La historia de la emperatriz que fuera la mujer más poderosa del mundo conocido

Teodora, la crisálida de Bizancio

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Después de novelas como ‘Al-Gazal’, ‘Tartessos’, ‘El Papa Luna’, ‘La piedra del destino’, ‘El sello del algebrista’, ‘El lazo púrpura de Jerusalén’, ‘La cúpula del mundo y Oleum, el aceite de los dioses’, Jesús Maeso de la Torre (Úbeda, Jaén, 1949) aborda uno de los personajes femeninos más fascinantes de todos los tiempos. El Imperio Romano no acabó en el 476 d.C., tras las invasiones de vándalos, ostrogodos y visigodos. Su estructura persistiría otros mil años más en Oriente, con una capital, Bizancio, que tomó y superó incluso el esplendor de Roma.

Casi al principio de ese milenio suplementario brilló un emperador, Justiniano, cuyo gran legado se debe en gran parte a la influencia que sobre él ejerció la emperatriz Teodora, cuyo nombre significa literalmente “don de Dios”. Jesús Maeso de la Torre nos la muestra desde todos sus ángulos en ‘Teodora, la crisálida de Bizancio’ (Ed. Harper Collins, 525 páginas). Para ello se vale del personaje Nasica el Hispano, el eunuco más poderoso de la corte.

Corre el año 548 de nuestra era cuando riadas de personas de toda clase y condición se agolpan en las calles de Constantinopla al paso del cortejo fúnebre de la que fuera todopoderosa esposa de Justiniano. Además de las imponentes multitudes, la llora el emperador y sobre todo el fiel Nasica, que la acompañó durante toda su azarosa vida, y que decidirá escribir de su propia pluma la verdadera historia de Teodora para conjurar las difamaciones y calumnias.

Del burdel al trono imperial

Nasica la describe como una mujer tan hermosa como seductora, a la que el trono no consiguió despojar de la dulzura de su sexo. Fue un huracán de sentimientos, una cazadora de su propia inmortalidad y de una leyenda propia, que vivió bendecida por la providencia, pero maldecida por los poderosos al intentar alcanzar la púrpura imperial. Pero ella, y solo ella, mujer previsora y sensible, consiguió una de las ascensiones más admiradas y deslumbrantes de los anales de Roma.

Teodora crisálida BizancioConstantinopla, Reina de Oriente o Bizancio –hoy Estambul- guarda entre su mejor legado Hagia Sophia, la Sagrada Sabiduría, la grandiosa catedral reconstruida de sus cenizas gracias a Teodora, símbolo permanente de su abigarrada historia. Recep Tayyip Erdogan, el actual presidente de Turquía la ha reconvertido en mezquita.  Pero, en el siglo VI quedaban aún novecientos años antes de ser conquistada para el islam, y aquella urbe era en efecto la capital del mundo, rebosante de vida y de entusiasmo.

“Su enjambre de palacios, monolitos, pilastras y pórticos forman el escenario donde deambulan los cortesanos, pedigüeños, soldados, prostitutas, mercaderes y ciudadanos, que divulgan por igual al Dios verdadero cristiano que a las deidades de la antigüedad, pues en sus plazas y esquinas lucen las estatuas de Afrodita y Apolo y las del santoral ortodoxo”.

Teodora, aquella niña frágil y desvalida,  crecida en uno de los  burdeles más hediondos, jamás se sometió a nadie, ni tan siquiera a su augusto marido, y llegó donde los espíritus vulgares no llegan nunca. “De ningún modo se sintió una yegua o una nodriza, como las demás mujeres romanas, y luchó como una fiera por la igualdad de las mujeres en unos tiempos dominados por los hombres. Teodora franqueó las barreras insalvables del mundo masculino. No toleraba a los débiles… Y al final de su vida no se sintió culpable de nada”.

Jesús Maeso no ahorra detalles en esta biografía novelada: conspiraciones, historia, amor, lujuria, política, aventuras y batallas son algunos de los ingredientes de esta novela histórica, en la que, siguiendo al eunuco Nasica “jamás se vio ni se volvería a ver, ni en el antiguo ni en el nuevo Imperio romano, una mujer tan bella y astuta, capaz de medirse de igual a igual con sabios y gobernantes, que dejaría una huella perenne hasta nuestros días en la historia, las artes y las leyes”. 
    
 

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