La Albania comunista tenía dos tipos de prisiones: cárceles de aislamiento y campos de trabajos forzados; Spaç combinó los dos

Spaç, la herencia cultural de Enver Hoxha que Albania quiere olvidar

Spaç

Perdida entre colinas que rodean el pequeño municipio de Mirditë, al norte de Albania, tan solo a una hora escasa de Tirana, y conectada con minas que servían como campos de trabajo forzado para los presos. La prisión de Spaç es el gulag de corte estalinista donde Enver Hoxha enviaba a todos aquellos que se atrevieron a enfrentar el régimen estalinista albanés.

Enver Hoxha gobernó Albania entre 1944 y 1985. Estalinista hasta la médula, tanto que rompió lazos con el resto de los líderes comunistas europeos como Josip Broz Tito, jefe de Estado de la Segunda Yugoslavia, y Nikita Jrushchov, sucesor de Stalin, al considerar que estaban abriéndose a Occidente, tras las condenas de ambos a los crímenes cometidos por Stalin.

“En el XX Congreso del Partido Comunista en la Unión Soviética en 1956 Albania seguía siendo parte. Sin embargo, tras esta se empezó a idear cómo salir del grupo comunista de la URSS debido a este cambio de líderes” explica Fatos Lubonja. Fatos es uno de los escritores más reconocidos de Albania y disidente del régimen de Hoxha. Fundador de la revista Përpjekja (esfuerzo en español), Lubonja pasó más de 17 años en prisión por ‘Agitación y Propaganda’ en contra del régimen y por ‘Pertenencia a una organización contrarrevolucionaria’, lo que se podía castigar con pena de muerte.

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Tras la ruptura con el resto de los líderes comunistas, Hoxha impulsó una nueva Constitución para la República Popular Socialista de Albania, marcada por el cumplimiento de los preceptos marxistas, el antirrevisionismo y la autosuficiencia nacional, lo que aisló completamente al país. “Durante esta época se trataron de construir los lazos con China, [Hoxha] llevó a cabo un tipo de revolución cultural, especialmente en el periodo entre el 67 y el 68”, explica Fatos, “declaró Albania el primer Estado ateo, destruyendo iglesias o convirtiéndolas en tiendas o palacios de deportes. Muchos curas y creyentes fueron encarcelados acusados de ser agentes del Vaticano”, recuerda el escritor.

En la última década de su vida, el dirigente llegó a definirse como “el último defensor del auténtico marxismo-leninismo”, lo que hizo que el dictador temiese una revolución, haciéndole ver fantasmas en todas partes. Esta paranoia de Enver Hoxha le hizo construir un total de 173.000 búnkeres por miedo a una invasión extranjera. No solo eso, sino que en los setenta inició una purga social que llevó a la cárcel, al exilio o a la muerte a miles de sospechosos de traición al régimen. Lo que le hizo construir 23 cárceles y 48 campos de internamiento de corte estalinista. La peor de estas, Spaç.

“Fue entonces, cuando empezó la campaña, cuando fui encarcelado. Hubo tres purgas diferentes; la primera por ideología, directores de televisión y radio e incluso miembros del Comité Central fueron encarcelados acusados de liberales (gente que quería abrir la puerta a las degeneraciones de Occidente), entre ellos mi padrastro. Esta purga fue seguida por una represión hacia intelectuales, artistas, pintores, escritores. La mayoría de ellos fueron encarcelados o deportados”, recuerda Lubonja. La segunda purga tuvo lugar dentro de las filas del Ejército, acusando a muchos de golpe militar. La tercera era la que se definía como sabotaje, acusación que acabó con los entonces ministros de Finanzas y Economía ejecutados.

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Spaç, el peor gulag de corte estalinista

Previo a 1968, la Albania comunista tenía dos tipos de prisiones: cárceles de aislamiento y campos de trabajos forzados. Spaç combinó los dos. Al entrar en este antiguo campo de trabajo, ya en ruinas, el frío invade, a pesar de los treinta grados del exterior. Habitaciones abandonadas con las paredes echadas abajo, pero las que quedan en pie aún mantienen las pintadas de los antiguos presos: la cuenta de los días (o puede que meses o años) que estuvieron encerrados, sus nombres, frases e incluso dibujos que tendrían su significado para estos artistas y políticos disidentes condenados a vivir en el gulag.

El Museo Nacional de Historia de Tirana estima que el régimen comunista retuvo a casi 50.000 personas por motivos políticos, en un sistema de 23 cárceles y 48 campos de internamiento. 5.577 hombres y 450 mujeres fueron ejecutados; unos 1.000 murieron en la cárcel; 17.900 fueron encarcelados acumulando un total 914.000 años de cárcel y sólo unos 2.700 de ellos siguen vivos ahora, según el Instituto de Albania para la Integración de Antiguos Prisioneros Políticos. Con una población carcelaria máxima de alrededor de 1.400 presos, Spaç era un pequeño engranaje en una máquina de opresión más grande, pero las condiciones inhumanas de la mina y el alto perfil de algunos de los presos políticos del campo, muchos de ellos intelectuales, le dieron un gran peso simbólico. Este gulag es uno de los miles de ejemplos de la represión de la que se hizo gala la Albania de Hoxha. Consagrándose como el peor régimen comunista de Europa.

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Traidores del pueblo por querer una vida mejor

Las condenas por algún tipo de traición al régimen oscilaban entre los tres años de cárcel a la pena de muerte. Sin embargo, “la condena común que registraba la Constitución era la que contemplaba el huir del país como delito”, afirma Fatos, “esto no era considerado como cruzar una frontera de manera ilegal sino como traición. Y las condenas eran desde diez años a pena de muerte.” Este fue el caso de Zenel Dragu, antiguo preso en Spaç y fundador de la Asociación de Ex Perseguidos Políticos de Shköder, “cuando alguien estaba en contra del Gobierno eran juzgados como ‘traidores del pueblo’ y todo el mundo sabía las consecuencias de ello”, narra en una entrevista para Observatori i kujtesës (Observatorio de la memoria, en español)

Zenel vivía en Shköder, importante ciudad albanesa al norte del país, cuando intentó huir. “Yo no quería ir en contra del régimen, solo quería una vida mejor”. Por eso, su intención era llegar a Estados Unidos, cruzando a Montenegro y de ahí llegar a Italia en barco. “Cuando alguien huía las consecuencias las sufría la familia; eran privados del acceso a los servicios públicos como la escuela, e incluso despedidos de sus trabajos”. Algo que corrobora Lubonja “podías encontrar a las familias o los hijos de los experseguidos o condenados, quienes no habían podido estudiar ya que si eras considerado contacto estrecho de alguna persona que hubiera sido condenada no podías continuar los estudios. Mis hijas, por ejemplo, cuando crecieron, no pudieron ir a la universidad en Albania.”

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“Albania te encuentra estés donde estés”, eso le dijeron a Zenel cuando le atraparon al cruzar a Montenegro. “La gente de ese primer pueblo de Montenegro trabajaban para el Servicio Secreto del régimen y fingieron que nos ayudaban cuando, en realidad, nos estaban delatando”, relata el líder de la asociación, lo que le hizo vivir encerrado en Spaç 14 años.

“Este ha sido el trabajo más duro de mi vida”, asegura explicando que debía trabajar sosteniendo un martillo eléctrico de 36 kilos durante horas. “Los trabajos en la mina se dividían en tres turnos diferentes, con demandas mucho más altas que para aquellos que eran trabajadores externos y si no podías alcanzarlas eras castigado en celdas de aislamiento. No tenías ni un solo día de descanso. Te levantabas a las cinco de la mañana, desayunabas, ibas al baño, esperabas a los oficiales que a las seis y media de la mañana llegaban para llevarte a la mina. En total eran unas diez horas, entre llegar, trabajar y volver” explica Fatos. El escritor estuvo sus últimos meses en Spaç en celdas de aislamiento por sus negativas a trabajar. El motivo de estas es que se rindió, “pensaba que iba a morir en esa galería, después de 17 años no podía sobrevivir, eso era terrible; no solo por el trabajo tan duro sino también por los gases que tenías que respirar. La mina era una situación inimaginable”.

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Los miedos del dictador se hicieron reales

“Lo más importante de ver no es solo donde se comía o se dormía sino el recinto entero rodeado de montañas; con vallas y torres de control por todas partes, y sobre todo la mina”. Y es que Hoxha se encargó de hacer de este lugar, donde iban estos intelectuales acusados de contrarrevolución por escribir una carta, inaccesible. Montañas rodean los maltrechos edificios y apenas se puede apreciar ya la mina. Para llegar, un camino de tierra mal mantenido separa el recinto de cualquier contacto con el resto de la población. Más de veinte minutos en coche montaña abajo para llegar al pueblo más cercano.

Hoxha tenía tanto miedo de la invasión occidental que los presos eran obligados a “escuchar los mensajes del dictador, el periódico debía ser leído en voz alta, reclutaban a prisioneros para que espiasen y delatasen a sus compañeros si estos hablaban mal de régimen”. Sin embargo, conspiraciones aparte, los miedos del dictador se hicieron reales. Al menos en Spaç, ya que este gulag fue el primer y único lugar de la Albania de Hoxha en el que se presenció una resistencia al régimen. Así se cuenta en los cárteles explicativos de esta especie de museo en ruinas. El 21 de mayo de 1973, durante tres días consecutivos, los presos se hicieron con el control del gulag.

Gritando eslóganes anticomunistas, animando en favor de una democracia de corte occidental y, por primera vez en la historia, se alzó la voz por una Albania parte de Europa occidental. Esta resistencia fue reprimida de la manera más brutal; fuerzas militares especiales fueron enviadas y los participantes de esta revuelta fueron condenados a más años de prisión e incluso ejecutados.

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Albania quiere olvidar su historia

Decenas de habitaciones ya destruidas y aguantadas con barras de hierro es lo que queda de Spaç. El Gobierno no ha hecho nada por mantener esta prisión, herencia cultural albanesa. “Desgraciadamente, cómo la has visto es consecuencia de la degradación de la situación, pero eso tiene que ver con los años posteriores a la caída del comunismo, cuando las élites que controlaban el poder no estaban interesados en mantenerla como era, en hacerla un espacio para que la gente joven pudiera visitar y aprender de la historia”, se lamenta el escritor quien ha alzado su voz en más de una ocasión para denunciar la falta de interés del Gobierno albanés por mantener la herencia cultural e histórica del país.

Las minas ya no se pueden ver cuando visitas Spaç. Han sido sustituidas por una excavación posesión de una empresa turca. Ya ni los letreros del gulag se leen, son los carteles explicativos los que te orientan entre las ruinas. Sería imposible distinguir lo que era una celda de aislamiento de una de castigo sin estos.

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“Queridos visitantes, sed conscientes de que están entrando a un lugar donde la libertad y la dignidad fueron injustamente violadas. Les invitamos a tener el respeto y la atención adecuadas. Les informamos que la preservación física de estos objetos es muy importante para nuestra historia nacional. Cada edificio u objeto del terreno de esta prisión es un testimonio histórico. Cualquier daño supone un impacto directo a nuestra herencia cultural y memoria nacional” pide el cartel a la entrada del gulag convertido en museo. Sin embargo, contrario a esta información, el mantenimiento de Spaç no se debe a la acción gubernamental. Ha sido la asociación Herencia Cultural sin Fronteras, la que ha cargado con esta tarea. “Cuando un empresario ve un bosque solo ve el número de árboles que puede talar para ganar más dinero; el Gobierno ve estos sitios como Spaç, que son nuestra herencia cultural, como árboles a talar para sacar dinero de ello”, lamenta Fatos.

La prisión de Spaç es uno de los edificios que mejor describen el pasado reciente de Albania, claro reflejo del régimen de Enver Hoxha, responsable del aislamiento mundial del país a finales del siglo XX, cuyas consecuencias económicas y políticas sigue luchando por paliar. Y aunque los nuevos Gobiernos prefieran ignorar este pasado con el fin de afianzar sus lazos con Occidente y por fin entrar en la UE, algo que estaba previsto para el pasado 2020, deberían recordar, como lo hace el BunkArt 2 de Tirana, uno los miles de búnkeres de Hoxha reconvertidos en museos, que “quien olvida su historia está condenado a repetirla”. Es por eso por lo que Latos, Zenel y el resto de los 2.000 antiguos presos de Spaç siguen reclamando el mantenimiento del peor gulag de la Albania comunista.

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