizonte cualquier esfuerzo diplomático para Yemen. Tampoco lo han hecho sin respuesta.

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El consejo presidencial del país ha prometido confrontar a los “terroristas” hutíes y ha llamado a la resistencia de sus tropas. Su presidente, Rashad Al-Alimi, ha defendido que los últimos ataques demuestran que la milicia no deseaba poner fin la guerra y ha instado a la comunidad internacional a reconocer la “gravedad de la escalada de tensión y sus desastrosas consecuencias para la paz y la seguridad mundiales”.

La diplomacia entre Irán y Arabia Saudí, los dos grandes enemigos de la región, abre un nuevo capítulo para Oriente Medio. Los países árabes no sólo miran la solución de un enfrentamiento corroído, sino un futuro distinto para países como Siria, Líbano, Irak y Yemen. Pero en este caso los rebeldes no parecen tener la misma sintonía que la de su patrocinador, la República Islámica. La ventana de esperanza que se abría en el país del Golfo, esa que prometía acabar con una guerra fatricida de ocho años, se ha cerrado en seco. 

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